viernes, 21 de septiembre de 2018

ESTADO Y SOCIEDAD CIVIL, EL REGRESO DE UNA VIEJA DISCUSIÓN



Para comprender uno de los acuciantes problemas sociales actuales, hay que regresar a una vieja discusión de la política: la distinción entre Estado y Sociedad Civil. Problema que ya estaba planteado desde los orígenes del sistema de gobierno que se desarrolló luego de la caída del feudalismo, o sea, desde el advenimiento de la burguesía y su llegada al poder, con su cúmulo de ideas (Igualdad, Libertad, Fraternidad, Propiedad Privada) y el poder desplegado del dinero acumulado a partir del coloniaje, el desarrollo industrial y comercial.
En esos orígenes de la  modernidad, la idea de Sociedad Civil surge a la vez como el espacio de lo privado y del control al poder estatal. Es la Sociedad Civil la que va a poner límite al poder estatal, aunque delegue en éste el uso legítimo de la fuerza. Todas las ideas de separación de poderes, de soberanía popular, del voto y la representación, los códigos de gobierno, buscan limitar el poder del Estado. Aparecen así dos esferas diferenciadas: la Sociedad Civil como el espacio de la individualidad, de la “libertad” y la desigualdad, del mercado, donde se reproducen las relaciones de poder y privilegio que otorga la división de clases; y el Estado como espacio de la igualdad abstracta en el que el hombre es concebido como especie, donde todos son iguales ante la ley. Individuos conforman la Sociedad Civil y ciudadanos el Estado.
Esta distinción primera de la modernidad occidental se ve trastocada en la actualidad, puesto que el crecimiento desmedido de la desigualdad en el ámbito de la Sociedad Civil ha invertido el esquema de poder y los espacios de control del mismo. El espacio de la Sociedad Civil, a través del desarrollo global del mercado y de la financierización de la economía se ha vuelto supraestatal, vulnerando el pacto contractual originario en el cual la Sociedad Civil delegaba en el Estado el poder de decisión sobre las cuestiones fundamentales y estratégicas de las naciones.
Cuando el ámbito de la desigualdad avanza sobre la estructura estatal que representa la igualdad (aún abstracta), el poder del dinero se expande hacia el espacio en que debería quedar suspendido y de esta forma se avanza hacia una estructuralidad de la desigualdad. Es decir, ya no hay igualdad ni siquiera en el ámbito de la ciudadanía, ni siquiera la igualdad formal ante la ley.
En estos momentos se impone una inversión respecto a lo que pasaba en el siglo XVIII, XIX o incluso en gran parte del siglo XX, en la relación entre Estado y Sociedad Civil.
Es hoy el Estado el que debe poner límite al avance de la Sociedad Civil como reino de la desigualdad, para reinstaurar la igualdad. Sin equilibrio entre Estado y Sociedad Civil se va siempre hacia sistemas autoritarios. Cuando prima exageradamente el Estado, se vuelve autoritario por el poder de represión y censura; cuando se excede la acción de la Sociedad Civil, se vuelve autoritario por el poder y el privilegio que otorga el dinero. Reinstaurar el equilibrio perdido entre Estado y Sociedad Civil es la tarea del ahora, para la construcción de una sociedad armónica, menos violenta y menos autoritaria. Es el Estado el que hoy debe poner límite a la Sociedad Civil, es decir, moderar el apetito individual. El avance de lo privado sobre la estructura estatal es evidente. Se impone una defensa del Estado para recuperar esa centralidad perdida y que la Sociedad Civil vuelva a ser el ámbito del control del poder estatal y no su reemplazo.
El ejemplo más brutal de esta inversión es el desembarco de empresarios del mundo privado a hacerse cargo de la gestión estatal. Esta confusión entre Sociedad Civil y Estado amenaza los cimientos de la democracia moderna tanto como lo hicieron los totalitarismos del siglo XX, y nos sume en el riesgo de la desintegración social.