lunes, 12 de noviembre de 2018

¿EL FIN DE UNA UTOPÍA?


Desde el fin de la segunda guerra mundial, después del surgimiento de los totalitarismos no comunistas en Europa continental (Italia, Alemania, España), en occidente se llegó a una serie de acuerdos básicos para ingresar en un nuevo período bajo ciertos valores de la democracia liberal como la protección de los derechos individuales de ciudadanía y la importancia del respeto por la vida por encima de cualquier otro valor. Era lógico, después de las masacres totalitarias y las dos guerras mundiales, después de Auschwitz, Hiroshima y Nagasaki. Así las democracias occidentales se erigieron como modelo de humanismo frente a los totalitarismos de toda índole, occidentales u orientales e incluso tercermundistas. La vieja Europa, destruida por dos guerras mundiales en 30 años, perdía al fin su hegemonía económica y cultural, los fascismos y el totalitarismo nazi fueron quizá la respuesta desesperada de una parte de esa Europa decadente que veía caer su hegemonía a manos de los  Estados Unidos desde el oeste y de la Unión Soviética desde el este.
Cuando se ve amenazada una hegemonía económica (y esto siempre pasa en contextos de crisis) y cultural una des las respuestas posibles es el totalitarismo, el autoritarismo que intenta conservar viejas jerarquías sociales se funde con dispositivos de control social para cerrar un círculo vicioso de odio, terror y muerte.
Esta breve reseña de una lectura posible de los totalitarismos de occidente durante la primera mitad del siglo XX, nos puede servir para analizar la hora que nos toca. Puesto que el consenso surgido de esa posguerra parece haber llegado a su fin y se erigen nuevamente discursos de odio racial, discursos y acciones de gobierno fundadas en creencias en supremacías étnicas y culturales asociadas a las económicas y militares. ¿Puede este resurgir del odio autoritario corresponderse a un cambio en la hegemonía económica y cultural del mundo? ¿Puede ser, como creemos que lo fueron el fascismo y el nazismo, la respuesta desesperada de un imperio decadente que ve peligrar su hegemonía económica y cultural?
Una suerte de hipótesis podría plantearse para  explorar el resurgimiento del los autoritarismos y el retroceso de las democracias liberales en occidente. Lo que planteamos más arriba y que se equipara con el surgir autoritario de la primera mitad de siglo XX. Sólo que esta vez la hegemonía mundial estaría mudándose desde los Estados Unidos y sus zonas de influencia económica y cultural (occidente en su mayoría) hacia China, nueva potencia imparable en incesante avance. Este cambio hegemónico  genera el resurgir de autoritarismos reaccionarios mediante los cuales el poder hegemónico norteamericano en retroceso busca hacer frente al avance chino. Formas autoritarias de una organización social cada vez más jerarquizada y cristalizada en sus desigualdades mediante coacciones concretas de las fuerzas de seguridad (el modelo israelí de gobernanza), aseguran además la precarización de la fuerza de trabajo y combate las reacciones propias de la pauperización social avasallando derechos y libertades individuales y colectivos. Pero además, y esta es la segunda parte de la hipótesis, romper toda la legislación laboral elaborada por el estados de bienestar, destruir las seguridades sociales, permite a occidente imitar el modelo económico chino de gran escala con mano de obra hiperexplotada para poder competir en igualdad de condiciones con el gigante asiatico. Es decir, ante la prueba incontrastable del triunfo económico de la forma de producción china, basada en la hiperexlotación de mano de obra y sustentada en un sistema autoritario con libertades muy restringidas, las potencias de occidente se someten a esa deriva resignando el consenso humanista democrático de pos guerra y optando por una forma adaptada del autoritarismo poscomunista de la China actual que ha podido transformarse en un modelo “exitoso” desde el punto de vista empresario de la relación entre costos y beneficios. Otra forma de resistir a la nueva hegemonía mediante la imitación de su modelo productivo, parece poner fin al sueño utópico de la democracia liberal (liberal en términos de ciudadanía. No debe entenderse el adjetivo liberal vinculado al liberalismo económico) que fue hasta ahora garante del  proceso de avance de la ciudadanía.
El modelo chino se extiende a otras áreas de la planificación social de lo que podríamos empezar a denominar las exdemocracias occidentales, por ejemplo a través del llamado Lawfare, Guerra Judicial. Proceso mediante el cual se utiliza la justicia para situar al adversario político fuera de la ley, tomado de manuales de instrucción del ejercito comunista chino y adaptado a las necesidades de las potencias occidentales. Se trata sobre todo de poner fuera de la ley a los líderes de procesos que se resisten a la deriva autoritaria de occidente y a las pérdidas de derechos de los trabajadores, por eso sus principales víctimas son líderes políticos y sindicales que concitan gran apoyo popular y/o grandes  organizaciones de poder sindical. Esta modalidad de inhabilitación política restringe aún más los cada vez más debilitados derechos de ciudadanía y refuerza el carácter autoritario. No es casualidad que esa práctica antidemocrática se haya tomado, justamente,  de China.
En resumen, el avance hegemónico de China con su modelo autoritario de hiperxplotación obrera y  producción a gran escala se impone al mundo. Occidente, a través de la acción de sus potencias, reacciona por imitación a ese modelo que en términos de competencia comercial se revela exitoso, al costo de resignar los avances democráticos de ciudadanía y las protecciones sociales. Pero aún hay algo peor en la torpe respuesta imitativa de las potencias occidentales. En China, por ser una deriva de un modelo originalmente comunista, no existe la desafiliación social, la exclusión. Hiperexplotados pero incluidos. En occidente, que viene de las desigualdades que provoca el mercado, a la pérdida de libertades y derechos de ciudadanía, a la precarización del trabajo, a la hiperxlotación, se suma también la exclusión y la desafiliación social.


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