“Le desorganizaron la vida a la
gente”, dijo Cristina. Una frase interesante que instaura el tema del orden en
el discurso público. La instauración de un nuevo orden desorganiza el anterior,
opera sobre los cuerpos, sobre las formas de vida y de lazo social, sobre el régimen
de verdad. Cuando el estado nacional tuvo su momento de formación luego de las
guerras internas del siglo XIX, es decir, en la generación del ochenta, por
primera vez había un estado puesto en funcionamiento y bajo las órdenes de la
nueva clase dominante emergente de las guerras de independencia, la burguesía
liberal en todo su esplendor. Desde los cuadros políticos, empresarios e
intelectuales, todos participaron de la gran operación hegemónica de instauración
de un nuevo orden, por primera vez encarado desde el estado, definido por las
necesidades del mercado mundial y la nueva división de trabajo. Debieron
enfrentar el problema de que se comenzaba a definir una sociedad de masas y una
creciente urbanización sin el debido proceso de industrialización que
permitiera un crecimiento armónico y la posibilidad de dar empleo a la masa
inmigratoria. Esto trajo, lógicamente, una amenaza al incipiente y frágil orden
burgués liberal y fomentó el desarrollo de los que podrían denominarse “agencias
de control social”: la escuela pública, los códigos jurídicos, las cárceles, la
preeminencia de las ciencias positivas como la medicina, la psicología, la
criminología, y una fuerte intervención intelectual de escritores y periodistas,
que venían a legitimar el nuevo orden estatal liberal y a homogeneizar las
variopintas subjetividades producto de la oleada inmigratoria. El control
social con el fin de lograr el conformismo de las mayorías a las desigualdades
propias del capitalismo liberal.
Un orden implica siempre la
definición de los sujetos que atentan contra él y una caracterización de su
opuesto. Este tipo de definiciones se ven plasmadas en los delitos que van a ser
castigados, o sea en los códigos jurídicos y en las lógicas de formulación de
las leyes que definen qué es un crimen y qué no, y cuales son las formas de
castigo que corresponden. Incluso también, y sobre todo a partir de la
criminología positivista que aún mantiene vivas sus rémoras actualmente, una
caracterización concreta de los sujetos potencialmente peligrosos para el orden
social vigente. Claramente, la población carcelaria expresa cuales son los
grupos sociales considerados peligrosos y que han sido castigados de acuerdo a
las necesidades del orden vigente.
Lo que ocurre hoy en argentina,
en términos políticos y sociales, se asemeja como ninguna otra situación a lo
que fue la generación del ochenta en el poder. Toda la clase dominante
argentina, empresarios y grandes terratenientes, se encuentra, sin mediación alguna, con la suma del poder público y con la posibilidad de utilizar el estado a su
favor para solidificar una nueva hegemonía cultural que permita cristalizar las
desigualdades económicas. Han cambiado los sujetos y grupos sociales peligrosos,
aunque no su extracción social. No obstante hay recurrencias en la construcción
de los enemigos del orden y en la utilización del estado para combatirlos.
Los anarquistas han vuelto y con
nuevos aliados, según muestra la alucinada imaginación de los publicitas del
gobierno, y no sólo han vuelto sino que ahora están aliados a los malones indígenas
mapuches. Una alianza que no pudo darse a fines del siglo XIX, hoy se presenta
en sociedad y suma apoyos de la “milicia kurda” (¿alguien sabe de qué se trata
esto?), la agrupación juvenil kirchnerista La Cámpora, la Universidad de la
Madres de Plaza de Mayo, sectores del sionismo internacional que quieren
quedarse con la patagonia, comandos cubanos y venezolanos. Un verdadero eje del
mal. Los nuevos monstruos. La definición de los enemigos del orden no se
detiene allí, también incluye a los trabajadores organizados cuyos dirigentes
son tildados de mafiosos, los docentes que reclaman por un mejor salario, los
jubilados que exigen sus pensiones y la gratuidad de sus medicamentos, los jóvenes
pobres de barrios marginales, los artistas, intelectuales y todos los
militantes o adherentes que comulgan con el proyecto kirchnerista.
Cuando a una multitud de
identidades, por ridículo que parezca, se las sindica como enemigos del orden,
se enmascaran dos cosas: a) que el supuesto desorden sería en realidad la
posibilidad de otro orden; b) que
la hegemonía está aún en discusión.
La desorganización de la vida,
tal como lo plateara la ex presidenta, da cuenta de esto. Aún hay otro orden
deseable, en la dinámica social, para una importante porción de la población,
incluso para muchos que eligieron como opción electoral al gobierno actual. Y
que no es tan fácil de desarmar, por más esfuerzos mediáticos y publicitarios que
el gobierno ponga en crear los enemigos necesarios para legitimar la represión
y asegurar el orden de la desigualdad.
