jueves, 22 de agosto de 2019

EL SISTEMA ARGENTINO


La sociedad argentina dio una muestra de madurez. Cuando parecía establecerse que se vota casi por emoción violenta, sujetos a las manipulaciones, las fake news en las redes sociales y los grupos de wathsapp, el votante argentino mostró una realidad que se aparta de esa supuesta regla.
Ni la cadena monopólica de medios de comunicación masivos, ni la propaganda gubernamental, ni la intervención de potencias extranjeras, ni la extorsión de los mercados financieros, ni las redes sociales plagadas de trolls pagos por el gobierno, pudieron torcer el brazo de una sociedad atravesada por un hecho histórico que la constituye como fuerte componente identitario: El peronismo. Ya  no sólo una identidad,  ni una ideología, ni un partido político, ni una cultura, sino más bien lo que se podría llamar un marco epistemológico. Es decir una matriz o sistema que incluye categorizaciones, conceptos, formas de hacer, pensar y sentir que permiten entender el mundo, la sociedad y el ser humano de una determinada manera y organizarse a partir de allí. Eso parece ser el peronismo, el sistema argentino que incluye modos de vida, derechos adquiridos, lecturas de las correlaciones de fuerzas internacionales, ideas de sujetos y roles sociales, formas de ejercer el gobierno, sistema de valores y muchos, muchísimos etcéteras.
El sistema argentino es el peronismo, una muestra de eso es que entre los 6 candidatos a presidentes y vicepresidentes de las tres principales listas electorales hay 5 peronistas. El único no peronista es Macri. Quien llamativamente ingresó a la política de la mano del peronismo.
El sueño que desvela al antiperonismo, el de la desperonización de la Argentina que entusiasmó al Jefe de Gabinete Marcos Peña, se evapora una vez más mostrando la vigencia de un proyecto que es la vez herencia y tarea, pero que no se agota allí sino que se redescubre un modo particular de comprender el mundo, la sociedad y el ser humano. Ni el extendido y ultra difundido marxismo tiene la vigencia del peronismo, sencillamente porque no es capaz de articular formas de gobierno exitosas que puedan garantizar a la vez desarrollo, equidad y democracia.
Por otro lado, cuantos países pueden jactarse de haber tenido un Presidente que es a la vez el teórico de una forma de entender y de planificar una sociedad posible, al mismo tiempo que el ejecutor de una praxis de gobierno que por sincrética y novedosa se vuelve asombrosamente actual. Un hombre que a la vez que arma un proyecto político concibe una filosofía, un intelectual que escribe, por ejemplo “Toponimia de la lengua araucana”, que leyó a los filósofos clásicos de la antigua Grecia, a la vez un militar, destacado lector de Clawsewikz y Schmitt, que quiere traer a Heidegger al Congreso de Filosofía del año 49. Perón quizá como hombre de la ilustración en plena modernidad.
Borges, tenaz enemigo a la altura, leyó bien, como siempre, la importancia de Perón, igual que Churchill. Por eso lo combatieron. Perón, a la vez político, intelectual, filósofo, militar y portador de un carisma arrollador, no era un político más, era quien había logrado sintetizar una clave de comprensión del mundo de la modernidad desde la periferia. En Perón se conjugan dos tipos de seres modernos que generalmente se manifiestan en personas separadas: el autor y el hombre que lleva las ideas a la acción. Rousseau y Robespierre en la misma persona.
El peronismo no era fascismo, ni nazismo, ni comunismo, ni socialismo, mucho menos liberalismo, ni ningún “ismo” surgido al calor de las realidades europeas. Tampoco el anacrónico mote de bonapartismo con el que pretendió etiquetarlo cierta izquierda. Y esa supuesta rareza que no es tal se explica sólo por ser un producto periférico. Las falsas acusaciones de falta de racionalidad del peronismo se inscriben en la saga del desprecio de las metrópolis centrales por las creaciones que se realizan fuera de ellas. Si un proyecto como el peronismo hubiera surgido en Francia o Alemania o Inglaterra se hubiera difundido alrededor del planeta, se le hubiera encontrado esa racionalidad que supuestamente le falta, se hubiera reparado en la profundidad de sus conceptos y valores.
El gran desafío es presentar este sistema como una solución posible para otras sociedades, no sólo para la argentina, sobre todo a partir del fracaso de la utopía globalizadora y la ruptura del consenso surgido de la segunda posguerra. No parece menor la actuación del Papa Francisco en la difusión de los  valores esenciales del peronismo como postura profundamente humanista. Por otro lado, cuántos movimientos políticos pueden jactarse de tener un líder del tamaño de un Papa surgido de sus filas. La alternativa por la paz predicada por el Papa es un punto central del peronismo, igual que el respeto irrestricto por la vida humana de la que lógicamente se desprende la primera. Que ningún valor esté por encima de la vida parece un precepto tan básico que cuesta creer que haya que remarcarlo especialmente, pero con el fracaso de la globalización como utopía y la ruptura del consenso humanista de posguerra en el que era uno de los conceptos centrales, ha sobrevenido una crisis profunda de los valores centrales que alentaron la llamada revolución democrática y el desánimo por el futuro se ha instalado fuerte en las subjetividades actuales. En este contexto parece levantarse un pueblo que se ha sentido ultrajado, oprimido, ninguneado, y supo donde buscar el refugio identitario que le permitiera redimirse. Pero el peronismo tiene hoy un desafío mayúsculo, no ya solamente sacar adelante la crisis profunda que el neoliberalismo le ha provocado nuevamente a la Argentina, sino también poder mostrar al mundo un camino  deseable y posible para construir un mundo  mas justo, más libre, más feliz.

miércoles, 3 de julio de 2019

LA NECESIDAD DE UN PJ ORDENADO



Desde hace tiempo insisto en que el peronismo es una archipiélago formado por islas de poder, en el cual nadie están en condiciones de imponer su conducción a la totalidad. Es en este marco en el cual emerge, por iniciativa de Cristina, la nominación de Alberto Fernández como coordinador. Alberto cumple un rol que conoce desde sus épocas de jefe de gabinete, articular entre distintos polos de poder para lograr una dirección concreta de la acción. Como si cada una de las porciones de poder del peronismo fueran ministerios que Alberto debe equilibrar para hacerlos confluir.
Se da, en los hechos, una conducción colegiada de la acción del peronismo en la que Alberto funge como un articulador. Es una situación producto de la emergencia, de la necesidad de ganar la próxima elección. Pero cuánto puede perdurar. Es una pregunta que aparece urgente. Y que debe interpelar al peronismo de aquí en más. Cómo se va a ir resolviendo la situación de conducción, cómo legitimar internamente cada espacio de poder sin que se produzcan rupturas nocivas y nadie se sienta desplazado, son cuestiones que habrá que ir definiendo.
Entendemos que la necesidad de ordenar institucionalmente al Partido Justicialista podría ser una solución. El partido puede transformarse en ese espacio de legitimación, vía participación concreta de los afiliados y a partir de la responsabilidad de los dirigentes, para que se vean expresadas las diferentes cuotas de poder y la amplitud de matices existentes, para que los grados de poder sean acordes a las construcciones políticas exitosas y a la vez se produzca el siempre ponderado trasvasamiento generacional. Prescindir de la herramienta partidaria no ha dado hasta ahora buenos resultados. Un PJ ordenado internamente, con el compromiso de los dirigentes y afiliados a aceptar los resultados de las elecciones internas que deben hacerse, puede resultar fundamental para lo que viene. Es parte también de cierta necesaria y saludable educación democrática y política. 
Suele hablarse de la crisis de los partidos como ejes de la democracia, deberíamos ser cuidadosos y pensar quienes están interesados en que esa crisis se prolongue. Los partidos son grandes construcciones colectivas que han logrado ser los actores centrales de la democracia. Que hayan sufrido una crisis no significa condenarlos a su desaparición ni dejarlos de lado como eje central de la construcción ciudadana y democrática. El saneamiento y reconstrucción de los partidos puede ser un eje central de la supervivencia democrática en momentos en que esta se encuentra también en crisis. El peronismo puede dar ese necesario paso.






