jueves, 31 de agosto de 2017

CUESTIONES DEL ORDEN


“Le desorganizaron la vida a la gente”, dijo Cristina. Una frase interesante que instaura el tema del orden en el discurso público. La instauración de un nuevo orden desorganiza el anterior, opera sobre los cuerpos, sobre las formas de vida y de lazo social, sobre el régimen de verdad. Cuando el estado nacional tuvo su momento de formación luego de las guerras internas del siglo XIX, es decir, en la generación del ochenta, por primera vez había un estado puesto en funcionamiento y bajo las órdenes de la nueva clase dominante emergente de las guerras de independencia, la burguesía liberal en todo su esplendor. Desde los cuadros políticos, empresarios e intelectuales, todos participaron de la gran operación hegemónica de instauración de un nuevo orden, por primera vez encarado desde el estado, definido por las necesidades del mercado mundial y la nueva división de trabajo. Debieron enfrentar el problema de que se comenzaba a definir una sociedad de masas y una creciente urbanización sin el debido proceso de industrialización que permitiera un crecimiento armónico y la posibilidad de dar empleo a la masa inmigratoria. Esto trajo, lógicamente, una amenaza al incipiente y frágil orden burgués liberal y fomentó el desarrollo de los que podrían denominarse “agencias de control social”: la escuela pública, los códigos jurídicos, las cárceles, la preeminencia de las ciencias positivas como la medicina, la psicología, la criminología, y una fuerte intervención intelectual de escritores y periodistas, que venían a legitimar el nuevo orden estatal liberal y a homogeneizar las variopintas subjetividades producto de la oleada inmigratoria. El control social con el fin de lograr el conformismo de las mayorías a las desigualdades propias del capitalismo liberal.
Un orden implica siempre la definición de los sujetos que atentan contra él y una caracterización de su opuesto. Este tipo de definiciones se ven plasmadas en los delitos que van a ser castigados, o sea en los códigos jurídicos y en las lógicas de formulación de las leyes que definen qué es un crimen y qué no, y cuales son las formas de castigo que corresponden. Incluso también, y sobre todo a partir de la criminología positivista que aún mantiene vivas sus rémoras actualmente, una caracterización concreta de los sujetos potencialmente peligrosos para el orden social vigente. Claramente, la población carcelaria expresa cuales son los grupos sociales considerados peligrosos y que han sido castigados de acuerdo a las necesidades del orden vigente.
Lo que ocurre hoy en argentina, en términos políticos y sociales, se asemeja como ninguna otra situación a lo que fue la generación del ochenta en el poder. Toda la clase dominante argentina, empresarios y grandes terratenientes, se encuentra, sin mediación alguna, con la suma del poder público y con la posibilidad de utilizar el estado a su favor para solidificar una nueva hegemonía cultural que permita cristalizar las desigualdades económicas. Han cambiado los sujetos y grupos sociales peligrosos, aunque no su extracción social. No obstante hay recurrencias en la construcción de los enemigos del orden y en la utilización del estado para combatirlos.
Los anarquistas han vuelto y con nuevos aliados, según muestra la alucinada imaginación de los publicitas del gobierno, y no sólo han vuelto sino que ahora están aliados a los malones indígenas mapuches. Una alianza que no pudo darse a fines del siglo XIX, hoy se presenta en sociedad y suma apoyos de la “milicia kurda” (¿alguien sabe de qué se trata esto?), la agrupación juvenil kirchnerista La Cámpora, la Universidad de la Madres de Plaza de Mayo, sectores del sionismo internacional que quieren quedarse con la patagonia, comandos cubanos y venezolanos. Un verdadero eje del mal. Los nuevos monstruos. La definición de los enemigos del orden no se detiene allí, también incluye a los trabajadores organizados cuyos dirigentes son tildados de mafiosos, los docentes que reclaman por un mejor salario, los jubilados que exigen sus pensiones y la gratuidad de sus medicamentos, los jóvenes pobres de barrios marginales, los artistas, intelectuales y todos los militantes o adherentes que comulgan con el proyecto kirchnerista.
