martes, 19 de febrero de 2019

EL PODER NO ARGUMENTA



Puede resultar llamativa la poca habilidad discursiva del Presidente, su torpeza en el manejo del lenguaje que se hace extensiva a la comunicación general del oficialismo plagada de frases vacías del estilo "haciendo lo que hay que hacer", que dejan al sujeto que la recibe en la situación de completar esa slogan con su propia creencia. Ante el sinsentido, el sujeto dota de sentido la frase con su propia mirada, sus anhelos, su necesidad. Pero más allá de la estrategia comunicacional efectiva para vender una marca de dentífrico o una gestión de gobierno, hay una pobreza conceptual y de capacidad argumentativa en la mayoría del elenco presidencial. Incluso entre aquellos que parece mas dotados para elaborar  discurso del equipo de gobierno como es el caso de Marcos Peña. Creemos que no sólo responde a una estrategia publicitaria sino que es casi una ontología de aquellos que han sido criados en espacios de mucho poder y que desde jóvenes han ejercitado el poder mismo al frente de sus empresas familiares. El poder no argumenta, comunica decisiones sin necesidad de explicar a sus subordinados el por qué de las mismas. Se sienten facultados para tomar decisiones sin argumentar razones, salvo entre sus pares, socios, accionistas. En ese sentido no hay necesidad en el plantel de gobierno de haber aprendido los dotes del argumento racional, sino sólo la manera de comunicar de forma eficiente, es decir para que la decisión tomada sea aceptada sin reparos por los subordinados. Esa lógica patronal parece encontrar un freno en la institucionalidad de la democracia y su división de poderes. Por esto el gobierno macrista cada vez se vuelve más reñido con la democracia, intenta reemplazar a los jueces que le ponen freno, se obsesiona con los decretos para vulnerar el Congreso y rehuye siempre de toda discusión sobre sus decisiones, Porque tanto en las cámaras de diputados y senadores como frente a la justicia, se necesita argumentar racionalmente una decisión para lograr legitimidad. Son espacios en los cuales los discursos publicitarios vacíos y las apelaciones a la creencia de futuros venturosos no tiene gran efecto. La ontología de los poderosos no requiere del aprendizaje del argumento racional justificativo simplemente porque nunca lo han necesitado sino más bien todo lo contrario. Es condición del ejercicio del poder patronal no necesitar de ese tipo de conocimiento.