lunes, 1 de julio de 2019

ALBERTO O EL CAFIERISMO TARDÍO



Cuando Antonio Cafiero perdió la interna peronista con Carlos Menem en 1988, pareció que esa línea interna del peronismo se opacaba para siempre. Ese peronismo que supo ponerse codo a codo con Alfonsín en el balcón de la rosada para ponerle el pecho a la democracia frente a la asonadas carapintadas. Un peronismo acuerdista y profundamente institucionalista. Respetuoso de la diferencia y creyente en las reglas de la democracia, afuera y adentro del partido. Que supo asumir la derrota interna sin romper e integrarse al gobierno menemista siguiendo la consigna de acompañar al vencedor de una interna pero sin mimetizarse. 
De alguna manera, aunque con bemoles, ese espacio de un peronismo que no abrazó la causa neoliberal ni se sometió al consenso de Washington, perduró en la figura de Eduardo Duhalde, sobre todo a partir de 1995 cuando gobierna la Provincia de Buenos Aires (territorio que también supo comandar Antonio Cafiero).
Cuentan una anécdota que no sabemos si es real, pero si es verosimil. Duhalde, ya gobernador de la Provincia va a hablar con Menem y le plantea que en la provincia no se cierra una fábrica más. Menem le dice: "Esas cosas de economía hablalas con Cavallo". A lo que Duhalde le responde "No, lo hablo con vos porque sos el Presidente". Poner la política por encima de la economía es una marca de ese cafierismo, que se continuó en Duhalde. Y hoy se ve también en Alberto. 
Todo el trabajo de reconstrucción del peronismo, trabajo monumental de orfebrería política digno de Antonio Cafiero, un hombre de la Unidad, fue realizado por quienes vienen de esa línea política. Por caso Felipe Solá. 
De alguna forma, Felipe. Alberto, incluso el Flaco Gioja, son dignos herederos de Antonio Cafiero. El peronismo que viene se mueve en esa lógica de tolerancia, de ampliar márgenes en los apoyos aún a costa de cierta flexibilidad ideológica. Claramente una lógica de mayorías. Bienvenido homenaje a ese gran político que fue Antonio Cafiero, quien marcó un camino que, aunque demorado, se rebela necesario y que ya a mediados de los años ochenta Antonio vislumbró como una superación de la antinomia trágica de los años setenta que hubo de desangrar al peronismo. Ni el kirchnerismo ni sus enemigos más acérrimos dentro del peronismo pudieron darle espacio a esa superación.
Los procesos sociales son largos, los duelos llevan a veces más de lo que se cree. 






miércoles, 12 de junio de 2019

AL RITMO DEL PERONISMO


El pase de Pichetto al oficialismo, da cuenta del peronismo como eje central de la política argentina. El sistema político argentino es el peronismo. Recorre todo el arco ideológico, porque el peronismo es una cultura más que una ideología. Perón decía que Argentina es un país politizado pero sin cultura política. Pichetto tiene cultura política, Alberto Fernández también. ¿Qué es la cultura política? La capacidad de llegar a acuerdos con los que no piensan como uno. ¿No sería quizá sano para la democracia que se corrieran un poco Macri y Cristina y dejaran debatir a Alberto y Pichetto? Cristina y Macri hablan idiomas diferentes, son, como se diría en la ciencia, inconmensurables. Nada productivo puede salir de una debate entre Macri y Cristina.
Voy a partir de una teoría de mi querido amigo Lucas Gallardo. Cuando la sociedad argentina se polariza ideológicamente en exceso, como ocurre, creo, hoy en día,  esa polarización se procesa dentro de la interna del peronismo. Esto evitó, por ejemplo, que las tensiones ideológicas que había en la década del setenta terminaran en una guerra civil. La interna peronista las procesó y si bien hubo violencia no se generalizó, sino que fueron sectores marginales del movimiento, por izquierda y por derecha, los que la ejercieron. Pero mayoritariamente el peronismo logró, con el norte del regreso de Perón, trabajar con esas tensiones mientras el resto de las fuerzas políticas eran actores de reparto. 
Lo cierto es que desde la llegada del peronismo a la vida política, las otras fuerzas se volvieron actores de reparto, no podían vencer electoralmente al peronismo, lo sacaron del poder a sangre y fuego, lo prohibieron, fusilaron a sus militantes, etc. 
Cuando regresa la democracia por segunda vez (el primer regreso fue la elección que ganó Campora en 1973) en 1983, el radicalismo empieza su derrotero. No puede terminar su mandato. Se muestra incapaz de construir gobernabilidad. Con un facilismo y falta de autocrítica pasmosa, los radicales le echan la culpa al peronismo de su incapacidad. ¿Cómo se resuelve el problema? Con la interna peronista entre Cafiero y Menem. De allí surge el próximo Presidente. Interna resuelta. Sobrevienen diez años de cierta normalidad en términos políticos. Podemos discutir sobre el proyecto menemista de país y sus desastrosas consecuencias que nadie niega. Pero en términos políticos es un proceso estable: elecciones, reforma constitucional consensuada, fin de la amenaza militar a la democracia, cierta estabilidad económica, dos mandatos presidenciales y entrega del mando a una fuerza opositora. Total normalidad. 
Una nueva interna se había ido gestando al interior del peronismo. Duhalde se oponía a la continuidad de la convertibilidad. La elección que ganó De la Rua en 1999 postergó esa interna irresuelta. Otro fracaso radical y la única estructura que queda en pie es el peronismo de la provincia de Buenos Aires con Duhalde a la cabeza quien, lógicamente, accede al poder. 
Hay inestabilidad, el peronismo esta en proceso de reordenamiento. Finalmente, con el apoyo de Duhalde gana Kirchner la elección del 2003, parece un triunfo de Duhalde sobre Menem, pero Kirchner se autonomiza y con Menem ya vencido aparece la lucha interna contra el aparato duhaldista, se salda rápido en la elección legislativa del 2005. Triunfo aplastante de Cristina sobre Chiche Duhalde nada menos que en la provincia de Buenos Aires. Lucha interna peronista ordenada al menos hasta el 2013 con la ruptura de Sergio Massa, y nuevamente normalidad política de doce años, con crecimiento, con inclusión. Estabilidad democrática, fin de mandato sin crisis ni económica ni política, entrega de mando a otra fuerza política de signo distinto.
Es decir, siempre que se entregó el poder a una fuerza política de signo distinto fue porque había una interna irresuelta y producto de esa irresolución se perdió la elección.
Hoy, a meses de una nueva elección presidencial, el peronismo se encuentra en proceso de unificación, aunque con una característica distinta a las anteriores. Si antes las internas se cerraban con la emergencia de un nuevo liderazgo que hegemonizaba por un tiempo al movimiento. Ahora se da una unificación sin un emergente claro de liderazgo, sino con una multipolaridad de factores de poder en la cual ninguno puede  solicitar la rendición de cualquier otro y todos se necesitan mutuamente. Novedoso. Hay que ver que resultado se obtiene. Otras preguntas posibles: ¿Está salada la interna del peronsimo? ¿Es posible saldarla sin un emergente de conducción?
Andando se acomodan los melones.







jueves, 23 de mayo de 2019

UN PERONISMO MULTIPOLAR



A la luz de los hechos resulta claro que el peronismo no tiene una conducción ni un liderzazo central capaz de ser reconocido por el resto de los actores del movimiento. No hay un Perón, ni siquiera un Kirchner o un Menem. Cristina es, para cualquier opción peronista que quiera ganar en las urnas, insustituible por su caudal de votos. Pero no es capaz de ejercer un liderazgo reconocido por todas las partes hacia el interior del movimiento.  Definitivamente Cristina no conduce el peronismo. Hoy el peronismo es un archipiélago de poder en el cual la isla Cristina es la más grande electoralmente, nada más y nada menos.
El poder está repartido. Por supuesto Cristina (y ahora también Alberto). Un poco Moyano, otro poco la CGT oficial, por allí algunos gobernadores (Uñac, Schiaretti, Urtubey, Rodríguez Saa, entre los más importantes), más allá los candidatos que se perfilan ganadores (Perotti, por ejemplo), Massa y su nada despreciable caudal electoral, un poco de la orgánica del partido, los intendentes del conurbano (Insaurralde, Magario y Espinoza, Katopodis, etc.), los movimientos sociales con el Evita a la cabeza. Y cómo atinadamente dice Schiaretti nadie está en condiciones de hacer rendir a nadie.
Este peronismo multipolar si bien no es una novedad, si lo es su persistencia en el tiempo. Podríamos decir que desde 2013 está en este estado. Y la emergencia de Alberto Fernández parece ser la el reconocimiento de ese estado y su posibilidad de persistencia hacia el futuro. Quizá un peronismo menos vertical y más de diálogos (por no decir de equipo, un concepto más bien macrista) entre pares que conservan porciones de poder.  En este estado de cosas la elección de Alberto no es casualidad ni siquiera parece obedecer sólo a una lógica electoral. El mensaje hacia adentro del peronismo es claro. Es el reconocimiento de los espacios de poder de cada uno/a, poderes con los que Alberto deberá fungir de coordinador. Salvo Moreno desde una posición marginal, nadie lo odia a Alberto, tampoco nadie lo ama. Todos lo respetan, nadie se le somete.
Una lógica nueva parece emerger en el peronismo, y como todo en el peronismo no puede ser menos que hija de la necesidad. De la comprensión de la gravedad del momento. Será un camino para aprender a recorrer sin las nostalgias del pasado cuando el líder (el único líder que tuvo el movimiento) era capaz de sintetizar todo y pasar a la acción. Quizá sea más difícil, pero acorde a la máxima según la cual cada militante debe llevar en la mochila el bastón de mariscal. La apelación es la responsabilidad de todos los peronistas para lograr que el pueblo de la Patria no siga sufriendo. El líder somos todos. El peronismo somos nosotros.


