martes, 2 de mayo de 2017

KIRCHNERISMO Y MACRISMO EN EL ESPEJO






Que en la Argentina existe una fractura social no es algo que vamos a descubrir ahora, no obstante desde hace algunos años que se habla de “la grieta”. Un término fácil que delata la pereza mental que emana de los medios hegemónicos (que son hegemónicos porque son capaces de ponerle nombre a las cosas y a los hechos, y que esos nombres circulen y se establezcan como categorías) y que  no da cuenta ni de la profundidad de la fractura social existente ni de las continuidades y semejanzas que existen en la forma como se han estructurado política y socialmente  los dos polos que se disputan la hegemonía cultural de la Argentina.
Sobre todo me interesa trabajar sobre las semejanzas y continuidades, porque las diferencias son más que evidentes y se pueden palpar a plena luz en los hechos cotidianos.
La crisis del 2001 dejó mal heridos a los dos partidos políticos que monopolizaron la vida política argentina durante casi todo el siglo XX. El radicalismo y el peronismo. La profundidad sistémica de esa crisis, en la que no debería olvidarse que se estuvo a pasos de la disolución nacional, se vio soslayada porque la recuperación económica que logró el gobierno asumido en 2003 nos depositó en una dinámica de crecimiento y en una vorágine política en las que, con altibajos,  aún estamos inmersos. Tal fue el estilo vertiginoso de Néstor Kirchner.
Lo cierto es que tanto el gobierno actual como el anterior son emergentes de esa crisis política y social casi terminal que incluyó una de representación. El kirchnerismo y el macrismo fueron paridos a la sombra del 2001, los piquetes, el corralito, la represión y el helicóptero en el que huyó De la Rúa por los techos de la Casa Rosada.
No debemos olvidar que aún después de la catástrofe de 2001 la opción neoliberal en las elecciones de 2003, dividida en dos fuerzas políticas, sacó el 40% de los votos. El kirchnerismo emergente  sacó apenas más que el 22%. Si Macri hoy tiene que enfrentar el fantasma del helicóptero y demostrar que no es De la Rúa frente a una sociedad movilizada, también tuvo que enfrentar lo mismo Kirchner, (no debemos soslayar el rol ciertamente normalizador de la presidencia interna de Eduardo Duhalde) si bien Kirchner debió hacerlo en medio de la peor crisis de la historia nacional, cosa a la que no se debe enfrentar Macri ya que se le entregó un país desendeudado y en franco funcionamiento a pesar de cierto problemas, mayormente de restricción externa. Pero el origen de las dos estructuras que hoy se disputan la hegemonía cultural de la argentina es el mismo. La sombra de 2001 los recorre y los condiciona en su accionar por acción y/o por omisión. El desafío de interpelar a la clase media también los emparenta. De hecho “la grieta” como accidente geográfico político que destruye o empioja reuniones y relaciones familiares pareciera ser sobre todo una situación que ocurre mayormente en la clase media. La otra fractura, más profunda y concreta, entre ricos y pobres no sería representada por lo que en los medios concentrados y en el habla general se denomina, ya lo dijimos que perezosa y torpemente, “la grieta”.
“La grieta” expresa entonces una división en la subjetividad de la clase media, en la cual se juega el sentido común capaz de construir hegemonía. Para el movimiento nacional y popular es necesaria la conquista de la subjetividad mayoritaria de la clase media porque le asegura el complemento electoral para la construcción de una mayoría y a la vez distribuye el sentido común hacia abajo. Lo mismo le pasa a la opción neoliberal: la construcción subjetiva neoliberal, una ideología de ricos, sería incapaz de penetrar en sustratos populares si no fuera mediada por una mayoría en la clase media que guarde contacto directo con sectores populares.
Como se ve, los sujetos políticos a interpelar por las dos opciones parecen ser las clases medias. El kirchnerismo en su última etapa se volcó decididamente a esta opción dejando librado al azar la relación con el movimiento obrero. El macrismo por su parte siempre intentó recomponerse en los sectores medios para quienes elaboró un discurso finamente elaborado desde lo comunicacional aunque rústico en su contenido, acorde a su interlocutor. La composición del voto macrista en el ballotaje del 2015 expresa el triunfo neoliberal sobre las clases medias que anteriormente se habían volcado a cierto progresismo, expresado tanto por los gobiernos kirchneristas como por otras opciones electorales como el socialismo santafesino. Cabe recordar que estas dos opciones congregaron el la elección presidencial de 2011 más del 70% de los votos (54% fueron para la opción kirchnerista). Por esta razón también fue sorpresiva la victoria de Cambiemos en la Provincia de Buenos Aires, porque se ganó el voto de un público al que no se había propuesto interpelar: el pobre del conurbano profundo. Lo que demuestra también la incapacidad del kirchnerismo de interpelar a esos sectores discursivamente. Tanto el kirchnerismo como el macrismo trabajan en un nivel discursivo para las clases medias. El kirchnersismo lo hace apelando a una cierta tradición progresista, iluminista y humanista, profundamente ética y racional. El macrismo trabaja sobre las pasiones, la moral, el individualismo, la necesidad de orden, las nuevas herramientas tecnológicas y las ideologías del new age mixturadas con una retórica de pastores evangélicos.