No vamos a creer que la justicia es un concepto objetivo alejado de profundas luchas ideológicas, más bien todo lo contrario
Todo orden tiene una otredad radical que suele poblar los establecimientos carcelarios. En el orden kirchnerista la otredad elegida para mostrar el proyecto de justicia que se buscaba fueron los genocidas de la última dictadura y sus cómplices civiles, y se utilizaron todos los mecanismos que provee un estado de derecho para llevar adelante sus justos juicios. Fundaba así su escala de valores. Los genocidas poblaron y aún pueblan, enhorabuena, las cárceles y eran sindicados con razón como los enemigos de la democracia, de la justicia y de la sociedad. El kirchnerismo logró es este aspecto una cierta hegemonía, sólo pequeños grupos marginales se oponían en el ágora pública a los juicios de lesa humanidad. Quizá haya sido una de las fuentes principales de su hegemonía junto al crecimiento económico. No fueron casualidad los ataques a la política de Derechos Humanos que propinó el adversario político. Reconocieron allí una fuerte importante de legitimidad.
El orden macrista parece no poder o no querer brindar los mecanismos de un estado de derecho a aquellos a quienes promueve como enemigos del orden. Pero además, cómo hemos marcado, los demonizados son muchos y variados, la paranoica imaginación macrista vincula mapuches con extremistas kurdos, anarquistas con defensores de la intervención estatal como los peronistas, mafias y narcotraficantes con líderes sindicales, desestabilizadores del orden con docentes en lucha por salario digno, en combinaciones tan increíbles como inverosímiles que sólo muestran la imposibilidad de construir un consenso hegemónico sobre sus políticas. Y esto es porque el orden que intentan fundar es ilegítimo para gran parte de la sociedad, incluida parte de su propio electorado, porque es un orden de la desigualdad. Lo que se intenta es la cristalización de la estructura de reparto desigual de la riqueza, de bienes materiales y simbólicos. Y soldar definitivamente las posibilidades de acceso a lugares de poder de las clases subalternas.
Como vemos, la legitimidad que permite hegemonía tiene al menos dos ejes centrales, uno vinculado a los valores y otro más venal que reporta a la economía. El macrismo tiene problemas en los dos órdenes, aunque le ha ido mejor en su apuesta simbólica gracias al imponente poder de los aliados mediáticos, aún no logra soldar hegemonía de valores culturales. El plano económico es claramente hasta ahora su talón de Aquiles. Parece haber avanzado varios casilleros en el plano simbólico con su lucha contra las mafias, sobre todo de la mano de Maria Eugenia Vidal, ya que la opacidad del pasado de los Macri merma la credibilidad del presidente en ese tema, pero ninguna hegemonía puede construirse si falla el plano de la economía y mucho menos una aún incierta y en proceso de construcción, con una fuerte corriente contrincante. No hay hegemonía de heladeras vacías. por mas mapuches que se reprima.No vamos a creer que la justicia es un concepto objetivo alejado de profundas luchas ideológicas, más bien todo lo contrario
Todo orden tiene una otredad radical que suele poblar los establecimientos carcelarios. En el orden kirchnerista la otredad elegida para mostrar el proyecto de justicia que se buscaba fueron los genocidas de la última dictadura y sus cómplices civiles, y se utilizaron todos los mecanismos que provee un estado de derecho para llevar adelante sus justos juicios. Fundaba así su escala de valores. Los genocidas poblaron y aún pueblan, enhorabuena, las cárceles y eran sindicados con razón como los enemigos de la democracia, de la justicia y de la sociedad. El kirchnerismo logró es este aspecto una cierta hegemonía, sólo pequeños grupos marginales se oponían en el ágora pública a los juicios de lesa humanidad. Quizá haya sido una de las fuentes principales de su hegemonía junto al crecimiento económico. No fueron casualidad los ataques a la política de Derechos Humanos que propinó el adversario político. Reconocieron allí una fuerte importante de legitimidad.
El orden macrista parece no poder o no querer brindar los mecanismos de un estado de derecho a aquellos a quienes promueve como enemigos del orden. Pero además, cómo hemos marcado, los demonizados son muchos y variados, la paranoica imaginación macrista vincula mapuches con extremistas kurdos, anarquistas con defensores de la intervención estatal como los peronistas, mafias y narcotraficantes con líderes sindicales, desestabilizadores del orden con docentes en lucha por salario digno, en combinaciones tan increíbles como inverosímiles que sólo muestran la imposibilidad de construir un consenso hegemónico sobre sus políticas. Y esto es porque el orden que intentan fundar es ilegítimo para gran parte de la sociedad, incluida parte de su propio electorado, porque es un orden de la desigualdad. Lo que se intenta es la cristalización de la estructura de reparto desigual de la riqueza, de bienes materiales y simbólicos. Y soldar definitivamente las posibilidades de acceso a lugares de poder de las clases subalternas.