lunes, 20 de mayo de 2019

FORMULA Y ANALISIS


Frente a la vacuidad de los publicistas se necesitaba una decisión de políticos profesionales. La jugada tiene riesgos, todas las jugadas posibles lo tendrían en el estado actual de la política argentina, continental y mundial. También, como toda decisión, puede tener efectos no deseados. No obstante, destila una gran responsabilidad, y eso sea quizá lo mejor de todo.
Varios mensajes se desprenden y en múltiples direcciones. A los peronistas que aún no decidieron donde pararse, digamos los gobernadores, se les dice “vengan” con un acto de humildad y grandeza. Vengan que hay lugar para todos y todas y la tarea será ardua, compleja, no sobra nadie. Se descarta que algunos, ya jugados, no van a venir, pero son una minoría. Como entre los votantes, entre los gobernadores hay muchos indecisos. Hacia ellos fue el mensaje.
A los empresarios, “vengan” podemos hacerles ganar dinero nuevamente, diseñemos un plan, ya lo hicimos antes, les fue bien. No se les habla con el corazón, sino con el bolsillo, un lenguaje que entienden mejor.
A las empresas de medios de comunicación, “no hará falta el periodismo de guerra” la grieta ya no vende, muchachos. Siéntense a charlar con Alberto, ustedes saben que él sabe escuchar.
A los mercados, “tranquilos” el peronismo es un león herbívoro. Esta apuesta por la gobernabilidad se podría contar entre los efectos no deseados. Si los mercados se tranquilizan y aportan una extendida paz cambiaria, podrían favorecer las chances de una cierta recuperación electoral del macrismo. Sin embargo, la gobernabilidad es un requisito básico para llegar al poder con posibilidades de encauzar el rumbo de un país que lo ha perdido. Aún favoreciendo al adversario, se privilegia la gobernabilidad en una muestra de responsabilidad inusual en la política argentina. La jugada no es esencialmente electoral, es política de alto vuelo.
Se imponía la necesidad de un acto de grandeza y responsabilidad. Poner nuevamente en acción y en valor a los profesionales de la política es poner en valor a la política misma. Quizá sea también un mensaje que pueda tomar el gobierno, poner a trabajar a los políticos y desplazar a los publicistas y aventureros. ¿Alguien duda a esta altura que el gobierno de Cambiemos funciona mejor cuando predominan Frigerio o Monzó sobre Marcos Peña o Duran Barba? O sea, cuando se hace política en serio.
La publicidad es fugaz, la política es duradera. 70 años de peronismo así lo demuestran.

miércoles, 20 de marzo de 2019

EL HOMBRE Y SU CIRCUNSTANCIA



La fuerte irrupción de Roberto Lavagna en el escenario electoral merece una reflexión profunda en la que se retomen ciertos hechos históricos y se haga un recuento de los procesos sociales que se desarrollaron en la Argentina de los últimos años.
La salida de la crisis económica, social y de representación de diciembre de 2001 fue un camino arduo. El Duhaldismo sentó las bases de la recuperación económica con la gestión de Remes Lenicov y luego (se dice que por sugerencia de Raul Alfonsín) de Roberto Lavagna.  La opción elegida por Duhalde, la pesificación asimétrica (la otra opción, la que planeaban los liberales, cabe recordarlo, era la dolarización) fue la menos nociva para el país, la que permitió preservar la moneda nacional, aunque devaluada. Pero siempre una moneda propia implica soberanía política y abre la posibilidad de la independencia económica. No necesariamente la de la justicia social, y fue el puntapié del camino de la recuperación que en pocos años cristalizó en crecimiento a tasas chinas. Duhalde, no obstante, sufrió las consecuencias políticas de esa devaluación que fue la salida real de la convertibilidad. Los argentinos nos habíamos acostumbrado al uno a uno a costa de la destrucción del aparato productivo nacional y del sistema político de representación. Un peso dejó de valer un dólar (nunca había existido esa paridad en términos reales, pero la posverdad no es nueva ni un invento macrista). Con Duhalde, el que depositó dólares no recibió dólares, pero al menos recuperó, en pesos, algo del dinero que los bancos habían robado con el corralito. No podemos olvidar que Duhalde ya en 1995 decía que había que salir del modelo de convertibilidad. Lo volvió a decir en la campaña presidencial de 1999, elección presidencial que perdió con De la Rua a quién el sosteniendo de la convertibilidad, entre otras cosas,  se lo llevo puesto en helicóptero.
No es casualidad el hacer referencia a Duhalde, puesto que es el principal impulsor de la candidatura de su ex ministro de economía. Cuando las papas quemaban, Duhalde tomó la decisión que hubiera tomado todo buen peronista, la opción nacional que permitía abrir el proceso de sustitución de importaciones, volviendo a tener cierta competitividad a partir de la devaluación de peso; a la vez que permitía a los ahorristas estafados recuperar una parte de sus ahorros. Una decisión contra la dolarización neoliberal.
En términos políticos, la crisis de 2001 fue sobre todo una crisis de representación, en la cual, si bien se vieron interpelados los partidos tradicionales y la autoridad presidencial, en la sociedad argentina no se vio mermado el compromiso democrático para la resolución de los conflictos. De allí la emergencia de dos nuevos espacios de representación, el kirchnerismo (coagulando la cultura de la resistencia al neoliberalismo de los años noventa con eje en el peronismo) y el incipiente macrismo (como reconfiguración del neoliberalismo noventista). No es en vano recordar que las opciones liberales sumadas (Menem y Lopez Murphy) en las elecciones del año 2003 obtuvieron más del 40% de los votos. No obstante, el triunfo kirchnerista, obligó al liberalismo a refugiarse en cuarteles de invierno y desarrollar una estrategia de largo plazo con la creación de un nuevo partido, el PRO. La reconstrucción de la autoridad presidencial fue un proceso en el que se esmeraron tanto Néstor Kirchner, como Cristina y Macri y aparece hoy recuperada. Fueron tres Presidentes que, cada uno a su manera, tomaron el mando. Macrismo y Kirchnerismo surgen entonces a partir de una crisis de representación, es decir son emergencia de esa crisis y, pareciera, que su influencia en la política nacional disminuye en tanto pasa el tiempo y esa crisis se aleja. Si bien la actualidad nos enfrenta a un nuevo escenario de crisis de deuda posible, es muy distinta a la de 2001. Hay hoy una “pesada” herencia de contención social que le garantizó al gobierno macrista gobernabilidad y un último diciembre tranquilo en medio de un brutal ajuste. Reconstruida la autoridad presidencial, quizá asistamos ahora a la reconstrucción de los partidos tradicionales (PJ – UCR). En este contexto es donde crece la candidatura de Lavagna vinculado a un sector muy imporante del PJ, una candidatura alejada de toda épica y sin aires de refundación nacional (dos características del kirchnerismo y el macrismo e inscriptas en la lógica poscrisis), pareciera por fin llegar el tiempo de cierta “normalidad”. Un país normal, rezaba el slogan de Néstor Kirchner en 2003 cuando Lavagna ya era Ministro de Economía de Duhalde y luego lo sería del “país normal” pregonado por Kirchner. ¿Qué es un país normal? En principio un país donde todos nos soportamos. Donde se acepta que hay un otro diferente al que no hay que eliminar, ni encarcelar, ni perseguir. Tendrán que convivir gorilas y peronistas.  Pero un país normal es también uno donde todos comen, donde los sueldos alcanzan para pagar la luz y el gas, donde los trabajadores tienen derechos.  Lavagna puede garantizar esperanza en estos dos sentidos. Un país menos ideologizado donde todos coman y con ciertos consensos básicos para enfrentar una situación de crisis. Así fue su momento de referencia durante sus años al frente de economía. Como dice mi amigo Lucas, el reino de los grises.
Además de la experiencia exitosa en renegociación de deuda con el FMI (algo que se descarta que cualquier gobierno que asuma en diciembre de 2019 deberá encarar), la otra condición deseable que abre la puerta a los consensos detrás de su candidatura tiene que ver con la edad, y la idea de que un gobierno de Lavagna sería sólo de 4 años. Situación que entusiasma a los ansiosos, sean peronistas, radicales, macristas y kirchneristas. La idea de no reelección daría también cierto aire a un eventual gobierno para tomar medidas con libertad sin condicionamientos electorales.
Porque el hombre es siempre él y su circunstancia.

martes, 19 de febrero de 2019

EL PODER NO ARGUMENTA



Puede resultar llamativa la poca habilidad discursiva del Presidente, su torpeza en el manejo del lenguaje que se hace extensiva a la comunicación general del oficialismo plagada de frases vacías del estilo "haciendo lo que hay que hacer", que dejan al sujeto que la recibe en la situación de completar esa slogan con su propia creencia. Ante el sinsentido, el sujeto dota de sentido la frase con su propia mirada, sus anhelos, su necesidad. Pero más allá de la estrategia comunicacional efectiva para vender una marca de dentífrico o una gestión de gobierno, hay una pobreza conceptual y de capacidad argumentativa en la mayoría del elenco presidencial. Incluso entre aquellos que parece mas dotados para elaborar  discurso del equipo de gobierno como es el caso de Marcos Peña. Creemos que no sólo responde a una estrategia publicitaria sino que es casi una ontología de aquellos que han sido criados en espacios de mucho poder y que desde jóvenes han ejercitado el poder mismo al frente de sus empresas familiares. El poder no argumenta, comunica decisiones sin necesidad de explicar a sus subordinados el por qué de las mismas. Se sienten facultados para tomar decisiones sin argumentar razones, salvo entre sus pares, socios, accionistas. En ese sentido no hay necesidad en el plantel de gobierno de haber aprendido los dotes del argumento racional, sino sólo la manera de comunicar de forma eficiente, es decir para que la decisión tomada sea aceptada sin reparos por los subordinados. Esa lógica patronal parece encontrar un freno en la institucionalidad de la democracia y su división de poderes. Por esto el gobierno macrista cada vez se vuelve más reñido con la democracia, intenta reemplazar a los jueces que le ponen freno, se obsesiona con los decretos para vulnerar el Congreso y rehuye siempre de toda discusión sobre sus decisiones, Porque tanto en las cámaras de diputados y senadores como frente a la justicia, se necesita argumentar racionalmente una decisión para lograr legitimidad. Son espacios en los cuales los discursos publicitarios vacíos y las apelaciones a la creencia de futuros venturosos no tiene gran efecto. La ontología de los poderosos no requiere del aprendizaje del argumento racional justificativo simplemente porque nunca lo han necesitado sino más bien todo lo contrario. Es condición del ejercicio del poder patronal no necesitar de ese tipo de conocimiento.



