domingo, 21 de mayo de 2017

A QUÉ VOLVEMOS

El título de este texto tiene al menos dos órdenes de valor semántico. Uno refiere a un contenido programático concreto, lo que podría llamarse un plan de gobierno. El otro orden, anterior y más profundo, se enmarca en cuál va a ser el mito o el contenido mitológico que toda transformación social necesita para ser llevada a cabo. Este último aspecto es el que más interesa en la hora, ya que nos encontramos en el campo de la oposición, es decir, fuera de los espacios más altos de la gestión estatal. Espacios que debemos primero recuperar en el plazo más corto posible, para poder llevar adelante el programa.
Como se debe, es necesario empezar por la autocrítica. Luego del momento de acontecimiento que implicó la llegada de Néstor Kirchner al poder (en su sentido derridiano, es decir aquello que no puede ser previsible ni planeado, ni puede ser producto de un programa, aquello que no se espera y sin embargo constituye un horizonte de futuro. También aquello que no se hace efectivo sino que abre un espacio de posibilidad. Derrida ejemplifica el acontecimiento como un enamoramiento, algo inesperado y profundamente perturbador, justamente, por su condición de impredecible; aquello que no se anuncia y no obstante es algo esperable en la forma de un mesianismo. No puede haber ejemplos de acontecimiento, porque el acontecimiento es aquello totalmente singular. Un acontecimiento no es un hecho ni un programa, sino una proyección que se desarrolla en un espacio de virtualidad), en el cual el contenido mitológico estuvo definido por los Derechos Humanos, asistimos a un proceso de racionalización creciente en el mensaje del gobierno de Cristina que se centró básicamente en los logros económicos de la gestión, en el auge del consumo y cierta movilidad social ascendente. Una racionalidad instrumental que apuntaba al “órgano más sensible”, el bolsillo, y dejaba poco a poco de lado el componente mitológico identitario. En concreto, se seguía con los juicios y la política de Memoria, Verdad y Justicia, y se trabajaba sobre los Derechos Humanos, pero no ya en clave mitológica sino de gestión, es decir, sujeto a la idea de eficiencia. Tal cantidad de juicios, tal cantidad de detenidos, detención en cárceles comunes, etc. Configuraban una burocratización de la política de Derechos Humanos que se alejaba, al hacerse efectiva, cada vez más del contenido mitológico que era motor ético esencial en el que se basaba la legtimidad del gobierno. Obviamente que había que hacer efectivos los juicios y profundizarlos, ir por los cómplices civiles etc. Pero no se tuvo en cuenta que cuando el contendido mitológico se efectiviza y deja de estar situado en el horizonte de la espera y el porvenir, pierde su condición de mito, y debe ser reemplazo por otro para no perder fuerza hegemónica. Esto no se vio, no se hizo. Ningún mito reemplazó a los derechos Humanos. Se intentó, tarde, ir por “La Patria”, pero había allí una disputa no menor que se vio reflejada en la carnadura patriótica que generó en el adversario político el conflicto con las patronales agrarias de 2008.
No fue casualidad el ataque sistemático que el adversario político infringía a la política de Derechos Humanos. Resultaba evidente que allí estaba la fuente ética principal de legitimidad del gobierno. Derechos Humanos era, en términos de Laclau, el significante que funcionaba como articulador de una pluralidad de demandas. Era Memoria, Verdad y Justicia, pero también era empleo con salarios dignos, salud y educación pública, nacionalización de los recursos naturales y energéticos, etc. No se trata de enjuiciar lo que se hizo sino de comprender los por qué de cierto cansancio social con la propuesta del gobierno kirchnerista.  