lunes, 18 de febrero de 2019

EL REGRESO DE LOS GIGANTES


Agotándose ya los estertores de la crisis económica, política y de representación ocurrida en diciembre de 2001 que dio lugar al aparente corrimiento de los dos partidos nacionales tradicionales, el PJ y la UCR, de la centralidad política, comenzamos a asistir al rearmado de un orden bipartidista que nunca murió, se sostuvo en las provincias con obstinación, astucia y capacidad de adaptación
Que no haya habido un diciembre violento a fines de 2018, a pesar de la degradación social que provocó la política del gobierno de Cambiemos, habla del final de un ciclo, de la salida paulatina del trauma post 2001. Cuando aquel diciembre ya lejano explotó todo, la sociedad voló por los aires porque no había ni siquiera un atisbo de esperanza en una construcción política capaz de articular y representar la rabia y la desazón del pueblo. La última gran esperanza que había sido el FREPASO había naufragado en su propia incapacidad. Una de las pocas estructuras que quedaba en pie fue el PJ de la provincia de Buenos Aires, que de echo se hizo del poder, enhorabuena. 
Si este último diciembre pasó sin violencia ni saqueos, es en parte porque existe una representación renovada. Y existe a los dos lados de la fractura social, de la perezosamente llamada "grieta". Esa fractura expuesta que comenzó a visualizarse en 2008 fue el comienzo de la rearticulación de las representaciones democráticas en Argentina. Fue el inicio de la salida la crisis del 2001. Y como no podía ser de otra manera, se desarrolló por fuera de los dos partidos nacionales tradicionales. Así dio emergencia a nuevos liderazgos. Kichnerismo y macrismo son los emergentes de esa crisis. EL PRO lo entendió más rápido y armó el partido que vendría a reemplazar a la vieja UCR, en cambio el kirchnerismo se mantuvo en la política de armar frentes y sólo tardíamente, como suele marcar el atinado Turco Asís, se armó el frepasito tradío de La Doctora, que es Unidad Ciudadana.
Ese gran analista de la sociedad argentina que es el sociólogo Ricardo Sidicaro dijo alguna vez: "cuando dijeron "que se vayan todos" se fueron los partidos". No sólo habían perdido credibilidad luego de la experiencia menemista y aliancista en la que ambos partidos históricos, al estilo español (PP / PSOE), habían abrazado la causa neoliberal del consenso de Washington, sino que también había sido destruida la autoridad presidencial.
Entre los muchos aciertos del gobierno de Néstor Kirchner, se cuenta la reconstrucción de esa autoridad perdida, una reconstrucción en la cual el Presidente ejerce el poder. Una continuidad en la que acertadamente insistió Cristina y que, aún en las antípodas ideológicas de los dos anteriores, continua el Presidente Macri. Nadie puede negar que Macri ejerce el poder, siempre lo había hecho aún fuera de la función pública. Ese ejercicio está en su naturaleza histórica (si es que es posible una expresión semejante, es decir, a pesar del oxímoron).
Ya reconstruida esa autoridad, le llega el turno a los partidos (cuando hablo aquí de partidos me refiero específicamente a la UCR y el PJ). 
Cuando el kirchnerismo dejó el poder en diciembre de 2015 quedó con representación parlamentaria, pero en cargos ejecutivos no pudo construir en doce años de gestión nacional una sola gobernación propia. Se fue del poder  con la misma gobernación de la que salió el proyecto, la Santa Cruz de los Kirchner gobernada ahora por Alicia. Es decir, nada. El kirchnerismo fue ese proyecto que montado sobre la crisis de los partidos tradicionales, tejió alianzas con gobernadores, principalmente del PJ aunque no únicamente, que le aportaron al estructura nacional y le dieron gobernabilidad. 
¿No pasa lo mismo con el macrismo? El PRO tiene dos territorios propios, CABA y la Provincia de Buenos Aires, aunque esta última en un frágil equilibrio de cogobierno con sectores del peronismo renovador y la UCR, sin los cuales naufragaría. El sueño de ganar Córdoba con Baldassi duró menos que el intento de Del Sel en Santa Fe. La UCR le marca la cancha en el interior y hasta el Movimento Popular Neuquino lo condiciona. Por su parte, los gobernadores peronistas (que nunca debe olvidarse que son la amplia mayoría) ya están en el armado de la reconstrucción del PJ. Es decir, si el macrismo dejara el poder en las próximas elecciones, lo más  probable es que vuelva a ser el partido vecinal de CABA con una buena representación parlamentaria nacional.
Pareciera que, pasada la pantalla de la crisis de 2001, asistimos a la lenta reconstrucción de los partidos tradicionales, PJ / UCR, con una nueva configuración de alianzas y filiaciones ideológicas emergentes del 2001 y articuladas a partir de la llamada grieta, dentro de cada partido. Existen, a mi juicio, dos grandes clivajes: 1) nacionalistas vs globalizadores (En sus programas económicos), es quizá el más importante porque es el que verdaderamente divide entre PJ y UCR. 2) Conservadores y liberales (en términos de ciudadanía, no de economía). Este segundo clivaje atraviesa horizontalmente los dos partidos. Y es el que da lugar a las internas partidarias. En el PJ este clivaje puede expresarse en la dicotomí a Pichetto /Cristina y en la UCR, por ejemplo, en la distancia entre Alfonsín y Gerardo Morales. En uno y otro partido las estructuras tradicionales (UCR / PJ) del interior del país representan generalmente el espacio conservador de cada fuerza, mientras que los liberales suelen centrarse en las zonas urbanas.
Sería sano para el sistema democrático argentino que esta incipiente reconstrucción se desarrolle y permita dirimir en las internas partidarias (las PASO han sido una gran herramienta en este sentido) cual será la facción de cada partido que liderará. Una reconstrucción bipartidista al estilo Republicanos vs. Demócratas, o para explicarlo en términos autóctonos: "el gana conduce y el que pierde acompaña".