lunes, 18 de febrero de 2019

EL REGRESO DE LOS GIGANTES


Agotándose ya los estertores de la crisis económica, política y de representación ocurrida en diciembre de 2001 que dio lugar al aparente corrimiento de los dos partidos nacionales tradicionales, el PJ y la UCR, de la centralidad política, comenzamos a asistir al rearmado de un orden bipartidista que nunca murió, se sostuvo en las provincias con obstinación, astucia y capacidad de adaptación
Que no haya habido un diciembre violento a fines de 2018, a pesar de la degradación social que provocó la política del gobierno de Cambiemos, habla del final de un ciclo, de la salida paulatina del trauma post 2001. Cuando aquel diciembre ya lejano explotó todo, la sociedad voló por los aires porque no había ni siquiera un atisbo de esperanza en una construcción política capaz de articular y representar la rabia y la desazón del pueblo. La última gran esperanza que había sido el FREPASO había naufragado en su propia incapacidad. Una de las pocas estructuras que quedaba en pie fue el PJ de la provincia de Buenos Aires, que de echo se hizo del poder, enhorabuena. 
Si este último diciembre pasó sin violencia ni saqueos, es en parte porque existe una representación renovada. Y existe a los dos lados de la fractura social, de la perezosamente llamada "grieta". Esa fractura expuesta que comenzó a visualizarse en 2008 fue el comienzo de la rearticulación de las representaciones democráticas en Argentina. Fue el inicio de la salida la crisis del 2001. Y como no podía ser de otra manera, se desarrolló por fuera de los dos partidos nacionales tradicionales. Así dio emergencia a nuevos liderazgos. Kichnerismo y macrismo son los emergentes de esa crisis. EL PRO lo entendió más rápido y armó el partido que vendría a reemplazar a la vieja UCR, en cambio el kirchnerismo se mantuvo en la política de armar frentes y sólo tardíamente, como suele marcar el atinado Turco Asís, se armó el frepasito tradío de La Doctora, que es Unidad Ciudadana.
Ese gran analista de la sociedad argentina que es el sociólogo Ricardo Sidicaro dijo alguna vez: "cuando dijeron "que se vayan todos" se fueron los partidos". No sólo habían perdido credibilidad luego de la experiencia menemista y aliancista en la que ambos partidos históricos, al estilo español (PP / PSOE), habían abrazado la causa neoliberal del consenso de Washington, sino que también había sido destruida la autoridad presidencial.
Entre los muchos aciertos del gobierno de Néstor Kirchner, se cuenta la reconstrucción de esa autoridad perdida, una reconstrucción en la cual el Presidente ejerce el poder. Una continuidad en la que acertadamente insistió Cristina y que, aún en las antípodas ideológicas de los dos anteriores, continua el Presidente Macri. Nadie puede negar que Macri ejerce el poder, siempre lo había hecho aún fuera de la función pública. Ese ejercicio está en su naturaleza histórica (si es que es posible una expresión semejante, es decir, a pesar del oxímoron).
Ya reconstruida esa autoridad, le llega el turno a los partidos (cuando hablo aquí de partidos me refiero específicamente a la UCR y el PJ). 
Cuando el kirchnerismo dejó el poder en diciembre de 2015 quedó con representación parlamentaria, pero en cargos ejecutivos no pudo construir en doce años de gestión nacional una sola gobernación propia. Se fue del poder  con la misma gobernación de la que salió el proyecto, la Santa Cruz de los Kirchner gobernada ahora por Alicia. Es decir, nada. El kirchnerismo fue ese proyecto que montado sobre la crisis de los partidos tradicionales, tejió alianzas con gobernadores, principalmente del PJ aunque no únicamente, que le aportaron al estructura nacional y le dieron gobernabilidad. 
¿No pasa lo mismo con el macrismo? El PRO tiene dos territorios propios, CABA y la Provincia de Buenos Aires, aunque esta última en un frágil equilibrio de cogobierno con sectores del peronismo renovador y la UCR, sin los cuales naufragaría. El sueño de ganar Córdoba con Baldassi duró menos que el intento de Del Sel en Santa Fe. La UCR le marca la cancha en el interior y hasta el Movimento Popular Neuquino lo condiciona. Por su parte, los gobernadores peronistas (que nunca debe olvidarse que son la amplia mayoría) ya están en el armado de la reconstrucción del PJ. Es decir, si el macrismo dejara el poder en las próximas elecciones, lo más  probable es que vuelva a ser el partido vecinal de CABA con una buena representación parlamentaria nacional.
Pareciera que, pasada la pantalla de la crisis de 2001, asistimos a la lenta reconstrucción de los partidos tradicionales, PJ / UCR, con una nueva configuración de alianzas y filiaciones ideológicas emergentes del 2001 y articuladas a partir de la llamada grieta, dentro de cada partido. Existen, a mi juicio, dos grandes clivajes: 1) nacionalistas vs globalizadores (En sus programas económicos), es quizá el más importante porque es el que verdaderamente divide entre PJ y UCR. 2) Conservadores y liberales (en términos de ciudadanía, no de economía). Este segundo clivaje atraviesa horizontalmente los dos partidos. Y es el que da lugar a las internas partidarias. En el PJ este clivaje puede expresarse en la dicotomí a Pichetto /Cristina y en la UCR, por ejemplo, en la distancia entre Alfonsín y Gerardo Morales. En uno y otro partido las estructuras tradicionales (UCR / PJ) del interior del país representan generalmente el espacio conservador de cada fuerza, mientras que los liberales suelen centrarse en las zonas urbanas.
Sería sano para el sistema democrático argentino que esta incipiente reconstrucción se desarrolle y permita dirimir en las internas partidarias (las PASO han sido una gran herramienta en este sentido) cual será la facción de cada partido que liderará. Una reconstrucción bipartidista al estilo Republicanos vs. Demócratas, o para explicarlo en términos autóctonos: "el gana conduce y el que pierde acompaña".

viernes, 16 de noviembre de 2018

APUNTES SOCIOLÓGICOS PARA VOLVER MEJORES

Durante los catorce años de gobierno peronista (2001-2015) el Estado, como esfera de acción a partir de la cual se desarrolla la política social,  volvió a tener una centralidad inusitada y necesaria para reconstruir la sociedad que había quedado devastada después de la experiencia neoliberal que dominó la década del noventa. Pero es probable que haya existido una contradicción profunda en el funcionamiento estatal durante los catorce años durante los cuales primó el crecimiento económico. Si  bien las intervenciones del Estado tuvieron un poderoso efecto homogenizador, igualador e inclusivo, proveyendo beneficios directos e indirectos a los sectores más necesitados y también a las clases medias que habías sufrido la pauperización neoliberal, no deberíamos descuidar un aspecto menos advertido del tipo de acción estatal que se desarrolló: esto es que ese tipo de funcionamiento estatal produce a la vez efectos individualizantes, puesto que los beneficiarios de los servicios al ser homogenizados y enmarcados en categorías jurídico-administrativas que los hacen portadores de derechos, son privados de su pertenencia concreta a colectivos reales. Cuando se les procura a los individuos ese “paraguas” que es el seguro de asistencia a través de la estructura estatal de forma directa, se los autoriza a la vez a librarse de todas las comunidades y pertenencias posibles empezando por las solidaridades elementales de la vecindad.
Si bien los poderes públicos durante esos años recrearon la protección y el vínculo, lo hicieron en un registro totalmente distinto del de la pertenencia a comunidades concretas. Al establecer regulaciones generales y fundar en ellas derechos objetivos, el Estado ahondó aún más la distancia con los grupos de pertenencia que perdieron su razón de ser como redes proveedoras de protección. Las protecciones sociales directas les permitieron a  los individuos conjurar los riesgos de la anomia social a la vez que liberarse de cualquier pertenencia comunitaria, contribuyendo al desarrollo del individualismo.
Cuando se ve la política social llevada a adelante desde este punto de vista, se comprende mejor el por qué de que sectores que habían sido beneficiados por la política social del peronismo eligieron en 2015 una opción electoral cuya base ideológica está fuertemente fundada en el individualismo y que entiende la sociedad como una competencia de individualidades en el mercado.
No sería justo cargar todas las tintas sobre el desarrolló de una cultura individualista a una acción estatal que se puso en marcha en plena emergencia luego de diciembre de 2001. Pero no se puede negar su colaboración con la ruptura de toda pertenencia comunitaria e identidad colectiva.
La descentralización de la política social llevada adelante por el Estado, y la utilización de organizaciones intermedias de la sociedad civil, de los movimientos sociales, sindicatos, clubes de barrio, puede colaborar a reorganizar el lazo social y comunitario, permitiendo instancias de organización popular que colabore en la llegada de los programas sociales de una manera diferente a cómo se realizó en la última experiencia peronista, para conjurar los riesgos de los procesos individualizantes que pueden favorecer a nuestro adversarios históricos y a la vea debilitar la necesaria solidaridad en la que se funda una sociedad más justa e igualitaria.

lunes, 12 de noviembre de 2018

¿EL FIN DE UNA UTOPÍA?


