viernes, 27 de enero de 2017

LA MENTIRA DE LA POSVERDAD


Palabras que se ponen de moda. Cuando asomaba la posmodernidad se hablaba de desterritorialización, cartografías, fragmentos. Términos que venían de la mano de la globalización. El nuevo norte que la humanidad, al menos su costado occidental, se había fijado. Utopía de la que siempre se debe desconfiar, la globalización intentaba hacerse efectiva en la formación de la Comunidad Económica Europea, en la que no sólo habría libre circulación de mercancías y capital, sino tambien de personas. Luego la posmodernidad mostró ser una ilusión y se paso a hablar de modernidad tardía. En la región latinoamericana emergieron proyectos  que rescataban ciertas formas del humanismo moderno y rechazaban la globalización implantada desde Europa y los Estados Unidos para proponer otras formas de reparto de la riqueza y a un multiculturalismo regional apelando a significaciones profundamente arraigadas en la cultura popular formada durante los momentos más significativos de la modernidad del siglo XX. Esa emergencia hacía descubrir la farsa posmoderna y su  asociación a una globalización planteada desde el centro a la periferia. Un nuevo protagonismo de los pueblos (concepto dejado de lado durante el auge posmoderno) hacía resurgir corrientes subterráneas de fuerza popular, tradiciones de luchas que se creyeron obturadas para siempre. Aún hoy se intenta poner fin a esa experiencia latinoamericana, en la mayoría de los casos repitiendo la receta del  viejo y fracasado neoliberalismo, con el aliciente de que ya no lo respalda la idea de globalización ni la de posmodernidad, que se han visto mancilladas con llegada de Donald Trump al poder de los Estados Unidos, la salida de Inglaterra del la Comunidad Económica Europea, la crisis de los refugiados y el cierre de fronteras generalizado con auge de xenofobia que vuelve a recorrer el mundo. Se recomponen los territorios de pertenencia, regresan las apelaciones nacionales, hay un resurgir de las identidades colectivas que contradicen las claves de la posmodernidad y la globalización y de alguna manera le ponen fin a esa fallida utopía. Nuevos ardides literarios construye la derecha neoliberal para armar sus relatos y justificaciones. Las neurociencias, que no sólo intentan penetrar en todas las ramas de la ciencias humanas, sobre todo las sociales, sino que intentan reducir al ser humano a un conjunto de estímulos que pueden ser regulados y manejados. Surgen entonces conceptos como "capital mental", ideas tales como que "la pobreza es un entorno mental", etc, Que borran los condicionamientos y las responsabilidades sociales, para centrarse en una suerte de meritocracia que justifica el gobierno de los ricos a través de un biologisismo genetista heredero del más rancio positivismo. Y a la vez, para reforzar las contradicciones, las ideas cruzadas, la cara y su contrario (formas usadas por los medios de comunicación masivos para infundir confusión. Forma elemental de vulnerar poco a poco la subjetividad) aparece la idea de "posverdad". Que se asocia la virtualidad, y que a fuerza de ser rigurosos deberíamos llamar posempiria (es decir aquello que no está guiado por la vivencia ni la experiencia concreta de los sujetos), porque la idea de verdad está cuestionada desde Nietzsche y nadie medianamente serio puede pensar, desde hace casi cien años en "la verdad" más que en sus formas relativas y de construcción discursiva. Pero sí resulta novedosa esta forma de entender la realidad a partir de la virtualidad y no de la experiencia concreta o la vivencia cotidiana. Como puede verse, el mensaje contradictorio se presenta: por un lado la certeza de las neurociencias, por el  otro la construcción de las concepciones a través de la posempiria. Las subjetividades se encuentran así desarmadas. Sobre esa confusión opera el discurso del nuevo neoliberalismo que ya no puede refugiasrse en las bondades de la globalización y en los somníferos de la posmodernidad, porque ya quedó claro que lo único que circula libremente por el mundo, al menos por ahora, es sólo el capital. El estado está de vuelta en el centro de la escena, pero para regular de manera neofascista los cuerpos y las identidades, como atento gendarme de la libre circulación del capital. casi lo único libre que queda, insisto, al menos por ahora.