Cuando a una multitud de identidades, por ridículo que parezca, se las sindica como enemigos del orden, se enmascaran dos cosas: a) que el supuesto desorden sería en realidad la posibilidad de otro orden; b) que la hegemonía está aún en discusión.
La desorganización de la vida, tal como lo plateara la ex presidenta, da cuenta de esto. Aún hay otro orden deseable, en la dinámica social, para una importante porción de la población, incluso para muchos que eligieron como opción electoral al gobierno actual. Y que no es tan fácil de desarmar, por más esfuerzos mediáticos y publicitarios que el gobierno ponga en crear los enemigos necesarios para legitimar la represión y asegurar el orden de la desigualdad.
No vamos a creer que la justicia es un concepto objetivo alejado de profundas luchas ideológicas, más bien todo lo contrario
Todo orden tiene una otredad radical que suele poblar los establecimientos carcelarios. En el orden kirchnerista la otredad elegida para mostrar el proyecto de justicia que se buscaba fueron los genocidas de la última dictadura y sus cómplices civiles, y se utilizaron todos los mecanismos que provee un estado de derecho para llevar adelante sus justos juicios. Fundaba así su escala de valores. Los genocidas poblaron y aún pueblan, enhorabuena, las cárceles y eran sindicados con razón como los enemigos de la democracia, de la justicia y de la sociedad. El kirchnerismo logró es este aspecto una cierta hegemonía, sólo pequeños grupos marginales se oponían en el ágora pública a los juicios de lesa humanidad. Quizá haya sido una de las fuentes principales de su hegemonía junto al crecimiento económico. No fueron casualidad los ataques  a la política de Derechos Humanos que propinó el adversario político. Reconocieron allí una fuerte importante de legitimidad.
El orden macrista parece no poder o no querer brindar los mecanismos de un estado de derecho a aquellos a quienes promueve como enemigos del orden. Pero además, cómo hemos marcado, los demonizados son muchos y variados, la paranoica imaginación macrista vincula mapuches con extremistas kurdos, anarquistas con defensores de la intervención estatal como los peronistas, mafias y narcotraficantes con líderes sindicales, desestabilizadores del orden con docentes en lucha por salario digno, en combinaciones tan increíbles como inverosímiles que sólo muestran la imposibilidad de construir un consenso hegemónico sobre sus políticas. Y esto es porque el orden que intentan fundar es ilegítimo para gran parte de la sociedad, incluida parte de su propio electorado, porque es un orden de la desigualdad. Lo que se intenta  es la cristalización de la estructura de reparto desigual de la riqueza, de bienes materiales y simbólicos. Y soldar definitivamente las posibilidades de acceso a lugares de poder de las clases subalternas.
Como vemos, la legitimidad que permite hegemonía tiene al menos dos ejes centrales, uno vinculado a los valores y otro más venal que reporta a la economía. El macrismo tiene problemas en los dos órdenes, aunque le ha ido mejor en su apuesta simbólica gracias al imponente poder de los aliados mediáticos, aún no logra soldar hegemonía de valores culturales. El plano económico es claramente hasta ahora su talón de Aquiles. Parece haber avanzado varios casilleros en el plano simbólico con su lucha contra las mafias, sobre todo de la mano de Maria Eugenia Vidal, ya que la opacidad del pasado de los Macri merma la credibilidad del presidente en ese tema, pero ninguna hegemonía puede construirse si falla el plano de la economía y mucho menos una aún incierta y en proceso de construcción, con una fuerte corriente contrincante. No hay hegemonía de heladeras vacías. por mas mapuches que se reprima.

