sábado, 12 de septiembre de 2009

Argentina entre la tragedia y la comedia


Pensaba ayer que la Argentina debe dejar atrás la infancia trágica e internarse en el futuro cómico. La tragedia y la comedia se diferencian sustancialmente en que en una ganan los dioses-viejos-padres y en la otra ganan los hombres-jóvenes-hijos. Es decir que la tragedia es el universo de los valores establecidos, el triunfo de lo determinado, la fortuna conjurada contra el hombre. Mientras que la comedia es el advenimiento de lo nuevo, la apertura al cambio, el azar jugando del lado de los hombres.


Romeo y Julieta es una tragedia, mueren los hijos, triunfan los padres que se amigan sobre el final de la obra. El Mercader de Venecia es una comedia, los hijos se imponen a los viejos decrépitos. Pero además, los protagonistas de las comedias son las clases subalternas y los de la tragedia son los nobles. Quizá el nexo entre ambos mundos sea el bufón, de extracción popular participa de la corte. Su palabra es una forma de la locura y por eso pueden los bufones animarse a decir lo que otros callan, decir una vedad que no será tomada en serio. Personaje curioso, volveremos sobre él.


La democracia recuperada en el 83 abrió el juego hacia el futuro con el juicio a la junta militar, pero no logro dejar atrás su costado trágico, sus determinaciones, nunca dejo de ser “la democracia que nos dejaron”, ilustrada en una antológica tapa de la revista Humor en la que se veía una mujer con rasgos mongoloides, gorda y decadente, desdentada, arrugada, con el gorro frigio y la faja celeste y blanca. El gobierno de Alfonsín tuvo su suerte echada desde el vamos, cosa que comenzamos a comprobar trágicamente en la Semana Santa del “Felices Pascuas” y que se corrobora con la obediencia debida y el punto final. El golpe hiperinflacionario fue la consumación de las fuerzas fácticas del pasado dictatorial que regresaban al gobierno confiadas ya en las bondades de la democracia entendida como un rehén –esta idea se la escuche a León Rozitchner.


La década menemista, presentada con toda pompa como la emergencia de lo nuevo, vino a restaurar viejos poderes en un orden novedoso y ha decretar el fin de la historia, la cosa juzgada. No puede haber final más trágico que el triunfo de una ideología, de un Dios redivivo encarnado ahora en el mercado. Nada, también, tan ilusorio, porque la tragedia necesita para su realización de la lucha de dioses enfrentados. No es dialéctica la tragedia, no resuelve el conflicto en una síntesis, se queda suspendida en el conflicto. En suma, el menemismo se presentó a sí mismo como paso de comedia, como triunfo del futuro y emergencia de lo nuevo negando el esencial componente trágico del conflicto, por eso fue una época de consenso. Pero también por eso fue parodia, -conflicto negado, barrido debajo de la alfombra- y no comedia, porque la comedia también precisa del conflicto para desarrollarse.
Década bufonesca y obscena donde todo podía decirse porque nada sería tomado en serio: “Si nos dejamos de robar por dos años…”, “Si decía lo que iba a hacer no me votaba nadie”, “Pobres hubo siempre, lo dice La biblia”, etc. Parodia de comedia y de futuro, parodia de primer mundo, parodia de república, parodia cambiaria. Conflicto subterráneo creciente, lo trágico nunca deja de ejercer su fuerza sobre las cosas. Con el sigilo de la actividad volcánica el 2001 se configuraba, bullía en las barriadas, en los cortes de ruta.


¡Hay de aquellos que se emocionaron con la Alianza! Esta vez parodia de parodia. Pero como en Hamlet, entre el populacho había murmuraciones y eso no puede significar otra cosa que revuelta en puerta. Las fuerzas contrapuestas de lo trágico y lo cómico, reinauguración del conflicto y también, lógicamente, el regreso de la política y del protagonismo de las clases subalternas.


“Los argentinos estamos condenados al éxito” es una frase fantásticamente trágica, y a la vez cómica. Es hamletiana. Porque en el fondo, la comedia es una forma trágica con otros beneficiarios. Ya lo dijimos, ganan en la comedia los hijos, los jóvenes, lo nuevo. Los hombres se imponen a los dioses. Pierde la tradición. Pero con Duhalde, aun los poderes de la representación tradicional se resistían al cambio. Esa crisis “causo dos nuevas muertes”.

El azar juega a nuestro favor –cuando digo “nuestro”, pienso que los dioses son las fuerzas fácticas que condicionan lo social y los hombres “somos” las clases populares-. Duhalde piensa en De la Sota, no lo convence; piensa en Lole, pero este ve “algo” que lo espanta; finalmente no le queda otra que darle la venia a Néstor.