viernes, 20 de enero de 2017

EL ENIGMA TRUMP



¿Será quizá para un importante sector postergado de ciudadanos norteamericanos un voto contra las consecuencias del neoliberalismo, como le escuché decir a la ex embajadora en los Estados Unidos Cecilia Naom? Es una lectura posible e interesante para profundizar. 
Sin dudas Trump es disruptivo para el sistema al menos en la previa. Quizá luego muestre una cierta adaptación. Lo cierto es que es un enigma. Sería prudente desconfiar de las demonizaciones que sobre ciertos candidatos construyen los medios hegemónicos de acá y de allá. Ciertamente Trump no tuvo el apoyo de los grandes medios y la candidata apoyada por el complejo de bancos de Wall Street y el complejo militar industrial era Hillary. Al parecer, los poderes fácticos norteamericanos no confían en Trump. 
Es claro que en términos políticos y culturales no representa Trump una opción progresista. Cabe preguntar si había una opción progresista con posibilides de ganar la elección, porque claramente no puede catalogarse de progresista a una Hillary que desde el departamento de estado colaboró e instigó a cuanta intervención militar y golpe de estado se perpetuó en el mundo. 
Y en una mirada desde acá y al haber escuchado declaraciones económicas de Trump pareciera ser menos neoliberal que Hillary y mas proteccionista. Es decir, un ultraconservador en lo político y un proteccionista no liberal en lo económico. ¿Era Trump la peor opción? Quizá lo sea para quienes sueñan con emigrar a EEUU. ¿Y para todos los demas? ¿Era la peor opción para el ciudadano norteamericano que busca empleo o para el quee tieene un trabajo mal pago? ¿Era la peor opción un tipo que declara que con el se terminará el intervencionismo norteamericano en el resto del mundo; que dice basta de financiar guerras absurdas con el dinero de los impuestos de los norteamericanos? Tump exige profundizar en las preguntas y salir de la comodidad de progresismo bien pensante.
Para los habitantes del ex cordón industrial norteamericano (Detroit, Michigan, etc.) que vio cerrar amiles de fabricas y convertirse a las ciudades en pueblos fantasmas, obligados a emigrar y sumidos en el desempleo y la marginalidad, Trump represente una esperanza. El hombre prometió ocuparse de manera prioritaria de los ciudadanos norteamericanos. Se verá si está a la altura. ¿Pero no es esa acaso la obligación de todo jefe de estado?

HACIA UN CAMPO POPULAR HORIZONTALIZADO


Saliendo poco a poco de la estupefacción que significó la derrota electoral, el campo popular comienza regenerarse. Enfrente  tiene la novedosa gestión de un gobierno de derecha neoliberal que por primera vez en la historia nacional ha logrado imponerse electoralmente y constituye una alianza de los poderes fácticos que, a pesar de sus internas que comienzan a mostrarse, es un bloque conciso que ha logrado una precaria hegemonía sustentada en la acción de los grandes monopolios mediáticos.
Frente a este experimento, el campo popular ha conseguido avanzar algunos casilleros recién en el último mes de este año, marcándole al gobierno la agenda de la emergencia social, arrancándole subsidios y bonos para los sectores más postergados. Esto fue posible gracias al trabajo conjunto de movimientos políticos y sociales de diferentes marcos ideológicos, sectores progresistas de la iglesia católica y el movimiento obrero organizado representado en la CGT y la CTA.

La movida recibió críticas por izquierda y por derecha, cosa que, se dice, suele suceder cuando se practica el peronismo. Lo cierto que recrudecieron virulentas discusiones hacia el interior del campo popular que muestran a las claras que no hay un liderazgo capaz de unificar el espacio y trazar una única línea estratégica de acción. Pareciera que allí radica una de las mayores debilidades si se piensa en términos electorales. No obstante, vengo a proponer una mirada algo más optimista. La crisis de liderazgo ha llevado a que el campo popular  se viera como lo que es, se volviera transparente en su heterogeneidad. Cruzado por necesidades disímiles, y discursos que van desde el conservadurismo social cristiano hasta las alabanzas a Fidel Castro, pasando por el peronismo en sus múltiples interpretaciones (menos la liberal heredera del menemato que participa de la alianza de gobierno), una de las cuales es el kirchnerismo peronista, la gran mayoría del movimiento sindical, el peronismo nacionalista conservador encarnado en su mayoría por los gobernadores provinciales, el progresismo citadino y gorila heredero de ciertas tradiciones de la izquierda y el socialismo muy parecidos al radicalismo popular, etc. Este panorama variopinto que alguna vez funcionó hegemónicamente bajo el liderazgo de Néstor y Cristina, hoy se muestra horizontal, solidario entre sí aunque falte aceitar engranajes y sanar heridas, no sujeto a un liderazgo unificado, en proceso de discusión. En resumen se horizontalizó. Este proceso quizá permita comenzar a comprender distintos niveles de demandas insatisfechas, diferentes necesidades y subjetividades, y alejarse de un discurso que quizá haya sido demasiado homogéneo e unificado. Resulta lógico que electoralmente el panorama es complicado y falta poco para la elección de medio término, pero visto desde una óptica de construcción, la horizontalidad no sólo parece saludable sino necesaria para el ambicioso objetivo de volver mejores. Las alianzas electorales son armados de coyuntura, lo que aquí se marca respecto de la necesidad de horizontalizar el campo popular apunta a un alcance más largo y profundo del cual deberán necesariamente emerger nuevos dirigentes y liderazgos, pero también nuevos discursos capaces de articular la pluralidad de demandas heterogéneas y hasta contradictorias, para lo cual es preciso salirse de la maniquea lógica de la traición.

lunes, 9 de enero de 2017

LA EXPRESIÓN DE UN PUEBLO



En la Argentina la polarización política se da desde hace más de 60 años entre el liberalismo y el peronismo. El liberalismo ha sido siempre la expresión de las elites, aunque esas elites se hayan ido modificando con el correr de la historia y hayan pasado de la oligarquía agroexportadora que viajaba a Francia con la "vaca atada", al capital financiero trasnacionalizado asociado a los medios de prensa. El peronismo, en cambio, ha sido siempre la expresión de rebeldía de un pueblo ultrajado, explotado, oprimido, humillado, hambreado y ninguneado por las elites liberales y "republicanas" portadoras de un sentido común a tono con los imperialismos dominantes. Cuando el pueblo se siente traicionado, amenazado, estafado, recurre siempre al peronismo como ese refugio último donde se espera una vida más digna, un porvenir. Por eso el peronismo es sobre todo historicidad. Por eso, tambien, los liberales intentan borrar la historia. 
El pueblo estafado durante la década infame encontró en el peronismo su conducto hacia la salvación. El pueblo oprimido durante los 18 años de prohibición y de falsa democracia reencontró en el peronismo la esperanza. Luego de la dictadura y el fracaso alfonsinista, el pueblo volvió a confiar en el peronismo para salir de la crisis (aunque la estafa electoral del salariazo y la revolución productiva fue una traición al pueblo, aun así la esperanza luego de la hiperinflación y la crisis volvió a situarse en el peronismo). Con el desasatre de la Alianza y la caída del gobierno de De la Rua, otra vez el peronismo fue la salida que se opuso a la opción liberal de la dolarización y la bandera tripartita (de Estados Unidos, la ONU y la Argentina. Por si alguno no recuerda, esa posibilidad se barajó en los aciagos días de principios de 2002, y constituía la cumbre del deseo liberal: dolarizar la economía y pasar a ser definitivamente una republiqueta asociada al imperio norteamericano). Desde 2002 hasta 2015 se sucedieron gobiernos peronistas. 
El adversario también juega. Y el peronismo, por su misma naturaleza de mayoría, suele pegarse tambien tiros en los pies. La derrota electoral del 2015 luego de 13 años de gobiernos peronistas, vuelve a situar al liberalismo en el poder. Y como siempre que eso ocurre las mayorías populares son damnificadas con las políticas económicas, les son suprimidos sus derechos individuales y colectivos, vuelven a ser humillados, perseguidos, encarcelados. Por eso el peronismo siempre vuelve, porque es la expresión de un pueblo, de este pueblo. Que cuando está desesperado sabe que hay una posibilidad de que la vida sea un poco mejor, un poco más digna. Que puede haber construciones colectivas y solidarias que se aparten del individualismo egosísta que propone el liberalismo. Que es posible mirar al otro como un compañero al que hay que ayudar y no como un competidor al que hay que vencer.
Por esto, gran parte de la energía liberal está puesta en la desperonización de la vida. Así, los deseos de los formadores de opinión que trabajan para el gobierno liberal, se entusiasman en declarar que el peronismo ya no existe, luego se topan con la realidad cuando descubren que toda la gobernabilidad depende casi exclusivamente del peronismo y su acción parlamentaria y la de los ejecutivos provinciales. El peronismo regresa y regresará siempre que el pueblo se sienta oprimido.