miércoles, 3 de julio de 2019

LA NECESIDAD DE UN PJ ORDENADO



Desde hace tiempo insisto en que el peronismo es una archipiélago formado por islas de poder, en el cual nadie están en condiciones de imponer su conducción a la totalidad. Es en este marco en el cual emerge, por iniciativa de Cristina, la nominación de Alberto Fernández como coordinador. Alberto cumple un rol que conoce desde sus épocas de jefe de gabinete, articular entre distintos polos de poder para lograr una dirección concreta de la acción. Como si cada una de las porciones de poder del peronismo fueran ministerios que Alberto debe equilibrar para hacerlos confluir.
Se da, en los hechos, una conducción colegiada de la acción del peronismo en la que Alberto funge como un articulador. Es una situación producto de la emergencia, de la necesidad de ganar la próxima elección. Pero cuánto puede perdurar. Es una pregunta que aparece urgente. Y que debe interpelar al peronismo de aquí en más. Cómo se va a ir resolviendo la situación de conducción, cómo legitimar internamente cada espacio de poder sin que se produzcan rupturas nocivas y nadie se sienta desplazado, son cuestiones que habrá que ir definiendo.
Entendemos que la necesidad de ordenar institucionalmente al Partido Justicialista podría ser una solución. El partido puede transformarse en ese espacio de legitimación, vía participación concreta de los afiliados y a partir de la responsabilidad de los dirigentes, para que se vean expresadas las diferentes cuotas de poder y la amplitud de matices existentes, para que los grados de poder sean acordes a las construcciones políticas exitosas y a la vez se produzca el siempre ponderado trasvasamiento generacional. Prescindir de la herramienta partidaria no ha dado hasta ahora buenos resultados. Un PJ ordenado internamente, con el compromiso de los dirigentes y afiliados a aceptar los resultados de las elecciones internas que deben hacerse, puede resultar fundamental para lo que viene. Es parte también de cierta necesaria y saludable educación democrática y política. 
Suele hablarse de la crisis de los partidos como ejes de la democracia, deberíamos ser cuidadosos y pensar quienes están interesados en que esa crisis se prolongue. Los partidos son grandes construcciones colectivas que han logrado ser los actores centrales de la democracia. Que hayan sufrido una crisis no significa condenarlos a su desaparición ni dejarlos de lado como eje central de la construcción ciudadana y democrática. El saneamiento y reconstrucción de los partidos puede ser un eje central de la supervivencia democrática en momentos en que esta se encuentra también en crisis. El peronismo puede dar ese necesario paso.






lunes, 1 de julio de 2019

ALBERTO O EL CAFIERISMO TARDÍO



Cuando Antonio Cafiero perdió la interna peronista con Carlos Menem en 1988, pareció que esa línea interna del peronismo se opacaba para siempre. Ese peronismo que supo ponerse codo a codo con Alfonsín en el balcón de la rosada para ponerle el pecho a la democracia frente a la asonadas carapintadas. Un peronismo acuerdista y profundamente institucionalista. Respetuoso de la diferencia y creyente en las reglas de la democracia, afuera y adentro del partido. Que supo asumir la derrota interna sin romper e integrarse al gobierno menemista siguiendo la consigna de acompañar al vencedor de una interna pero sin mimetizarse. 
De alguna manera, aunque con bemoles, ese espacio de un peronismo que no abrazó la causa neoliberal ni se sometió al consenso de Washington, perduró en la figura de Eduardo Duhalde, sobre todo a partir de 1995 cuando gobierna la Provincia de Buenos Aires (territorio que también supo comandar Antonio Cafiero).
Cuentan una anécdota que no sabemos si es real, pero si es verosimil. Duhalde, ya gobernador de la Provincia va a hablar con Menem y le plantea que en la provincia no se cierra una fábrica más. Menem le dice: "Esas cosas de economía hablalas con Cavallo". A lo que Duhalde le responde "No, lo hablo con vos porque sos el Presidente". Poner la política por encima de la economía es una marca de ese cafierismo, que se continuó en Duhalde. Y hoy se ve también en Alberto. 
Todo el trabajo de reconstrucción del peronismo, trabajo monumental de orfebrería política digno de Antonio Cafiero, un hombre de la Unidad, fue realizado por quienes vienen de esa línea política. Por caso Felipe Solá. 
De alguna forma, Felipe. Alberto, incluso el Flaco Gioja, son dignos herederos de Antonio Cafiero. El peronismo que viene se mueve en esa lógica de tolerancia, de ampliar márgenes en los apoyos aún a costa de cierta flexibilidad ideológica. Claramente una lógica de mayorías. Bienvenido homenaje a ese gran político que fue Antonio Cafiero, quien marcó un camino que, aunque demorado, se rebela necesario y que ya a mediados de los años ochenta Antonio vislumbró como una superación de la antinomia trágica de los años setenta que hubo de desangrar al peronismo. Ni el kirchnerismo ni sus enemigos más acérrimos dentro del peronismo pudieron darle espacio a esa superación.
Los procesos sociales son largos, los duelos llevan a veces más de lo que se cree.