martes, 5 de septiembre de 2017

ORDEN Y CARTELIZACIÓN DEL CAPITAL




Vivimos la etapa de monopolización del capital en Argentina, nunca habíamos llegado tan lejos. El supuesto “combate a las mafias” es en realidad eliminación de la competencia. Las formas de dominio y disciplina que imperan en las empresas se extienden a toda la sociedad y fagocitan el reino de las libertades individuales, los derechos y las autonomías. La empresa (su lógica) ahora debe disciplinar lo social. El trabajador y quienes están excluidos del proceso productivo deben ser controlados, no pueden dejar de ser controlados, incluso en su barrio, allí donde viven. El control se extiende y se vuelve capilar. La gestión tecnocrática del estado por parte del capital monopolizado se presenta como capital racional, y debe también disciplinar la “anarquía” del capitalista individual, las pymes, que no pueden o no quieren aceptar las reglas del juego del nuevo proceso acumulativo cartelizado. Al mismo tiempo se debe garantizar un control total sobre los trabajadores y excluidos. Es la etapa de superación del capitalismo de competencia por un proceso de centralización del capital, movimiento que no puede más que comprimir cada vez más la esfera de las relaciones sociales que antes se situaban como extrañas al proceso de producción. Es decir, la etapa de la circulación, o sea de la sociedad civil. Por esto la lógica de la empresa tiende a generalizarse, invade y penetra directamente sobre los espacios de la sociedad civil. Estás son las nuevas necesidades de orden macrista, que presenta a los valores de la clase dominante como valores absolutos, sentido común. Una idea de sociedad consensual que plantea como desviación o criminalidad todo aquello que presenta una relación de contradictoriedad con el orden dominante.

Como diría Durkheim, para una visión de la solidad totalmente integrada en base a la división social del trabajo, en etapa de cartelización monopolista, la vulneración de las normas, es decir la criminalidad o desviación, es anomia, o sea la no aceptación del rol social asignado en las jerarquías sociales por las clases dominantes. Esto es lo que va quedando en evidencia en la creciente conflictividad social que se vislumbra en la frágil gobernabilidad macrista. El descontento pone en vilo un orden fundado sobre las desigualdades en la asignación de las oportunidades y las gratificaciones, y rechaza fuertemente la naturalización de esa desigualdad.

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