jueves, 22 de agosto de 2019

EL SISTEMA ARGENTINO


La sociedad argentina dio una muestra de madurez. Cuando parecía establecerse que se vota casi por emoción violenta, sujetos a las manipulaciones, las fake news en las redes sociales y los grupos de wathsapp, el votante argentino mostró una realidad que se aparta de esa supuesta regla.
Ni la cadena monopólica de medios de comunicación masivos, ni la propaganda gubernamental, ni la intervención de potencias extranjeras, ni la extorsión de los mercados financieros, ni las redes sociales plagadas de trolls pagos por el gobierno, pudieron torcer el brazo de una sociedad atravesada por un hecho histórico que la constituye como fuerte componente identitario: El peronismo. Ya  no sólo una identidad,  ni una ideología, ni un partido político, ni una cultura, sino más bien lo que se podría llamar un marco epistemológico. Es decir una matriz o sistema que incluye categorizaciones, conceptos, formas de hacer, pensar y sentir que permiten entender el mundo, la sociedad y el ser humano de una determinada manera y organizarse a partir de allí. Eso parece ser el peronismo, el sistema argentino que incluye modos de vida, derechos adquiridos, lecturas de las correlaciones de fuerzas internacionales, ideas de sujetos y roles sociales, formas de ejercer el gobierno, sistema de valores y muchos, muchísimos etcéteras.
El sistema argentino es el peronismo, una muestra de eso es que entre los 6 candidatos a presidentes y vicepresidentes de las tres principales listas electorales hay 5 peronistas. El único no peronista es Macri. Quien llamativamente ingresó a la política de la mano del peronismo.
El sueño que desvela al antiperonismo, el de la desperonización de la Argentina que entusiasmó al Jefe de Gabinete Marcos Peña, se evapora una vez más mostrando la vigencia de un proyecto que es la vez herencia y tarea, pero que no se agota allí sino que se redescubre un modo particular de comprender el mundo, la sociedad y el ser humano. Ni el extendido y ultra difundido marxismo tiene la vigencia del peronismo, sencillamente porque no es capaz de articular formas de gobierno exitosas que puedan garantizar a la vez desarrollo, equidad y democracia.
Por otro lado, cuantos países pueden jactarse de haber tenido un Presidente que es a la vez el teórico de una forma de entender y de planificar una sociedad posible, al mismo tiempo que el ejecutor de una praxis de gobierno que por sincrética y novedosa se vuelve asombrosamente actual. Un hombre que a la vez que arma un proyecto político concibe una filosofía, un intelectual que escribe, por ejemplo “Toponimia de la lengua araucana”, que leyó a los filósofos clásicos de la antigua Grecia, a la vez un militar, destacado lector de Clawsewikz y Schmitt, que quiere traer a Heidegger al Congreso de Filosofía del año 49. Perón quizá como hombre de la ilustración en plena modernidad.
Borges, tenaz enemigo a la altura, leyó bien, como siempre, la importancia de Perón, igual que Churchill. Por eso lo combatieron. Perón, a la vez político, intelectual, filósofo, militar y portador de un carisma arrollador, no era un político más, era quien había logrado sintetizar una clave de comprensión del mundo de la modernidad desde la periferia. En Perón se conjugan dos tipos de seres modernos que generalmente se manifiestan en personas separadas: el autor y el hombre que lleva las ideas a la acción. Rousseau y Robespierre en la misma persona.
El peronismo no era fascismo, ni nazismo, ni comunismo, ni socialismo, mucho menos liberalismo, ni ningún “ismo” surgido al calor de las realidades europeas. Tampoco el anacrónico mote de bonapartismo con el que pretendió etiquetarlo cierta izquierda. Y esa supuesta rareza que no es tal se explica sólo por ser un producto periférico. Las falsas acusaciones de falta de racionalidad del peronismo se inscriben en la saga del desprecio de las metrópolis centrales por las creaciones que se realizan fuera de ellas. Si un proyecto como el peronismo hubiera surgido en Francia o Alemania o Inglaterra se hubiera difundido alrededor del planeta, se le hubiera encontrado esa racionalidad que supuestamente le falta, se hubiera reparado en la profundidad de sus conceptos y valores.
El gran desafío es presentar este sistema como una solución posible para otras sociedades, no sólo para la argentina, sobre todo a partir del fracaso de la utopía globalizadora y la ruptura del consenso surgido de la segunda posguerra. No parece menor la actuación del Papa Francisco en la difusión de los  valores esenciales del peronismo como postura profundamente humanista. Por otro lado, cuántos movimientos políticos pueden jactarse de tener un líder del tamaño de un Papa surgido de sus filas. La alternativa por la paz predicada por el Papa es un punto central del peronismo, igual que el respeto irrestricto por la vida humana de la que lógicamente se desprende la primera. Que ningún valor esté por encima de la vida parece un precepto tan básico que cuesta creer que haya que remarcarlo especialmente, pero con el fracaso de la globalización como utopía y la ruptura del consenso humanista de posguerra en el que era uno de los conceptos centrales, ha sobrevenido una crisis profunda de los valores centrales que alentaron la llamada revolución democrática y el desánimo por el futuro se ha instalado fuerte en las subjetividades actuales. En este contexto parece levantarse un pueblo que se ha sentido ultrajado, oprimido, ninguneado, y supo donde buscar el refugio identitario que le permitiera redimirse. Pero el peronismo tiene hoy un desafío mayúsculo, no ya solamente sacar adelante la crisis profunda que el neoliberalismo le ha provocado nuevamente a la Argentina, sino también poder mostrar al mundo un camino  deseable y posible para construir un mundo  mas justo, más libre, más feliz.