En resumen, un espacio mitológico es aquel que es capaz de movilizar a una parte tan importante de la sociedad hacia un horizonte de ruptura con el orden establecido, de manera de generar una nueva hegemonía. El mito, siempre se encuentra a la vez en el pasado y en el futuro, es tanto herencia como tarea por cumplir. Y no puede subsumirse en una racionalidad instrumental ni económica porque se mueve en un espacio simbólico de virtualidad. Esta siempre ocurriendo, ese es el camino que va del mito a la utopía. El anclaje Derechos Humanos cumplía esa función mitológica, por eso el kirchnerismo homenajeaba a Alfonsín, iba hacia atrás, al juicio las juntas y se insertaba en la zaga de la primavera democrática del 83. Y si bien se apoyaba en la estructura del peronismo no se referenciaba en sus ritualidades. Aún menos con Cristina que con Néstor. El kirchnerismo no llamó nunca a festejar en la plaza los 17 de octubre ni los 1° de mayo en los 12 años de gestión,  su ritualidad era decididamente alejada del peronismo, lo que le permitía interpelar a otros sectores con diferente identificación partidaria. Solo el 15 de octubre de 2010 (15 y no 17 de octubre), el gran acto en la cancha de River organizado por la CGT conducida por Hugo Moyano, en el que participaron Néstor y Cristina, tuvo un fuerte componente peronista con toda su ritualidad e iconografía.
El contenido mitológico del kirchnerismo nunca se construyó a partir de las ritualidades peronistas, o si de vez en cuando lo hizo, fue sólo de manera tangencial, con una mezcla extraña de temor y respeto, de celo y bochorno. Hay que reconocer que eran lícitos y entendibles esos resquemores luego del paupérrimo papel que el peronismo, como
estructura partidaria, había jugado desde la muerte de Perón hasta el 2003. No obstante la condena kirchnerista a la estructura burocrática del PJ se hacía extensiva a las ritualidades peronistas, lo que mermaba el contenido mitológico e identitario con la tradición del peronismo.
En la etapa que nos toca, la de recuperar el poder del estado, se vuelve ineludible la pregunta: ¿a qué volvemos? A qué mito debemos regresar y a través de qué ritualidades podremos hacer resurgir esas corrientes subterráneas de rebelión que subyacen en el fondo de la conciencia colectiva popular, y que son las únicas capaces de poner un movimiento un camino de reformulación profunda de la sociedad, a través de la construcción de una nueva hegemonía.
Lo que muestra el presente es la vitalidad de peronismo, tanto como movimiento social, fuerza electoral y organización sindical, hasta el punto de que se le atribuye ser el garante de la gobernabilidad (¿no debería serlo el encargado de llevar adelante la gestión del estado, o sea el propio gobierno?), y es el actor principal de las próximas elecciones legislativas. Todo parece estar supeditado a la forma en que se resuelva la interna del peronismo. Por lo cual, creo prudente recomendar la vuelta a cierta mitología del peronismo. A un horizonte emancipatorio efectivo en su materialidad nunca consumada, es decir la posibilidad de un por-venir, sólo es posible a partir de la promesa, y esto es lo único que asegura la herencia como tarea y no como algo dado. Es  en esta dimensión de promesa emancipadora, pero, lógicamente sin Mesías, sin religión pero con creencia, que puede rescatarse una herencia mitológica del peronismo. Volver a establecer la gran síntesis siempre necesaria para pasar a la acción, de acuerdo a los requerimientos del momento actual, a través de esa polarización de términos imprecisos que constituye toda frontera político-ideológica y que agrupa alrededor de alguno de los polos a todas las singularidades sociales; única operación, de racionalidad populista, capaz de ser efectiva a partir de la democracia de masas. Reespectralizar, en el sentido de rescatar y recuperar una lógica propia de formación de una identidad colectiva, que se produce a través de una totalización y permite la horizontalidad de diferentes demandas de distintos grupos que comparten y se reconocen en una situación de opresión. Cierto espíritu del peronismo sólo sería posible a partir de poder establecer una crítica radical, o sea una crítica capaz de autocrítica hacia todas las interpretaciones del peronismo y sus conceptos, su idea de sujeto, de clases, de producción, de comunidad organizada, de organización sindical y política, de aparato estatal y hasta de la marcha partidaria (¿no debería decir “compartiendo al capital”?), pero partiendo siempre de la mitología que pone a los trabajadores en el centro de la escena, y no sólo a los trabajadores sino a su felicidad. Hay cierto espíritu del peronismo que se vuelca a trastocar lo establecido, que asume una postura cuestionadora y a la vez plantea una cierta afirmación emancipatoria y una experiencia de la promesa libre de toda dogmática. Cierto espíritu de apertura hacia algo nuevo e inesperado que plantea nuevas formas de acción, de prácticas, de organización, de cultura. ¿Qué sería, hoy, mantenerse fiel a cierto espíritu mítico del peronismo? No renunciar a un ideal de democracia y emancipación, intentando pensarlo y ponerlo en práctica de otra manera. La tarea y la responsabilidad de un heredero que revisita y revisiona también su propia herencia desde una crítica radical. Y a partir de reconocer la singularidad absoluta de un proyecto y una promesa de los cuales somos herederos nos guste o no. Una llamada  a la responsabilidad de crear nuevos conceptos del hombre, de la sociedad, de la nación, del estado. La responsabilidad de un heredero, porque guste o no, lo quieran o no, en la Argentina todos somos herederos del peronismo, de la singularidad de un proyecto y una promesa. Un acontecimiento singular e imborrable. Cualquier reelaboración crítica del concepto de Estado, de Estado-nación, de soberanía nacional, de ciudadanía, de autonomía del derecho con respecto a los poderes socio-económicos, que se intente llevar adelante en Argentina, no podría hacerse sin la referencia permanente y sistemática al peronismo.
La referencia central del peronismo: los trabajadores. “No existe para el justicialismo más que una sola clase de hombres: los que trabajan, funciona como una formula desalienante, porque al poner en el centro de la escena al trabajador y al trabajo, se desplaza la atención de los productos del trabajo, y sobre todo de estos productos en su forma mercancía. No para ocultarla sino para que se priorice el valor de uso sobre el valor de cambio. Poner el capital al servicio de la economía y no a la inversa, sin duda tiene mucho que ver con esto, con la pregunta de ¿para qué sirve la producción? Lo que importa aquí es el trabajador, mucho más que el producto del trabajo o su intercambio; las mercancías dejan de concebirse como una realidad en sí y pasan a transformarse en un medio para la felicidad social. Desmercancializar la producción situando al trabajador por sobre el producto del trabajo es sin duda una acción discursiva, pero también práctica, de una inusitada novedad y que habría que recuperar.
Ya no la discusión sobre si en el valor de uso está  implícita la fetichizacion de las mercancías, es decir, la fantasmagoría, sino la referencia al propio proceso productivo desde el punto de vista del trabajador, y cómo éste proceso, el trabajo, afecta sobre la propia vida de los trabajadores para mejorarla. Lo que podría entenderse como un clasismo no marxista. A propósito de esta conjuración que el peronismo intenta sobre la alienación del trabajo, funciona la economía mercantil como subsidiaria de la producción y a la vez la producción supeditada a las necesidades de los trabajadores. 
La centralidad de los trabajadores en la mitología peronista es algo que claramente debemos rescatar, su centralidad en la toma de decisiones dentro del proceso productivo y en la construcción de los programas de gobierno a través de la CGT. Volver al peronismo no implica en forma alguna recostarse en los planes quinquenales o al IAPI, sino mantener viva la mitología de la felicidad social y sus rituales, sus 17 de octubre y sus 1° de mayo, cantar la marcha, gritar a viva voz “qué día peronista” cuando salimos al sol radiante. Y construir en términos efectivos la posibilidad de un gobierno de los trabajadores y para los trabajadores sin intermediarios. Frente a la supuesta “revolución de la alegría” (y alegría siempre supone algo superfluo, casi una simulación), oponemos la revolución de la felicidad peronista que nunca nos podrán quitar. Esa felicidad del compartir, de sentir toda injusticia como afrenta y así y todo cantar para conjurarla e ir a la lucha, la felicidad de ser con otros. No la alegría vana del individuo aislado sino la felicidad social del que construye en comunidad.


Ya sabemos cuales fueron los días más felices…A eso, volvemos.

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