Desde el fin de la segunda guerra mundial, después del surgimiento de los totalitarismos no comunistas en Europa continental (Italia, Alemania, España), en occidente se llegó a una serie de acuerdos básicos para ingresar en un nuevo período bajo ciertos valores de la democracia liberal como la protección de los derechos individuales de ciudadanía y la importancia del respeto por la vida por encima de cualquier otro valor. Era lógico, después de las masacres totalitarias y las dos guerras mundiales, después de Auschwitz, Hiroshima y Nagasaki. Así las democracias occidentales se erigieron como modelo de humanismo frente a los totalitarismos de toda índole, occidentales u orientales e incluso tercermundistas. La vieja Europa, destruida por dos guerras mundiales en 30 años, perdía al fin su hegemonía económica y cultural, los fascismos y el totalitarismo nazi fueron quizá la respuesta desesperada de una parte de esa Europa decadente que veía caer su hegemonía a manos de los  Estados Unidos desde el oeste y de la Unión Soviética desde el este.
Cuando se ve amenazada una hegemonía económica (y esto siempre pasa en contextos de crisis) y cultural una des las respuestas posibles es el totalitarismo, el autoritarismo que intenta conservar viejas jerarquías sociales se funde con dispositivos de control social para cerrar un círculo vicioso de odio, terror y muerte.
Esta breve reseña de una lectura posible de los totalitarismos de occidente durante la primera mitad del siglo XX, nos puede servir para analizar la hora que nos toca. Puesto que el consenso surgido de esa posguerra parece haber llegado a su fin y se erigen nuevamente discursos de odio racial, discursos y acciones de gobierno fundadas en creencias en supremacías étnicas y culturales asociadas a las económicas y militares. ¿Puede este resurgir del odio autoritario corresponderse a un cambio en la hegemonía económica y cultural del mundo? ¿Puede ser, como creemos que lo fueron el fascismo y el nazismo, la respuesta desesperada de un imperio decadente que ve peligrar su hegemonía económica y cultural?
Una suerte de hipótesis podría plantearse para  explorar el resurgimiento del los autoritarismos y el retroceso de las democracias liberales en occidente. Lo que planteamos más arriba y que se equipara con el surgir autoritario de la primera mitad de siglo XX. Sólo que esta vez la hegemonía mundial estaría mudándose desde los Estados Unidos y sus zonas de influencia económica y cultural (occidente en su mayoría) hacia China, nueva potencia imparable en incesante avance. Este cambio hegemónico  genera el resurgir de autoritarismos reaccionarios mediante los cuales el poder hegemónico norteamericano en retroceso busca hacer frente al avance chino. Formas autoritarias de una organización social cada vez más jerarquizada y cristalizada en sus desigualdades mediante coacciones concretas de las fuerzas de seguridad (el modelo israelí de gobernanza), aseguran además la precarización de la fuerza de trabajo y combate las reacciones propias de la pauperización social avasallando derechos y libertades individuales y colectivos. Pero además, y esta es la segunda parte de la hipótesis, romper toda la legislación laboral elaborada por el estados de bienestar, destruir las seguridades sociales, permite a occidente imitar el modelo económico chino de gran escala con mano de obra hiperexplotada para poder competir en igualdad de condiciones con el gigante asiatico. Es decir, ante la prueba incontrastable del triunfo económico de la forma de producción china, basada en la hiperexlotación de mano de obra y sustentada en un sistema autoritario con libertades muy restringidas, las potencias de occidente se someten a esa deriva resignando el consenso humanista democrático de pos guerra y optando por una forma adaptada del autoritarismo poscomunista de la China actual que ha podido transformarse en un modelo “exitoso” desde el punto de vista empresario de la relación entre costos y beneficios. Otra forma de resistir a la nueva hegemonía mediante la imitación de su modelo productivo, parece poner fin al sueño utópico de la democracia liberal (liberal en términos de ciudadanía. No debe entenderse el adjetivo liberal vinculado al liberalismo económico) que fue hasta ahora garante del  proceso de avance de la ciudadanía.
El modelo chino se extiende a otras áreas de la planificación social de lo que podríamos empezar a denominar las exdemocracias occidentales, por ejemplo a través del llamado Lawfare, Guerra Judicial. Proceso mediante el cual se utiliza la justicia para situar al adversario político fuera de la ley, tomado de manuales de instrucción del ejercito comunista chino y adaptado a las necesidades de las potencias occidentales. Se trata sobre todo de poner fuera de la ley a los líderes de procesos que se resisten a la deriva autoritaria de occidente y a las pérdidas de derechos de los trabajadores, por eso sus principales víctimas son líderes políticos y sindicales que concitan gran apoyo popular y/o grandes  organizaciones de poder sindical. Esta modalidad de inhabilitación política restringe aún más los cada vez más debilitados derechos de ciudadanía y refuerza el carácter autoritario. No es casualidad que esa práctica antidemocrática se haya tomado, justamente,  de China.
En resumen, el avance hegemónico de China con su modelo autoritario de hiperxplotación obrera y  producción a gran escala se impone al mundo. Occidente, a través de la acción de sus potencias, reacciona por imitación a ese modelo que en términos de competencia comercial se revela exitoso, al costo de resignar los avances democráticos de ciudadanía y las protecciones sociales. Pero aún hay algo peor en la torpe respuesta imitativa de las potencias occidentales. En China, por ser una deriva de un modelo originalmente comunista, no existe la desafiliación social, la exclusión. Hiperexplotados pero incluidos. En occidente, que viene de las desigualdades que provoca el mercado, a la pérdida de libertades y derechos de ciudadanía, a la precarización del trabajo, a la hiperxlotación, se suma también la exclusión y la desafiliación social.


viernes, 26 de octubre de 2018

SIN CLIENTES NO HAY EXPLOTACIÓN



El título de este texto hace referencia a una frase que se suele usar para condenar la trata de personas para explotación sexual. Sin clientes no hay trata, se dice. Es decir no hay explotación sexual. No veo por qué debería reducirse sólo a la explotación de tipo sexual.
Mucho se ha escrito sobre la nueva modalidad laboral que se da a través de la aplicaciones para teléfonos celulares, las apps, que permiten la hiperexplotación y precarización laboral de miles de personas formando un ejercito de cadetes en bicicleta, sin ningún tipo de derecho ni protección social.
Ejercito de jóvenes que quedan a merced de los caprichos de consumo de una sociedad que va perdiendo toda empatía con el otro.
Poco le importa la condición laboral de esos jóvenes, si tienen que pedalear 50 kilómetros diarios por un sueldo de miseria, con 40 o 0 grados de temperatura, bajo lluvias torrenciales o tormentas de viento, al cliente que sentado en la comodidad de su living, celular en mano, pide satisfacer su antojo de tacos mejicanos o un kilo de helado de dulce de leche granizado mientras mira la nueva serie de moda en Netflix.
Esa falta de empatía, de ponerse en el lugar del otro, esa ruptura de lazo social que promueve el individualismo extremo asociado a la cultura del consumo, es lo que permite el surgimiento de negocios de este tipo, basados en la explotación y la precarización de la vida de los trabajadores privándolos de todos sus derechos.
La perversión, es decir la inclinación a satisfacer los deseos sin medir las consecuencias, se vuelve evidente tanto en la trata para explotación sexual como en el trabajo precarizado de las app, donde al otro se lo entiende sólo como instrumento de la consecución de un deseo privándolo de su condición humana. Instrumento tanto para los clientes como para los dueños de las empresas, los jóvenes pedaleadores que hoy pueblan las calles de la ciudad de Buenos Aires son la evidencia palpable de la deshumanización de las relaciones sociales.
Lo que generalmente se escribe sobre ellos tiende a describir la explotación a la que son sometidos, creo que deberíamos apuntar al otro extremo de la relación, el cliente de estas aplicaciones. Porque es en esa instancia de la relación de intercambio donde se vuelve imprescindible la toma de conciencia que permita reconstruir lazos de solidaridad más humanizados, donde el otro no sea percibido como instrumento de placer y satisfacción de deseos, y a la vez bajar los niveles de consumo superfluo e innecesario. Deshumanización, explotación, consumismo y perversión social, son las bases sobre las cuales se erige tanto el sistema de trabajo de las app como la explotación de tipo sexual. Por eso entendemos que sin clientes no hay trata y tampoco hay explotación.