Pero las similitudes y cosas en común se extienden. Si cómo bien marcaba Ernesto Laclau, una identidad colectiva se forma a partir de la posibilidad efectiva de articulación de  una serie de demandas insatisfechas a través de una cadena equivalencial, de manera tal de poder construir un antagonismo, es decir, de poder establecer un cierre, un afuera, un otro ontológico que aparece como el responsable de la insatisfacción de todas las demandas que forman la cadena. Se forma entonces una totalidad parcial -valga el oxímoron-, una vez que se ha establecido este antagonismo radical, que es condición para que exista una identidad colectiva.
Me gusta decir que uno de los que mejor leyó a Laclau fue Duran Barba. Claramente, siguiendo esta idea, podemos ver cómo se articula el discurso tanto macrista como kirchnerista. Cuando las demandas son capaces de articularse en una cadena equivalencial, es decir, son una pluralidad de demandas que han tomado la forma de una lucha hegemónica, que han logrado establecer un cierre, un afuera, y han sido capaces de articularse en un discurso que las contiene a todas, pero además se ha logrado privilegiar a una de ellas como la portadora de sentido, se ha creado una identidad popular; por ejemplo, la idea de Derechos Humanos que enarboló el kirchnerismo.
Para el macrismo, la construcción identitaria se hace contra el kirchnerismo a quién se acusa de todos los males y se lo sindica como la causa de todas las demandas insatisfechas de la sociedad. En este caso el significante flotante usado fue la palabra “cambio” que logró sintetizar una pluralidad de demandas insatisfechas luego de 12 años de un mismo signo político al frente del gobierno.
En las dos creaciones de sentido se trabaja de la misma manera, estableciendo un cierre antagónico radical capaz de soldar la identidad propia. Es en esta lógica de construcción de sentido, es decir de discurso, en la que debe rastrearse tal vez la similitud más profunda en la forma en que macrismo y kirchnerismo construyen las identidades y las alteridades, y donde trabajan de manera espejada. La pregunta es si esta lógica llevada irresponsablemente al extremo se condice con los valores de una democracia. Sin duda, en tanto las instituciones de la democracia sean capaces de articular, mediar y dirigir el conflicto, estaríamos en una democracia de alta intensidad, quizá deseable. Pero se vuelven imperativos entonces el respeto institucional, la división de poderes y el correcto funcionamiento de los mecanismos de contralor, así como una regulación eficaz de los medios de comunicación. Porque si esto no funciona correctamente, es fino el hilo del que pende la democracia de alta intensidad para no mutar en un franco enfrentamiento en el cual quien detenta los poderes del estado tiene todas las de ganar. Se suscita un problema adicional: durante el kirchnerismo la prensa hegemónica funcionó en el mejor de los casos como mecanismo de control, lo mismo que el poder judicial. En la actualidad nos encontramos con una particularidad que no se dio anteriormente, en la cual los medios de comunicación encumbren y disfrazan los hechos  y hasta nombran ministros de áreas sensibles. Y el poder judicial, al menos una parte importante de él, se encuentra cooptado por el gobierno, lo mismo que un sector de la oposición política. Esto vuelve la situación sumamente conflictiva porque justamente se obturan los canales de resolución democrática de conflictos. Claramente, también existen las diferencias entre una y otra fuerza social y política en términos concretos. Quiero decir, que por más que existan las similitudes, no se deben olvidar las diferencias entre las acciones de los distintos actores políticos cuando les toca gobernar. Basta recordar la solución encontrada por el gobierno de Cristina Fernández al conflicto por la resolución 125: luego de semanas de cortes de rutas en todo el país y dos multitudinarias marchas, una a favor y otra en contra del gobierno, la entonces Presidenta dio lugar a la intervención del Congreso para la resolución del conflicto. En este caso las instituciones encauzaron la situación y aunque significó una derrota política en lo inmediato para Cristina Fernández, le dio aire y legitimidad al sistema democrático y quizá haya sido una de las causas que le permitió un triunfo con el 54% unos años después. Cabe preguntarse cual sería la reacción del gobierno actual frente a una situación similar, cuando vemos que por un conflicto menor se recurre a la represión violenta.
Lo dijimos, era menester de este texto marcar las similitudes entre macrismo y kirchnerismo, pero para eso, se vuelve necesario también hacer lugar a las sustanciales diferencias.

No hay comentarios: