viernes, 2 de junio de 2017

SINCERAMIENTO Y TRANSPARENCIA


Hasta la llegada al poder de Mauricio Macri, casi simultánea a la de Donald Trump y seguida luego por la del francés Macrón, exponentes cabales del mundo empresario, ni siquiera representantes del capital sino los poseedores directos del mismo, el signo de la democracia liberal capitalista tal como la conocíamos parece cambiar de manera radical, o quizá muestra al fin su cara más real y que hasta ahora se cubría con el velo de la representación política. La crisis de los partidos que comenzó a ocurrir a fines de la década del ochenta y se fue profundizando, permitió el ingreso al terreno político de aquellos que siempre habían participado como lobbystas, factores de presión y/o corruptores de aquellos políticos y hombres de partido que ejercían la representación democrática, para ganarse los favores de éstos e influir en el poder político, sobre todo para asegurar las tasas de ganancia de sus empresas, ganar las licitaciones de obras públicas, hacer grandes negociados a través de los títulos de deudas del estado y/o garantizarse la impunidad necesaria para la evasión y la fuga de capitales.
Los empresarios buscaban acrecentar su capital, algo intrínseco al capitalismo, y para eso debían influir en los políticos de todas las formas posibles, ya sea para cartelizarse, eliminar la excesiva competencia, construir grandes monopolios, cambiar legislaciones regulatorias, etc. Esta influencia, la más de las veces ejercida a través de sobornos a funcionarios, constituía lo que comúnmente se llamaba corrupción. Y fue la forma en que los grandes empresarios de hoy construyeron sus fortunas como corruptores de políticos, funcionarios y sindicalistas corruptos. Es decir, no les era necesario el ejercicio de la gestión del estado, puesto que podían influir de manera permanente y efectiva y a la vez mantenerse en la segura opacidad del anonimato.
Con el avance de la democracia como sistema legítimo en la subjetividad social, con todas las prerrogativas que esto incluye, como la separación de poderes, la necesidad de organismos de control ciudadano sobre los gobernantes, el desarrollo de la prensa libre, los medios de comunicación masivos y las nuevas tecnologías de la información, se volvió cada vez más difícil, tanto para empresarios corruptores como para los beneficiarios de las dádivas y sobornos, mantener el secreto sobre estas prácticas mafiosas y comenzó un incipiente proceso de deslegitimación de la política a la vez que tomaban estado público los nombres de los dueños de las empresas. También surgió la necesidad de legitimar y legalizar de alguna manera estás prácticas de corrupción estructural que vinculaba al sistema empresarial con el político y el sindical. Así comenzaron a aparecer las leyes que regulaban el lobby empresario  tratando de darle un marco de legalidad a una práctica sospechosa y también la llegada a la política de empresarios que hasta ahora se habían mantenido en la oscuridad impune y anónima, y con el avance de la democracia, es decir a partir de que los ciudadanos internalizaron los preceptos democráticos  e intentaban cada vez más realizar esa utopía, se vieron obligados a ingresar en el barro de la política. No para ejercerla, sino para eliminarla en su forma representativa, y ponerla en función de los intereses del capital y volverla una democracia participativa sólo para los dueños del capital.
Es lo que se vive de forma descarada en la Argentina, son los empresarios del gran capital concentrado, encabezados por el clan Macri, quienes incorporaron el concepto de democracia participativa y lo pusieron en práctica, aunque sólo para ellos. Para el resto de la sociedad, es decir la inmensa mayoría, sigue siendo representativa. Lo que se eliminó en el caso argentino es la mediación política que existía entre gestión estatal y negocios privados, ya que ahora quienes realizan la gestión del estado  y los negocios privados son los mismos e incluso quienes los controlan son ellos mismos. La democracia participativa de los dueños del capital funciona como una asamblea de accionistas en la cual los principales CEOS de las empresas son a al vez gestores de las políticas públicas y de los organismos de control, con lo cual logran de esa forma eliminar el costo económico que representaban los sobornos a funcionarios políticos. Claramente esta parcialización de la democracia constituye un cercenamiento a la misma o directamente su costado quizá más escondido, y a la vez el saqueo sistemático de los recursos del estado que dejan de estar en las arcas públicas y pasan a manos privadas ya sin la necesidad de sobornos o coimas porque los encargados de tomar las decisiones de gestión son los mismos que van a ejecutar, a través de sus propias empresas, por ejemplo, la obra pública. Aún mantienen cierto decoro y nombran testaferros, pero quizá dentro de poco ni siquiera haga falta eso. Sería un paso más hacia el total sinceramiento y la transparencia.
Es este el fondo de la democracia liberal capitalista, el gobierno de los dueños del capital ya sin mediación política, sin representación, sino con la participación directa de un grupo pequeño, una elite de millonarios que gobierna a la vez que hace negocios, legitima y legaliza la expropiación de lo público en función de la reproducción de sus ganancias. Este sinceramiento y esta transparencia de las relaciones de poder basadas en lo económico es la verdadera novedad del gobierno argentino. Y si se profundiza y encarna en lo cultural cumplirá el objetivo de solidificar profundamente la estructura desigual de la Argentina. Y es lo que pone fin, al menos de manera temporaria, a la democracia tal como la conocíamos, es decir con mediación política entre los distintos factores de interés que hay en una sociedad.
¿Y no es eso lo central de una democracia? ¿Esa mediación? ¿Básicamente entre el capital y el trabajo? Podría serlo en una democracia que no necesariamente fuera ni liberal ni capitalista, aunque podría incluir el capital y la iniciativa privada. Si el marxismo postulaba la dictadura del proletariado, en la argentina de hoy vivimos un gobierno directo de los capitalistas que había que llamar de manera novedosa, ni dictadura ni democracia, se intentó el término ceocracia, no sé si es el más adecuado. Más bien parece ser que esto es lo que subyace en toda democracia liberal capitalista. Lo que se ha caído es la máscara y a aparece la esencia profunda que se intentó disimular tanto como se pudo.
Lo que queda claro es que ante el proyecto de democracia directa, liberal y capitalista de los empresarios, sólo cabe la postulación de la democracia directa, social y justicialista de los trabajadores. Un proyecto de democracia elaborado y llevado adelante por los trabajadores en el cual se pueda recomponer el sistema de mediación política y control ciudadano que favorezca a las mayorías, pero más allá de eso, que esas mismas mayorías sean las protagonistas directas de la gestión de gobierno, del proyecto y programa de país. 

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