viernes, 21 de septiembre de 2018

ESTADO Y SOCIEDAD CIVIL, EL REGRESO DE UNA VIEJA DISCUSIÓN



Para comprender uno de los acuciantes problemas sociales actuales, hay que regresar a una vieja discusión de la política: la distinción entre Estado y Sociedad Civil. Problema que ya estaba planteado desde los orígenes del sistema de gobierno que se desarrolló luego de la caída del feudalismo, o sea, desde el advenimiento de la burguesía y su llegada al poder, con su cúmulo de ideas (Igualdad, Libertad, Fraternidad, Propiedad Privada) y el poder desplegado del dinero acumulado a partir del coloniaje, el desarrollo industrial y comercial.
En esos orígenes de la  modernidad, la idea de Sociedad Civil surge a la vez como el espacio de lo privado y del control al poder estatal. Es la Sociedad Civil la que va a poner límite al poder estatal, aunque delegue en éste el uso legítimo de la fuerza. Todas las ideas de separación de poderes, de soberanía popular, del voto y la representación, los códigos de gobierno, buscan limitar el poder del Estado. Aparecen así dos esferas diferenciadas: la Sociedad Civil como el espacio de la individualidad, de la “libertad” y la desigualdad, del mercado, donde se reproducen las relaciones de poder y privilegio que otorga la división de clases; y el Estado como espacio de la igualdad abstracta en el que el hombre es concebido como especie, donde todos son iguales ante la ley. Individuos conforman la Sociedad Civil y ciudadanos el Estado.
Esta distinción primera de la modernidad occidental se ve trastocada en la actualidad, puesto que el crecimiento desmedido de la desigualdad en el ámbito de la Sociedad Civil ha invertido el esquema de poder y los espacios de control del mismo. El espacio de la Sociedad Civil, a través del desarrollo global del mercado y de la financierización de la economía se ha vuelto supraestatal, vulnerando el pacto contractual originario en el cual la Sociedad Civil delegaba en el Estado el poder de decisión sobre las cuestiones fundamentales y estratégicas de las naciones.
Cuando el ámbito de la desigualdad avanza sobre la estructura estatal que representa la igualdad (aún abstracta), el poder del dinero se expande hacia el espacio en que debería quedar suspendido y de esta forma se avanza hacia una estructuralidad de la desigualdad. Es decir, ya no hay igualdad ni siquiera en el ámbito de la ciudadanía, ni siquiera la igualdad formal ante la ley.
En estos momentos se impone una inversión respecto a lo que pasaba en el siglo XVIII, XIX o incluso en gran parte del siglo XX, en la relación entre Estado y Sociedad Civil.
Es hoy el Estado el que debe poner límite al avance de la Sociedad Civil como reino de la desigualdad, para reinstaurar la igualdad. Sin equilibrio entre Estado y Sociedad Civil se va siempre hacia sistemas autoritarios. Cuando prima exageradamente el Estado, se vuelve autoritario por el poder de represión y censura; cuando se excede la acción de la Sociedad Civil, se vuelve autoritario por el poder y el privilegio que otorga el dinero. Reinstaurar el equilibrio perdido entre Estado y Sociedad Civil es la tarea del ahora, para la construcción de una sociedad armónica, menos violenta y menos autoritaria. Es el Estado el que hoy debe poner límite a la Sociedad Civil, es decir, moderar el apetito individual. El avance de lo privado sobre la estructura estatal es evidente. Se impone una defensa del Estado para recuperar esa centralidad perdida y que la Sociedad Civil vuelva a ser el ámbito del control del poder estatal y no su reemplazo.
El ejemplo más brutal de esta inversión es el desembarco de empresarios del mundo privado a hacerse cargo de la gestión estatal. Esta confusión entre Sociedad Civil y Estado amenaza los cimientos de la democracia moderna tanto como lo hicieron los totalitarismos del siglo XX, y nos sume en el riesgo de la desintegración social.

miércoles, 4 de abril de 2018

EL SUEÑO MACRISTA DEL FIN DEL SALARIADO


El tan mentado "cambio" es un apuesta ambiciosa y compleja. Busca modificar las relaciones sociales, los valores culturales y la estructura económica de la Argentina. En este sentido, parece necesario preguntarse por qué tipo de trabajo y de trabajador se busca  construir desde el poder gubernamental.
Dejado ya de lado el optimismo sobre la teoría neoliberal propio de los años noventa, en esta nueva etapa de lo que podríamos llamar "posneoliberalismo" ya no se cree en las virtudes del proyecto económico como generador de riqueza que se pueda distribuir socialmente por derrame, sino que sólo se busca el control de los daños a través de la estructura asistencial del estado mientras se enriquecen los tradicionales sectores oligárquicos vinculados a la exportación de materias primas y los grandes pooles financieros transnacionalizados, cuyos CEO´s forman el plantel de gobierno que gestiona el estado.  Es decir, ya no caracterizaría al gobierno macrista como neoliberal sino como un gobierno oligarquico posneoliberal, consciente de que su proyecto económico incluye a un sector de la sociedad y deja afuera otro muy amplio, al cual debe controlar mediante represión, propaganda y asistencialismo para conservar gobernabilidad y continuar con sus negocios.
La promocionada cultura del "emprededurismo" que difunde el gobierno macrista, cuyo ejemplo quizá más extremo sea el desembarco de Uber en la Argentina, es una de las apuestas del gobierno hacia los sectores de población económicamente activa que ya no tendrá lugar como asalariado de empresas privadas ni dentro de la estructura del empleo público. ¿Qué implica para el trabajador el "emprendedurismo"? En primer lugar, al dejar de ser empleado pierde todos los derechos que asisten al trabajador (aguinaldo, vacaciones pagas, obra social, seguro de riesgos del trabajo, salario familiar etc.) derechos mayormente consagrados a partir del primer gobierno peronista, que son claves del mundo sindical y que conforman la cultura del trabajo en argentina desde hace 70 años. Esos servicios sociales  que los sindicatos y el estado brindan a través de aportes de sus trabajadores, es decir a partir de un sistema solidario de recaudación, ahora deberá pagarlos, cuando pueda, a partir de su sólo esfuerzo individual el "nuevo emprendedor" que promueve la cultura macrista. Y si no puede pagarlo será por su propia inapacidad de venderse eficientemente y ser competitivo autoexplotándose.
Una frase que fue quizá el "summun" del noventismo la pronunció Adelina Dalesio de Viola en pleno auge menemista: "Ma´que proletarios... Propietarios". Con esa idea fuerza se intentaba convencer a los trabajadores despedidos de las empresas públicas privatizadas de que era una gran oportunidad para sus vidas pasar a ser "empresarios" y ya no depender de un patrón. Proliferaron así las agencias de remises, los parripollos, los maxikioskos, los todo por dos pesos, las canchas de paddle. Todos negocios producto del desempleo y el dinero de los retiros voluntarios. Casualmente esta semana el Presidente Macri puso en práctica una nueva reglamentación de promoción de retiros voluntarios en el estado. La crisis económica que duró desde 1998 hasta 2004 se llevó puestos los sueños de esos "emprendedores", existiendo hoy, a solo pocos años de ese auge de "propietarios", unos pocos de esos negocios en modo de suprevivenvia y precaridad como son las remiserías.
Hoy una nueva apuesta similar tienta a los destinatarios del desempleo con manejar un auto para Uber o, aquellos con un poco más de capital, poner un local de cerveza artesanal. Los ex trabajadores asalariados pasan a ser "dueños" de sus vidas, empresarios, y su éxito o fracaso dependerá solamente de su capacidad de volverse competitivos. Esto, lógicamente, esconde el pequeño detalle de que no todos están en las mismas condiciones para la competencia en una sociedad signada por la desigualdad de capitales económicos, culturales, sociales y simbólicos. Lo que lleva  a solidificar las desigualdades pero trasladando la responsabilidad a los propios individuos. Los que fracasen, en el esquema macrista, será por su propia incapacidad, su poco espíritu emprendedor, su escasa capacidad de adaptación, etc.. Una suerte de selección natural que premiará a los exitosos, desconociendo los diferentes puntos de partida en términos de capital. Este traslado de responsabilidad a los individuos parte de la creencia (desestimada por todos los estudios de las sociedades de los últimos 150 años) de que la sociedad es una suma de individuos egoístas que se mueven sólo en función de sus intereses. Si así fuera la sociedad sería muy similar al estado de naturaleza del que hablaba Thomas Hobbes. Una guerra de todos contra todos mediada por la competencia comercial, parece ser la sociedad proyectada por el macrismo, y resulta la consecuencia lógics en un contexto así el crecimiento exponencial de la violencia en todas sus formas.
El cambio cultural en el mundo del trabajo que propone el gobierno de Cambiemos, busca borrar todos las seguridades sociales construidas por las luchas de los trabajadores, para introyectar una falsa meritocracia que borra las desigualdades de origen en que los "emprendedores" se lanzan a la competencia, y que siempre otorgará el triunfo a aquellos que arranquen con mayor capital, disfrazando de éxito logrado por el esfuerzo y cierto "don" lo que en realidad es un carrera donde los mas ricos y preparados correrán siempre con amplia ventaja y serán los triunfadores del modelo.
Terminar con las seguridades que brinda el mundo del asalariado (que para los empresarios son costos) es terminar con el asalariado mismo. Cada vez más las grandes empresas se desprenden de las obligaciones sobres sus trabajadores apostando a la tercerización donde empresas de servicios asumen los riesgos de los juicios laborales por el trabajo precarizado. El sueño último del empresariado, ganar dinero con el costo más bajo posible y la cantidad mínima de empelados se cumple en el mundo de la finanzas que es la clave lógica detrás de la cual se constituye el modelo macrista. Por eso la apuesta nunca será por la producción y el empleo.
Se da una reducción de las prestaciones sociales al mínimo posible que permita a los empresarios que dirigen la gestión estatal seguir acumulando más y más capital, el estado interviene para garantizar las ganancias empresarias en detrimento de las mayorías populares, lo hace en su función represiva, educacional, asistencial y de propraganda, proyectando un cambio cultural que afecta la subjetividad de los individuos y pone en crisis todas las certezas éticas en las cuales se funda el estado de derecho.