Kirchner es un comediante nato. Pertenece a la trágica generación que de joven creyó poder ganarle a sus padres, poder imponerse a los dioses y transformar la tragedia en comedia. El componente más trágico con el que se encontró esa generación fue Perón. El padre eterno, el líder, el que los derrotó cuando ellos creían que los llevaría a la victoria. El peronismo ha tenido hasta hoy todos los componentes de la tragedia clásica en la que triunfa la tradición frente a lo nuevo. Así sucedió con la muerte de Evita, la fortuna a favor de los dioses deja desamparados a los hombres. Luego el triunfo de la tradición: la iglesia y el poder económico nacional e internacional derrocan el gobierno peronista. Cuando decimos “los dioses” queremos decir lo instituido. Y en este sentido es genial la frase de Cooke: “el hecho maldito del país burgués” para referirse al peronismo. Pero 18 años de prohibición dejan su huella y el peronismo tendría su propia tragedia, su tragedia endógena consumada en Ezeiza.


Pero decíamos que con la llegada de Kirchner a la casa rosada la cosa empieza a volverse comedia con un delay de treinta años. Nos volvemos a situar decididamente en el terreno del conflicto, la política como conflicto de intereses contrapuestos, la realidad en disputa en las construcciones de relatos.


Si cuando, muerto ya Hamlet, Fortimbras llega a la corte de Dinamarca para hacerse cargo del poder dice “Sacad de aquí los cuerpos de los muertos, esta escena es propia de un campo de batalla”, es porque uno de los grandes problemas de la tragedia de Hamlet es que en Dinamarca no se vela lo suficiente a los muertos, no se los respeta y a veces hasta no se sabe cual es la tumba de cada cual, y la llega de Fortimbras viene a resolver esa infamia. Luego de las sucesivas muertes que empiezan con la del Rey Hamlet y culminan con la del Príncipe Hamlet, Fortimbras decide que a Hamlet Príncipe se le haga una tumba visible y se le rindan los homenajes del caso. Sabe el nuevo Gobierno de Dinamarca que en ningún reino pude haber paz si no se vela a los muertos, si no se les ofrece la sepultura, si no se hace debidamente el duelo. Lo que huele mal en Dinamarca es que los muertos no están muertos, sobre todo el principal muerto, el asesinado Rey Hamlet que es un “aparecido”.


Cualquier paralelo con la historia de los desaparecidos en Argentina y la política de Derechos Humanos inaugurada por el Gobierno de Kirchner no es pura coincidencia. Luego del desastre, de esa suerte de “estado de naturaleza” que fue la crisis del 2001, llega un nuevo orden que invierte algunos signos del estatus tradicional, pero que sobre todo intenta reparar esas muertes sin tumba que son los desaparecidos, que vuelven a “aparecer” en escena como dilema y discusión central de la Argentina. Si decíamos que en la comedia los hijos se imponen a los padres, los jóvenes a los viejos, es destacable el hecho cómico de que una de las pocas construcciones políticas del kirchnerismo este encabezada por un hijo de desaparecidos. Y si decíamos también que en la comedia los personajes que llevan adelante la representación son las clases subalternas, no podemos dejar de reconocer que los sujetos sociales que sostuvieron y sostienen el proyecto kirchnerista fueron las clases medias en un primer momento y los trabajadores sindicalizados de la mano de Moyano a partir de la llegada de Cristina al poder.

Si en la coyuntura actual hay un espacio político que se encuentra en pleno debate, ese es el peronismo. Y justamente la discusión parece darse en función de la falta clara de liderazgos. Esto, que para el peronismo ha sido hasta ahora un problema, es percibido por sectores del movimiento como la oportunidad de ponerse los pantalones largos, de pasar de la tragedia a la comedia. La posibilidad concreta de construir un poder popular de abajo hacia arriba que aporte nuevos dirigentes pero que el liderazgo se centre no en el personalismo sino en el poder popular organizado a partir de las estructuras sindicales pero ampliándose mucho mas hacia los barrios, los clubes, las organizaciones sociales.


El kirchnerismo cómico hizo estallar al trágico peronismo en mil pedazos y logro además pararse sobre la fractura social para reinstaurar la política como conflicto permanente. Quizá le falte aun interpelar más y mejor a los sectores populares para integrarlos a una disputa de poder cómo actores centrales. Quizá la Argentina este transitando el pasaje siempre difícil de la adolescencia a la madurez en términos de democracia, para llegar a comprender que es en el conflicto donde la democracia crece y se desarrolla y que una democracia madura, como la comedia, conlleva un conflicto trágico en el que al final ganan los hombres, es decir las mayorías hasta ahora postergadas por los poderes fácticos y los designios del “cielo”.

martes, 8 de septiembre de 2009

Román y la ley de medios


Román debería volver a la selección. Román ha inaugurado la Ley de medios, nadie nunca le hizo decir cosas que el no quisiera; Román siempre tuvo su propio casette, imposible sacarlo de su forma de ver el fútbol y la vida. Román se opuso a la dictadura mediática y a las preguntas imbéciles de Titi Fernández. Román siempre, adentro y afuera de la cancha, marca su ritmo y dice sus cosas. Sólo por esa marca original debería volver, para devolvernos sus tiempos, su mirada cenital y su oriental paciencia.
Esa mirada propia de Román, expresando sus desacuerdos sin ceder a la presión del patrioterismo barato que lo condenaba por la renucnia a vestir los colores "patrios", fue la inauguración de la pluralidad de voces en el fútbol, aunque haya sido en ese momento la siempre solitaria voz de Román la que marcó un rumbo.

Frente al monopolio individualista de Messi, el juego colectivo de Román.