miércoles, 20 de marzo de 2019

EL HOMBRE Y SU CIRCUNSTANCIA



La fuerte irrupción de Roberto Lavagna en el escenario electoral merece una reflexión profunda en la que se retomen ciertos hechos históricos y se haga un recuento de los procesos sociales que se desarrollaron en la Argentina de los últimos años.
La salida de la crisis económica, social y de representación de diciembre de 2001 fue un camino arduo. El Duhaldismo sentó las bases de la recuperación económica con la gestión de Remes Lenicov y luego (se dice que por sugerencia de Raul Alfonsín) de Roberto Lavagna.  La opción elegida por Duhalde, la pesificación asimétrica (la otra opción, la que planeaban los liberales, cabe recordarlo, era la dolarización) fue la menos nociva para el país, la que permitió preservar la moneda nacional, aunque devaluada. Pero siempre una moneda propia implica soberanía política y abre la posibilidad de la independencia económica. No necesariamente la de la justicia social, y fue el puntapié del camino de la recuperación que en pocos años cristalizó en crecimiento a tasas chinas. Duhalde, no obstante, sufrió las consecuencias políticas de esa devaluación que fue la salida real de la convertibilidad. Los argentinos nos habíamos acostumbrado al uno a uno a costa de la destrucción del aparato productivo nacional y del sistema político de representación. Un peso dejó de valer un dólar (nunca había existido esa paridad en términos reales, pero la posverdad no es nueva ni un invento macrista). Con Duhalde, el que depositó dólares no recibió dólares, pero al menos recuperó, en pesos, algo del dinero que los bancos habían robado con el corralito. No podemos olvidar que Duhalde ya en 1995 decía que había que salir del modelo de convertibilidad. Lo volvió a decir en la campaña presidencial de 1999, elección presidencial que perdió con De la Rua a quién el sosteniendo de la convertibilidad, entre otras cosas,  se lo llevo puesto en helicóptero.
No es casualidad el hacer referencia a Duhalde, puesto que es el principal impulsor de la candidatura de su ex ministro de economía. Cuando las papas quemaban, Duhalde tomó la decisión que hubiera tomado todo buen peronista, la opción nacional que permitía abrir el proceso de sustitución de importaciones, volviendo a tener cierta competitividad a partir de la devaluación de peso; a la vez que permitía a los ahorristas estafados recuperar una parte de sus ahorros. Una decisión contra la dolarización neoliberal.
En términos políticos, la crisis de 2001 fue sobre todo una crisis de representación, en la cual, si bien se vieron interpelados los partidos tradicionales y la autoridad presidencial, en la sociedad argentina no se vio mermado el compromiso democrático para la resolución de los conflictos. De allí la emergencia de dos nuevos espacios de representación, el kirchnerismo (coagulando la cultura de la resistencia al neoliberalismo de los años noventa con eje en el peronismo) y el incipiente macrismo (como reconfiguración del neoliberalismo noventista). No es en vano recordar que las opciones liberales sumadas (Menem y Lopez Murphy) en las elecciones del año 2003 obtuvieron más del 40% de los votos. No obstante, el triunfo kirchnerista, obligó al liberalismo a refugiarse en cuarteles de invierno y desarrollar una estrategia de largo plazo con la creación de un nuevo partido, el PRO. La reconstrucción de la autoridad presidencial fue un proceso en el que se esmeraron tanto Néstor Kirchner, como Cristina y Macri y aparece hoy recuperada. Fueron tres Presidentes que, cada uno a su manera, tomaron el mando. Macrismo y Kirchnerismo surgen entonces a partir de una crisis de representación, es decir son emergencia de esa crisis y, pareciera, que su influencia en la política nacional disminuye en tanto pasa el tiempo y esa crisis se aleja. Si bien la actualidad nos enfrenta a un nuevo escenario de crisis de deuda posible, es muy distinta a la de 2001. Hay hoy una “pesada” herencia de contención social que le garantizó al gobierno macrista gobernabilidad y un último diciembre tranquilo en medio de un brutal ajuste. Reconstruida la autoridad presidencial, quizá asistamos ahora a la reconstrucción de los partidos tradicionales (PJ – UCR). En este contexto es donde crece la candidatura de Lavagna vinculado a un sector muy imporante del PJ, una candidatura alejada de toda épica y sin aires de refundación nacional (dos características del kirchnerismo y el macrismo e inscriptas en la lógica poscrisis), pareciera por fin llegar el tiempo de cierta “normalidad”. Un país normal, rezaba el slogan de Néstor Kirchner en 2003 cuando Lavagna ya era Ministro de Economía de Duhalde y luego lo sería del “país normal” pregonado por Kirchner. ¿Qué es un país normal? En principio un país donde todos nos soportamos. Donde se acepta que hay un otro diferente al que no hay que eliminar, ni encarcelar, ni perseguir. Tendrán que convivir gorilas y peronistas.  Pero un país normal es también uno donde todos comen, donde los sueldos alcanzan para pagar la luz y el gas, donde los trabajadores tienen derechos.  Lavagna puede garantizar esperanza en estos dos sentidos. Un país menos ideologizado donde todos coman y con ciertos consensos básicos para enfrentar una situación de crisis. Así fue su momento de referencia durante sus años al frente de economía. Como dice mi amigo Lucas, el reino de los grises.
Además de la experiencia exitosa en renegociación de deuda con el FMI (algo que se descarta que cualquier gobierno que asuma en diciembre de 2019 deberá encarar), la otra condición deseable que abre la puerta a los consensos detrás de su candidatura tiene que ver con la edad, y la idea de que un gobierno de Lavagna sería sólo de 4 años. Situación que entusiasma a los ansiosos, sean peronistas, radicales, macristas y kirchneristas. La idea de no reelección daría también cierto aire a un eventual gobierno para tomar medidas con libertad sin condicionamientos electorales.
Porque el hombre es siempre él y su circunstancia.