jueves, 17 de agosto de 2017

CRISTINA ENTRE LACLAU Y DURAN BARBA




En enero de 2016, y a la luz de la elección presidencial ganada por Macri, escribí una nota para un blog en la que sostenía que unos de los mejores lectores de Ernesto Laclau había sido Duran Barba (http://militontos.blogspot.es/1453411532/operaciones-populistas-de-laclau-a-duran-barba/) porque había logrado llevar a la práctica un claro ejemplo de construcción hegemónica al dotar al significante “cambio” de un sentido catalizador, de tal manera que contenía una pluralidad de demandas sociales de diferentes tipos que el kirchnerismo tenía en su lista del debe. Y a su vez había logrado que el kirchnerismo apareciera como el causante de todas las frustraciones sociales, estableciendo así una polarización, requisito central para toda práctica de articulación hegemónica. Una jugada de manual de construcción hegemónica que mostraba como se arma una cadena de equivalencias y cómo un significante toma la forma de articulador que las sintetiza a todas, a la vez que se polariza la sociedad dejando a todo sujeto social obligado a situarse en alguno de los polos. Convengamos que la alternativa del ballotage facilitó esta construcción (y no estaría mal proponer un análisis futuro sobre hasta que punto el ballotage es sano para la práctica democrática).
Hoy, y hace ya un tiempo del sorprendente acto de Cristina en Arsenal, agregaría a Cristina a la lista de grandes lectores de Laclau. Aunque se sabía que ella ya lo leía desde hace años, la apuesta discursiva y de formato del acto de Arsenal muestra cómo se pasa del terreno del análisis intelectual al de la praxis hegemónica. Sin duda, tanto la jugada Cambiemos como el actual rumbo discursivo tomado por CFK constituyen operaciones populistas aunque sus signos ideológicos sean diferentes.
Entre los problemas de las operaciones populistas de este tipo, yo visualizo al menos dos muy importantes. A) para quienes detentan hoy el poder, asociados al poder mediático capaz de moldear subjetividades, es más simple que para todo el resto de la sociedad (inclusive la Unidad Ciudadana) construir operaciones hegemónicas efectivas B) la pregunta pertinente aquí es sobre qué terreno de subjetividades trabajará la construcción hegemónica que se intente. O sea sobre qué subjetividad instituida se monta un discurso para intentar articularse de manera tal de producir una nueva hegemonía. Y sobre qué sustrato histórico identitario.
El giro discursivo de CFK que se vio en Arsenal muestra un camino errático en este segundo punto problemático. Cuál es la subjetividad que se da por obvia en los destinatarios de este novedoso formato y mensaje. Pareciera ser la que ha sido forjada por el macrismo. Es decir la concepción de la sociedad como un conjunto de individuos aislados, sin organizaciones ni instituciones intermedias. “La gente”. No se apuntó a un sujeto social específico, sino más bien a un lugar bien difuso. Tampoco a una memoria identitaria particular sino a ninguna en especial. Fue en acto del cual, a la mejor manera del macrismo, se sustrajo la historia y por eso casi también la política. Porque crear hegemonía no es tanto dirigir la subjetividad del adversario sino crear una subjetividad propia por oposición a esa. Quizá este sea sólo un momento de prearticulación que de paso luego a un verdadero proyecto de hegemonía. Caso contrario habrá sido un franco retroceso en términos de la batalla cultural con el macrismo, habrá sido sucumbir a que la sociedad es lo que el macrismo dice que es.
Quizá se haya entendido mal la idea de significante vacío. Lo difuso del significante capaz de articular plurales demandas siendo él mismo una de esas demandas, sirve en tanto es una operación discursiva. Pero no debe ser difuso el sujeto social que es portador de las demandas. Allí se exige, para una operación hegemónica exitosa, una referencia más concreta porque es lo concreto donde opera la polarización. Los actores sociales que el discurso (que si puede ser difuso) interpela son actores sociales concretos y dudo que lo más conveniente sea tomarlos y mostrarlos como individuos por más que se nombre su actividad o su pertenencia en el sistema productivo.
En la construcción de la polarización social, los actores sociales son concretos y son colectivos sociales, no meros individuos. Al menos así debería ser en una construcción discursiva que resista y se oponga a la conceptualización social propuesta por el macrismo en la cual la sociedad es nada más que un conjunto de individuos aislados que defienden cada uno sus intereses particulares.
Una amiga, peronista, militante, trabajadora, que fue a la cancha de Arsenal, comentaba unas horas después con cierta indignación: “Veo a la gente de Avellaneda, pobres de toda pobreza, y escuchar algo tan tibio… No entendí cuál es el destinatario de un discurso sin conflicto, sin mística y sin sujeto. Yo pertenezco al campo popular, al que trabaja y produce la riqueza que los hijos de puta se llevan. Necesito que me hable, que me enamore, que produzca sentido”. Quisiera aclarar que mi amiga además de trabajadora y peronista es una excelente escritora.
Me quedó resonando en al cabeza esta última frase: “que produzca sentido”. De eso se trata una operación hegemónica.