martes, 6 de febrero de 2018

EL CASO CHOCOBAR Y EL DERECHO A LA VIDA




Que el neoliberalismo es un proyecto de deshumanización social ya no caben dudas.
La civilización que la humanidad supo construir a través de sus legislaciones más avanzadas en función de garantizar sobre cualquier otro valor el de la vida humana, es puesto en duda por el neoliberalismo para el cual el valor de la propiedad, de los bienes y del orden social desigual se sitúa por encima de la vida humana. 
Se puede matar, en el manual de este moderno neoliberalismo, si es para proteger un bien, un derecho de propiedad o el orden social injusto y desigual que intentan cristalizar Es decir, hay cosas que están, para los valores de esta ideología, por encima de la vida humana. Nada parecen recordar de las devastadoras guerras del siglo XX con sus millones de muertos, después de las cuales la humanidad decidió, al menos en su mayor parte, darse un nuevo cuerpo normativo que pusiera el derecho a la vida por encima de cualquier otro.
El caso del policia Chocobar, quién fuera de servicio mató por la espalda a un ladrón cuando este escapaba luego de apuñalar a una persona para robarle, deja en evidencia a través de la actuación posterior del Presidente Macri quien lo recibió y casi lo condecora, el desprecio profundo por la vida que tienen los funcionarios del actual gobierno. Sobre todo por la vida de los pobres, grupo social del que forman parte tanto el policía Chocobar como el joven ladrón asesinado por éste.
La persistencia del llamado "estado policial" que obliga a los efectivos policiales, según los estatutos de las fuerzas, a actuar aún cuando están fuera de su horario de trabajo y los habilita a la portación de
armas, es uno de los problemas fundamentales que llevan a la pérdida de vidas tanto de policías como de ciudadanos que puedan estar cometiendo delitos. Además de constituir un caso flagrante de precarización y superxplotación laboral, ya que el policía estaría así "de servicio" las 24 hs. del día, trabajando sin paga y con un riesgo más alto que el que su ya riesgoso trabajo implica, y con el agravante que al actuar en "estado policial" suele estar en soledad, sin apoyo ni instrumentos de comunicación para pedir refuerzos, lo que lo motiva a actuar de forma más violenta tanto por temor como por impericia. La mayoría de las muertes de policías y presuntos delincuentes se dan bajo en la situación de "estado policial". Esta vetusta y peligrosa reglamentación interna de las fuerzas de seguridad aún pervive en los estatutos policiales. Pero fue eliminada, enhorabuena, en la nueva Policía de la Ciudad. Este hecho demostraría que los nuevos estatutos policiales, más modernos, dejan de lado el estado policial porque pone en riesgo tanto la vida de los efectivos como de los presuntos delincuentes y de la ciudadanía en general.

La irresponsabilidad del acto de "premiación" del policía Chocobar que el Presidente Macri llevó adelante, habilita el accionar violento de las fuerzas represivas estén o no de servicio,constituyéndose en un riesgo para la vida humana en general, propiciando tiroteos en la vía pública y con riesgo de una escalada de violencia generalizada. Y pone en situación precaria la vida de los ciudadanos sean o no delincuentes y de los mismos policías.
Pero como empezamos diciendo, el respeto por la vida humana que tienen los funcionarios del gobierno es nulo, sobre todo si es vida de pobres, sean estos policías, ladrones o simples ciudadanos.

lunes, 18 de septiembre de 2017

NEOLIBERALISMO DE ESTADO




La diferencia entre al teoría y la práctica no tiene ideología. Logra tanto que las ideas libertarias del marxismo se transformen en el más brutal estalinismo, como que las bondades del libre mercado y el estado mínimo mute en un estatalismo liberal autoritario. 
La primera experiencia neoliberal en Argentina ocurrió durante la década del 90. Se tomó la teoría y se aplicó con entusiasmo. Cirugía mayor sin anestesia. Achicamiento del estado, venta de las empresas públicas, flexibilización laboral, privatización generalizada, endeudamiento a mansalva. Quizá en ese momento los encargados de difundir y aplicar la teoría económica, social, política y cultural neoliberal confiaban en los resultados de la misma: derrame de la riqueza que generaría una distribución del ingreso desigual pero que alcanzaría para que los sectores populares se vieran beneficiados a partir de ciertos excedentes de las ganancias de los sectores más favorecidos. Una cierto optimismo ingenuo, digamos para ser benévolos, creyó en el retiro general del estado, incluso y sobre todo en su función asistencial. El final de esa experiencia, que no creyó en las advertencias sobre en el desastre social que se estaba generando a partir de esas políticas, fue 53% de pobreza, 25% de desocupación, crisis de deuda, grandes porciones de la población cayendo en la indigencia y la desafiliación social, lo que provocó una suerte de ruptura del contrato social y empujó a la desobediencia civil hacia un estado que se hubo retirado tanto que ya no era capaz de brindar a sus ciudadanos ni las más mínima cobertura y seguridad.
La práctica mostró los límites y las deficiencias de aplicar la teoría neoliberal sin reparos confiando en las bondades de la misma.
Para la segunda experiencia, que es la que estamos viviendo ahora, se tomó en cuenta la anterior, se refinaron los mensajes, pero sobre todo se dejó de pensar al estado como un obstáculo al neoliberalismo para entenderlo como el único garante de su aplicación. Es en este sentido en que podemos empezar a pensar el neoliberalismo de estado. Es decir, la aplicación de políticas económicas y culturales neoliberales con la fuerte intervención estatal en varios sentidos funcionales. Por un lado como facilitador de grandes negocios, en esta dimensión no hay cambio respecto de la primer experiencia, sólo que se ha eliminado la mediación política, se terminó la época del lobby, son los mismos empresarios quienes ejercen la funciones dirigenciales del estado. Los intereses del estado y los de las empresas se confunden hasta superponerse, pero los resultados son siempre a favor de las ganancias empresarias que son ahora la razón de estado. Pero la gran novedad es la utilización y valoración del estado en su función asistencial, es decir como garante de gobernabilidad por una vía que se agrega a la represiva y que había sido despreciada durante la primera experiencia. Se comprendió que era necesario brindar un apoyo estatal allí donde las bondades de la economía de libre mercado no llegará. El reconocimiento de esta realidad deja ver que ya no hay una confianza en el éxito del neoliberalismo sino una planificación para morigerar sus consecuencias de desempleo, precariedad social, desafiliación, indigencia, etc. A través de la estructura asistencial del estado por un lado, y de la utilización de sus fuerzas represivas por otro. Quienes llevan adelante hoy las políticas neoliberales están precavidos de las consecuencias del modelo y usarán todo el poder del estado para, de todas formas, garantizar las ganancias empresarias que son la nueva razón de estado y diferir, a través del asistencialismo estatal, lo más posible en el tiempo la respuesta de los desfavorecidos. Este cambio es sustancial en relación a la experiencia primera del neoliberalismo en Argentina, porque muestra el fracaso del sistema teórico y su adaptación autoritaria y asistencial en la práctica. Ya nadie duda de que el neoliberalismo genere pobreza, desempleo, indigencia, precariedad laboral y social para amplios sectores de la sociedad. Ahora de lo que se trata es de aplacar la respuesta de estos sectores mientras sea posible mientras la razón de estado, las ganancias empresarias, van en aumento. Es decir, el neoliberalismo de estado parte de la experiencia del fracaso neoliberal ya consumada, pero insiste en la fórmula aún a riesgo de contradicción económica básica como por ejemplo no poder bajar el déficit fiscal, justamente por la función asistencial del estado, lo que comúnmente se traduce en subsidios para los sectores desfavorecidos sobre quienes pesa además un cada vez más fuerte control social, incuso allí en los barrios donde estos habitan, a través del despliegue de las fuerzas represivas como fuerzas de ocupación territorial. Subsidios y represión son las dos caras del control social estatal sobre los sectores que no serán favorecidos por el neoliberalismo. No ya el retiro del estado, sino un estado presente en su función asistencial, de control social y represiva para garantizar las ganancias empresarias de quienes llevan adelante la gestión estatal. Esto es el neoliberalismo de estado, es el neoliberalismo conciente de su fracaso y de lo nocivo de sus políticas. Hace bien el gobierno de Macri en hablar de sinceramiento.

martes, 5 de septiembre de 2017

ORDEN Y CARTELIZACIÓN DEL CAPITAL




Vivimos la etapa de monopolización del capital en Argentina, nunca habíamos llegado tan lejos. El supuesto “combate a las mafias” es en realidad eliminación de la competencia. Las formas de dominio y disciplina que imperan en las empresas se extienden a toda la sociedad y fagocitan el reino de las libertades individuales, los derechos y las autonomías. La empresa (su lógica) ahora debe disciplinar lo social. El trabajador y quienes están excluidos del proceso productivo deben ser controlados, no pueden dejar de ser controlados, incluso en su barrio, allí donde viven. El control se extiende y se vuelve capilar. La gestión tecnocrática del estado por parte del capital monopolizado se presenta como capital racional, y debe también disciplinar la “anarquía” del capitalista individual, las pymes, que no pueden o no quieren aceptar las reglas del juego del nuevo proceso acumulativo cartelizado. Al mismo tiempo se debe garantizar un control total sobre los trabajadores y excluidos. Es la etapa de superación del capitalismo de competencia por un proceso de centralización del capital, movimiento que no puede más que comprimir cada vez más la esfera de las relaciones sociales que antes se situaban como extrañas al proceso de producción. Es decir, la etapa de la circulación, o sea de la sociedad civil. Por esto la lógica de la empresa tiende a generalizarse, invade y penetra directamente sobre los espacios de la sociedad civil. Estás son las nuevas necesidades de orden macrista, que presenta a los valores de la clase dominante como valores absolutos, sentido común. Una idea de sociedad consensual que plantea como desviación o criminalidad todo aquello que presenta una relación de contradictoriedad con el orden dominante.

