Desde el fin de la segunda guerra mundial,
después del surgimiento de los totalitarismos no comunistas en Europa
continental (Italia, Alemania, España), en occidente se llegó a una serie de
acuerdos básicos para ingresar en un nuevo período bajo ciertos valores de la
democracia liberal como la protección de los derechos individuales de
ciudadanía y la importancia del respeto por la vida por encima de cualquier
otro valor. Era lógico, después de las masacres totalitarias y las dos guerras
mundiales, después de Auschwitz, Hiroshima y Nagasaki. Así las democracias
occidentales se erigieron como modelo de humanismo frente a los totalitarismos
de toda índole, occidentales u orientales e incluso tercermundistas. La vieja
Europa, destruida por dos guerras mundiales en 30 años, perdía al fin su
hegemonía económica y cultural, los fascismos y el totalitarismo nazi fueron
quizá la respuesta desesperada de una parte de esa Europa decadente que veía
caer su hegemonía a manos de los Estados
Unidos desde el oeste y de la Unión Soviética desde el este.
Cuando se ve amenazada una hegemonía económica
(y esto siempre pasa en contextos de crisis) y cultural una des las respuestas
posibles es el totalitarismo, el autoritarismo que intenta conservar viejas
jerarquías sociales se funde con dispositivos de control social para cerrar un
círculo vicioso de odio, terror y muerte.
Esta breve reseña de una lectura posible de los
totalitarismos de occidente durante la primera mitad del siglo XX, nos puede
servir para analizar la hora que nos toca. Puesto que el consenso surgido de
esa posguerra parece haber llegado a su fin y se erigen nuevamente discursos de
odio racial, discursos y acciones de gobierno fundadas en creencias en
supremacías étnicas y culturales asociadas a las económicas y militares. ¿Puede
este resurgir del odio autoritario corresponderse a un cambio en la hegemonía
económica y cultural del mundo? ¿Puede ser, como creemos que lo fueron el
fascismo y el nazismo, la respuesta desesperada de un imperio decadente que ve
peligrar su hegemonía económica y cultural?
Una suerte de hipótesis podría plantearse
para explorar el resurgimiento del los
autoritarismos y el retroceso de las democracias liberales en occidente. Lo que
planteamos más arriba y que se equipara con el surgir autoritario de la primera
mitad de siglo XX. Sólo que esta vez la hegemonía mundial estaría mudándose
desde los Estados Unidos y sus zonas de influencia económica y cultural
(occidente en su mayoría) hacia China, nueva potencia imparable en incesante
avance. Este cambio hegemónico genera el
resurgir de autoritarismos reaccionarios mediante los cuales el poder
hegemónico norteamericano en retroceso busca hacer frente al avance chino.
Formas autoritarias de una organización social cada vez más jerarquizada y
cristalizada en sus desigualdades mediante coacciones concretas de las fuerzas
de seguridad (el modelo israelí de gobernanza), aseguran además la
precarización de la fuerza de trabajo y combate las reacciones propias de la
pauperización social avasallando derechos y libertades individuales y
colectivos. Pero además, y esta es la segunda parte de la hipótesis, romper
toda la legislación laboral elaborada por el estados de bienestar, destruir las
seguridades sociales, permite a occidente imitar el modelo económico chino de
gran escala con mano de obra hiperexplotada para poder competir en igualdad de
condiciones con el gigante asiatico. Es decir, ante la prueba incontrastable
del triunfo económico de la forma de producción china, basada en la
hiperexlotación de mano de obra y sustentada en un sistema autoritario con
libertades muy restringidas, las potencias de occidente se someten a esa deriva
resignando el consenso humanista democrático de pos guerra y optando por una
forma adaptada del autoritarismo poscomunista de la China actual que ha podido
transformarse en un modelo “exitoso” desde el punto de vista empresario de la
relación entre costos y beneficios. Otra forma de resistir a la nueva hegemonía
mediante la imitación de su modelo productivo, parece poner fin al sueño
utópico de la democracia liberal (liberal en términos de ciudadanía. No debe
entenderse el adjetivo liberal vinculado al liberalismo económico) que fue
hasta ahora garante del proceso de
avance de la ciudadanía.
El modelo chino se extiende a otras áreas de la
planificación social de lo que podríamos empezar a denominar las exdemocracias
occidentales, por ejemplo a través del llamado Lawfare, Guerra Judicial. Proceso mediante el cual se utiliza la
justicia para situar al adversario político fuera de la ley, tomado de manuales
de instrucción del ejercito comunista chino y adaptado a las necesidades de las
potencias occidentales. Se trata sobre todo de poner fuera de la ley a los
líderes de procesos que se resisten a la deriva autoritaria de occidente y a
las pérdidas de derechos de los trabajadores, por eso sus principales víctimas
son líderes políticos y sindicales que concitan gran apoyo popular y/o
grandes organizaciones de poder sindical.
Esta modalidad de inhabilitación política restringe aún más los cada vez más
debilitados derechos de ciudadanía y refuerza el carácter autoritario. No es
casualidad que esa práctica antidemocrática se haya tomado, justamente, de China.
En resumen, el avance hegemónico de China con
su modelo autoritario de hiperxplotación obrera y producción a gran escala se impone al mundo.
Occidente, a través de la acción de sus potencias, reacciona por imitación a
ese modelo que en términos de competencia comercial se revela exitoso, al costo
de resignar los avances democráticos de ciudadanía y las protecciones sociales.
Pero aún hay algo peor en la torpe respuesta imitativa de las potencias
occidentales. En China, por ser una deriva de un modelo originalmente
comunista, no existe la desafiliación social, la exclusión. Hiperexplotados
pero incluidos. En occidente, que viene de las desigualdades que provoca el
mercado, a la pérdida de libertades y derechos de ciudadanía, a la
precarización del trabajo, a la hiperxlotación, se suma también la exclusión y la
desafiliación social.
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