lunes, 1 de julio de 2019

ALBERTO O EL CAFIERISMO TARDÍO



Cuando Antonio Cafiero perdió la interna peronista con Carlos Menem en 1988, pareció que esa línea interna del peronismo se opacaba para siempre. Ese peronismo que supo ponerse codo a codo con Alfonsín en el balcón de la rosada para ponerle el pecho a la democracia frente a la asonadas carapintadas. Un peronismo acuerdista y profundamente institucionalista. Respetuoso de la diferencia y creyente en las reglas de la democracia, afuera y adentro del partido. Que supo asumir la derrota interna sin romper e integrarse al gobierno menemista siguiendo la consigna de acompañar al vencedor de una interna pero sin mimetizarse. 
De alguna manera, aunque con bemoles, ese espacio de un peronismo que no abrazó la causa neoliberal ni se sometió al consenso de Washington, perduró en la figura de Eduardo Duhalde, sobre todo a partir de 1995 cuando gobierna la Provincia de Buenos Aires (territorio que también supo comandar Antonio Cafiero).
Cuentan una anécdota que no sabemos si es real, pero si es verosimil. Duhalde, ya gobernador de la Provincia va a hablar con Menem y le plantea que en la provincia no se cierra una fábrica más. Menem le dice: "Esas cosas de economía hablalas con Cavallo". A lo que Duhalde le responde "No, lo hablo con vos porque sos el Presidente". Poner la política por encima de la economía es una marca de ese cafierismo, que se continuó en Duhalde. Y hoy se ve también en Alberto. 
Todo el trabajo de reconstrucción del peronismo, trabajo monumental de orfebrería política digno de Antonio Cafiero, un hombre de la Unidad, fue realizado por quienes vienen de esa línea política. Por caso Felipe Solá. 
De alguna forma, Felipe. Alberto, incluso el Flaco Gioja, son dignos herederos de Antonio Cafiero. El peronismo que viene se mueve en esa lógica de tolerancia, de ampliar márgenes en los apoyos aún a costa de cierta flexibilidad ideológica. Claramente una lógica de mayorías. Bienvenido homenaje a ese gran político que fue Antonio Cafiero, quien marcó un camino que, aunque demorado, se rebela necesario y que ya a mediados de los años ochenta Antonio vislumbró como una superación de la antinomia trágica de los años setenta que hubo de desangrar al peronismo. Ni el kirchnerismo ni sus enemigos más acérrimos dentro del peronismo pudieron darle espacio a esa superación.
Los procesos sociales son largos, los duelos llevan a veces más de lo que se cree. 






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