Como diría Durkheim, para una visión de la solidad totalmente integrada en base a la división social del trabajo, en etapa de cartelización monopolista, la vulneración de las normas, es decir la criminalidad o desviación, es anomia, o sea la no aceptación del rol social asignado en las jerarquías sociales por las clases dominantes. Esto es lo que va quedando en evidencia en la creciente conflictividad social que se vislumbra en la frágil gobernabilidad macrista. El descontento pone en vilo un orden fundado sobre las desigualdades en la asignación de las oportunidades y las gratificaciones, y rechaza fuertemente la naturalización de esa desigualdad.

jueves, 31 de agosto de 2017

CUESTIONES DEL ORDEN


“Le desorganizaron la vida a la gente”, dijo Cristina. Una frase interesante que instaura el tema del orden en el discurso público. La instauración de un nuevo orden desorganiza el anterior, opera sobre los cuerpos, sobre las formas de vida y de lazo social, sobre el régimen de verdad. Cuando el estado nacional tuvo su momento de formación luego de las guerras internas del siglo XIX, es decir, en la generación del ochenta, por primera vez había un estado puesto en funcionamiento y bajo las órdenes de la nueva clase dominante emergente de las guerras de independencia, la burguesía liberal en todo su esplendor. Desde los cuadros políticos, empresarios e intelectuales, todos participaron de la gran operación hegemónica de instauración de un nuevo orden, por primera vez encarado desde el estado, definido por las necesidades del mercado mundial y la nueva división de trabajo. Debieron enfrentar el problema de que se comenzaba a definir una sociedad de masas y una creciente urbanización sin el debido proceso de industrialización que permitiera un crecimiento armónico y la posibilidad de dar empleo a la masa inmigratoria. Esto trajo, lógicamente, una amenaza al incipiente y frágil orden burgués liberal y fomentó el desarrollo de los que podrían denominarse “agencias de control social”: la escuela pública, los códigos jurídicos, las cárceles, la preeminencia de las ciencias positivas como la medicina, la psicología, la criminología, y una fuerte intervención intelectual de escritores y periodistas, que venían a legitimar el nuevo orden estatal liberal y a homogeneizar las variopintas subjetividades producto de la oleada inmigratoria. El control social con el fin de lograr el conformismo de las mayorías a las desigualdades propias del capitalismo liberal.
Un orden implica siempre la definición de los sujetos que atentan contra él y una caracterización de su opuesto. Este tipo de definiciones se ven plasmadas en los delitos que van a ser castigados, o sea en los códigos jurídicos y en las lógicas de formulación de las leyes que definen qué es un crimen y qué no, y cuales son las formas de castigo que corresponden. Incluso también, y sobre todo a partir de la criminología positivista que aún mantiene vivas sus rémoras actualmente, una caracterización concreta de los sujetos potencialmente peligrosos para el orden social vigente. Claramente, la población carcelaria expresa cuales son los grupos sociales considerados peligrosos y que han sido castigados de acuerdo a las necesidades del orden vigente.
Lo que ocurre hoy en argentina, en términos políticos y sociales, se asemeja como ninguna otra situación a lo que fue la generación del ochenta en el poder. Toda la clase dominante argentina, empresarios y grandes terratenientes, se encuentra, sin mediación alguna, con la suma del poder público y con la posibilidad de utilizar el estado a su favor para solidificar una nueva hegemonía cultural que permita cristalizar las desigualdades económicas. Han cambiado los sujetos y grupos sociales peligrosos, aunque no su extracción social. No obstante hay recurrencias en la construcción de los enemigos del orden y en la utilización del estado para combatirlos.
Los anarquistas han vuelto y con nuevos aliados, según muestra la alucinada imaginación de los publicitas del gobierno, y no sólo han vuelto sino que ahora están aliados a los malones indígenas mapuches. Una alianza que no pudo darse a fines del siglo XIX, hoy se presenta en sociedad y suma apoyos de la “milicia kurda” (¿alguien sabe de qué se trata esto?), la agrupación juvenil kirchnerista La Cámpora, la Universidad de la Madres de Plaza de Mayo, sectores del sionismo internacional que quieren quedarse con la patagonia, comandos cubanos y venezolanos. Un verdadero eje del mal. Los nuevos monstruos. La definición de los enemigos del orden no se detiene allí, también incluye a los trabajadores organizados cuyos dirigentes son tildados de mafiosos, los docentes que reclaman por un mejor salario, los jubilados que exigen sus pensiones y la gratuidad de sus medicamentos, los jóvenes pobres de barrios marginales, los artistas, intelectuales y todos los militantes o adherentes que comulgan con el proyecto kirchnerista.
Cuando a una multitud de identidades, por ridículo que parezca, se las sindica como enemigos del orden, se enmascaran dos cosas: a) que el supuesto desorden sería en realidad la posibilidad de otro orden; b) que la hegemonía está aún en discusión.
La desorganización de la vida, tal como lo plateara la ex presidenta, da cuenta de esto. Aún hay otro orden deseable, en la dinámica social, para una importante porción de la población, incluso para muchos que eligieron como opción electoral al gobierno actual. Y que no es tan fácil de desarmar, por más esfuerzos mediáticos y publicitarios que el gobierno ponga en crear los enemigos necesarios para legitimar la represión y asegurar el orden de la desigualdad.
No vamos a creer que la justicia es un concepto objetivo alejado de profundas luchas ideológicas, más bien todo lo contrario
Todo orden tiene una otredad radical que suele poblar los establecimientos carcelarios. En el orden kirchnerista la otredad elegida para mostrar el proyecto de justicia que se buscaba fueron los genocidas de la última dictadura y sus cómplices civiles, y se utilizaron todos los mecanismos que provee un estado de derecho para llevar adelante sus justos juicios. Fundaba así su escala de valores. Los genocidas poblaron y aún pueblan, enhorabuena, las cárceles y eran sindicados con razón como los enemigos de la democracia, de la justicia y de la sociedad. El kirchnerismo logró es este aspecto una cierta hegemonía, sólo pequeños grupos marginales se oponían en el ágora pública a los juicios de lesa humanidad. Quizá haya sido una de las fuentes principales de su hegemonía junto al crecimiento económico. No fueron casualidad los ataques  a la política de Derechos Humanos que propinó el adversario político. Reconocieron allí una fuerte importante de legitimidad.
El orden macrista parece no poder o no querer brindar los mecanismos de un estado de derecho a aquellos a quienes promueve como enemigos del orden. Pero además, cómo hemos marcado, los demonizados son muchos y variados, la paranoica imaginación macrista vincula mapuches con extremistas kurdos, anarquistas con defensores de la intervención estatal como los peronistas, mafias y narcotraficantes con líderes sindicales, desestabilizadores del orden con docentes en lucha por salario digno, en combinaciones tan increíbles como inverosímiles que sólo muestran la imposibilidad de construir un consenso hegemónico sobre sus políticas. Y esto es porque el orden que intentan fundar es ilegítimo para gran parte de la sociedad, incluida parte de su propio electorado, porque es un orden de la desigualdad. Lo que se intenta  es la cristalización de la estructura de reparto desigual de la riqueza, de bienes materiales y simbólicos. Y soldar definitivamente las posibilidades de acceso a lugares de poder de las clases subalternas.
Como vemos, la legitimidad que permite hegemonía tiene al menos dos ejes centrales, uno vinculado a los valores y otro más venal que reporta a la economía. El macrismo tiene problemas en los dos órdenes, aunque le ha ido mejor en su apuesta simbólica gracias al imponente poder de los aliados mediáticos, aún no logra soldar hegemonía de valores culturales. El plano económico es claramente hasta ahora su talón de Aquiles. Parece haber avanzado varios casilleros en el plano simbólico con su lucha contra las mafias, sobre todo de la mano de Maria Eugenia Vidal, ya que la opacidad del pasado de los Macri merma la credibilidad del presidente en ese tema, pero ninguna hegemonía puede construirse si falla el plano de la economía y mucho menos una aún incierta y en proceso de construcción, con una fuerte corriente contrincante. No hay hegemonía de heladeras vacías. por mas mapuches que se reprima.