Ojala este giro discursivo y estético sea sólo un comienzo estratégico y no una continuidad, pero a juzgar por la relación que CFK establece con otros factores de poder como por ejemplo la CGT, las dudas que genera son muchas y fundadas. Más allá de que la jugada pueda ser efectiva en términos electorales. No lo fue cuando con Insaurralde como candidato intentamos la mimesis para competir con Massa. Pero ahora la candidata será Cristina.

martes, 15 de agosto de 2017

TODO PASA, LAS PASO TAMBIEN




El gobierno evitó el titular "GANO CRISTINA" en los diarios del día posterior a las PASO. Para eso produjo una manipulación del recuento de votos y provocó un escándalo que opacó una elección que a nivel nacional ganó ampliamente. Cambiemos sacó prácticamente la misma cantidad de votos que en la primera vuelta de 2015, 35 %, eso solo le alcanzó para transformarse en la primera minoría. Aún no le alcanza para solidificar su hegemonía, y el papelón auto infligido para evitar la tapa de los diarios lo demuestra y corrobora también que es un gobierno que depende demasiado del apoyo mediático.
Por el lado de la oposición, se mostró aún mas dividida que en 2015 y facilitó el trabajo del oficialismo. Cristina no fue la aplanadora electoral que el propio kirchnerismo esperaba, aunque un 35% en provincia de Buenos Aires no es para despreciar y obligó al gobierno a desnudar su torpeza y montar un show decadente. ¿De donde recolectará más votos CFK de cara a octubre? es un dilema de difícil pronóstico. No sera una tarea fácil. Y si Cristina ganara finalmente la elección de octubre se presume con bastante certeza que será por escaso margen frente aun deslucido candidato de Cambiemos. No parece ser suficiente para que CFK vuelva a poder alinear bajo su conducción a los gobernadores del PJ siempre necesitados de caja y que se miran con temor en el espejo de una Santa Cruz prendida fuego por el discrecional ahogo de fondos del gobierno nacional. Cualquier acercamiento a la ex presidenta tendrá represalias del gobierno central, es decir menos fondos y pondrá en riesgo la gobernabilidad del terruño. Tampoco parece posible que CFK logre reconciliarse con el movimiento obrero organizado que expresa la CGT. La propia central está en un proceso de reacomodamiento interno, es probable que regrese una fuerte influencia del moyanismo esta vez encarnado en Pablo Moyano para suplantar al desprestigiado triunvirato. Hasta que la central no se ordene intrenamente su posicionamiento político no será claro, y una vez ordenado incluso no será fácil superar viejos rencores con el kirchnerismo. Sin estos dos actores centrales alineados bajo la conducción de CFK, el armado político kirchnerista a nivel nacional no se presenta muy optimista. 
Hay un desafío complejo para lograr que ese 65% que votó opositor a Cambiemos se logre unificar bajo alguna representación capaz de articular una multitud de intereses y sectores que si  bien son opositores tienen entre ellos profundas diferencias ideológicas, políticas, rencillas y rencores personales entre sus dirigentes. Una opción de construcción política demasiado ideológica como la que encarna CFK no parece lo mejor, tampoco el excesivo verticalismo que entusiasma a los seguidores de Cristina. Mas bien se necesita un gran acuerdo nacional representado quizá en un conjunto de dirigentes de diferentes espacios y filiaciones, mayormente formado por el peronismo, capaces de poder mostrar la decisión de enfrentar al gobierno pero no sujetos a una conducción única, sino dentro de un armado que les permita a cada unos de ellos crecer políticamente sin sentirse bajo el ala de nadie, Una construcción más horizontal que en su propia dinámica vaya decantando quienes serán los futuros candidatos y conductores más relevantes. Sin duda CFK debería estar allí. Un paso de este tipo sería de vital relevancia para la reconstrucción de un peronismo hoy fragmentado y daría por superada por fin la muerte de Perón, un duelo que ya lleva más de 40 años. Comprendiendo que nadie podrá reemplazar a Perón en su rol de líder y todo liderazgo del peronsimo será siempre circunstancial. Un peronismo conducido en conjunto sería un salto de calidad, revitalizaría el partido (volver al PJ) y haría crecer a dirigentes de segundas y terceras líneas que hoy tienen escasa visibilidad. Un armado de este tipo, mientras gobernó el kirchnerismo, le llevó a la oposición 12 años, hasta que surgió la alianza Cambiemos. Que si bien tiene la conducción de Macri funciona como un conjunto de dirigentes de variadas filiaciones con eje en la tradicional estructura del radicalismo (Carrio, Vidal,  Santilli, Morales, Ritondo, etc.)
La deslucida elección de Massa invita a pensar en la posibilidad de una polarización que permita un armado como el que se describe más arriba y a la vez recuperar votos del massismo y también dirigentes de filiación peronista (Felipe, Facundo, Daer, Arroyo, etc.) para sumarse al acuerdo.
Sin una armado de este tipo, el gobierno macrista ya se entusiasma para gobernar 20 años aún en medio de una hegemonía a medio construir y de su dependencia mediática.