lunes, 18 de septiembre de 2017

NEOLIBERALISMO DE ESTADO




La diferencia entre al teoría y la práctica no tiene ideología. Logra tanto que las ideas libertarias del marxismo se transformen en el más brutal estalinismo, como que las bondades del libre mercado y el estado mínimo mute en un estatalismo liberal autoritario. 
La primera experiencia neoliberal en Argentina ocurrió durante la década del 90. Se tomó la teoría y se aplicó con entusiasmo. Cirugía mayor sin anestesia. Achicamiento del estado, venta de las empresas públicas, flexibilización laboral, privatización generalizada, endeudamiento a mansalva. Quizá en ese momento los encargados de difundir y aplicar la teoría económica, social, política y cultural neoliberal confiaban en los resultados de la misma: derrame de la riqueza que generaría una distribución del ingreso desigual pero que alcanzaría para que los sectores populares se vieran beneficiados a partir de ciertos excedentes de las ganancias de los sectores más favorecidos. Una cierto optimismo ingenuo, digamos para ser benévolos, creyó en el retiro general del estado, incluso y sobre todo en su función asistencial. El final de esa experiencia, que no creyó en las advertencias sobre en el desastre social que se estaba generando a partir de esas políticas, fue 53% de pobreza, 25% de desocupación, crisis de deuda, grandes porciones de la población cayendo en la indigencia y la desafiliación social, lo que provocó una suerte de ruptura del contrato social y empujó a la desobediencia civil hacia un estado que se hubo retirado tanto que ya no era capaz de brindar a sus ciudadanos ni las más mínima cobertura y seguridad.
La práctica mostró los límites y las deficiencias de aplicar la teoría neoliberal sin reparos confiando en las bondades de la misma.
Para la segunda experiencia, que es la que estamos viviendo ahora, se tomó en cuenta la anterior, se refinaron los mensajes, pero sobre todo se dejó de pensar al estado como un obstáculo al neoliberalismo para entenderlo como el único garante de su aplicación. Es en este sentido en que podemos empezar a pensar el neoliberalismo de estado. Es decir, la aplicación de políticas económicas y culturales neoliberales con la fuerte intervención estatal en varios sentidos funcionales. Por un lado como facilitador de grandes negocios, en esta dimensión no hay cambio respecto de la primer experiencia, sólo que se ha eliminado la mediación política, se terminó la época del lobby, son los mismos empresarios quienes ejercen la funciones dirigenciales del estado. Los intereses del estado y los de las empresas se confunden hasta superponerse, pero los resultados son siempre a favor de las ganancias empresarias que son ahora la razón de estado. Pero la gran novedad es la utilización y valoración del estado en su función asistencial, es decir como garante de gobernabilidad por una vía que se agrega a la represiva y que había sido despreciada durante la primera experiencia. Se comprendió que era necesario brindar un apoyo estatal allí donde las bondades de la economía de libre mercado no llegará. El reconocimiento de esta realidad deja ver que ya no hay una confianza en el éxito del neoliberalismo sino una planificación para morigerar sus consecuencias de desempleo, precariedad social, desafiliación, indigencia, etc. A través de la estructura asistencial del estado por un lado, y de la utilización de sus fuerzas represivas por otro. Quienes llevan adelante hoy las políticas neoliberales están precavidos de las consecuencias del modelo y usarán todo el poder del estado para, de todas formas, garantizar las ganancias empresarias que son la nueva razón de estado y diferir, a través del asistencialismo estatal, lo más posible en el tiempo la respuesta de los desfavorecidos. Este cambio es sustancial en relación a la experiencia primera del neoliberalismo en Argentina, porque muestra el fracaso del sistema teórico y su adaptación autoritaria y asistencial en la práctica. Ya nadie duda de que el neoliberalismo genere pobreza, desempleo, indigencia, precariedad laboral y social para amplios sectores de la sociedad. Ahora de lo que se trata es de aplacar la respuesta de estos sectores mientras sea posible mientras la razón de estado, las ganancias empresarias, van en aumento. Es decir, el neoliberalismo de estado parte de la experiencia del fracaso neoliberal ya consumada, pero insiste en la fórmula aún a riesgo de contradicción económica básica como por ejemplo no poder bajar el déficit fiscal, justamente por la función asistencial del estado, lo que comúnmente se traduce en subsidios para los sectores desfavorecidos sobre quienes pesa además un cada vez más fuerte control social, incuso allí en los barrios donde estos habitan, a través del despliegue de las fuerzas represivas como fuerzas de ocupación territorial. Subsidios y represión son las dos caras del control social estatal sobre los sectores que no serán favorecidos por el neoliberalismo. No ya el retiro del estado, sino un estado presente en su función asistencial, de control social y represiva para garantizar las ganancias empresarias de quienes llevan adelante la gestión estatal. Esto es el neoliberalismo de estado, es el neoliberalismo conciente de su fracaso y de lo nocivo de sus políticas. Hace bien el gobierno de Macri en hablar de sinceramiento.

martes, 5 de septiembre de 2017

ORDEN Y CARTELIZACIÓN DEL CAPITAL




Vivimos la etapa de monopolización del capital en Argentina, nunca habíamos llegado tan lejos. El supuesto “combate a las mafias” es en realidad eliminación de la competencia. Las formas de dominio y disciplina que imperan en las empresas se extienden a toda la sociedad y fagocitan el reino de las libertades individuales, los derechos y las autonomías. La empresa (su lógica) ahora debe disciplinar lo social. El trabajador y quienes están excluidos del proceso productivo deben ser controlados, no pueden dejar de ser controlados, incluso en su barrio, allí donde viven. El control se extiende y se vuelve capilar. La gestión tecnocrática del estado por parte del capital monopolizado se presenta como capital racional, y debe también disciplinar la “anarquía” del capitalista individual, las pymes, que no pueden o no quieren aceptar las reglas del juego del nuevo proceso acumulativo cartelizado. Al mismo tiempo se debe garantizar un control total sobre los trabajadores y excluidos. Es la etapa de superación del capitalismo de competencia por un proceso de centralización del capital, movimiento que no puede más que comprimir cada vez más la esfera de las relaciones sociales que antes se situaban como extrañas al proceso de producción. Es decir, la etapa de la circulación, o sea de la sociedad civil. Por esto la lógica de la empresa tiende a generalizarse, invade y penetra directamente sobre los espacios de la sociedad civil. Estás son las nuevas necesidades de orden macrista, que presenta a los valores de la clase dominante como valores absolutos, sentido común. Una idea de sociedad consensual que plantea como desviación o criminalidad todo aquello que presenta una relación de contradictoriedad con el orden dominante.

Como diría Durkheim, para una visión de la solidad totalmente integrada en base a la división social del trabajo, en etapa de cartelización monopolista, la vulneración de las normas, es decir la criminalidad o desviación, es anomia, o sea la no aceptación del rol social asignado en las jerarquías sociales por las clases dominantes. Esto es lo que va quedando en evidencia en la creciente conflictividad social que se vislumbra en la frágil gobernabilidad macrista. El descontento pone en vilo un orden fundado sobre las desigualdades en la asignación de las oportunidades y las gratificaciones, y rechaza fuertemente la naturalización de esa desigualdad.