miércoles, 11 de febrero de 2009

la patria es el cuerpo



La palabra es la luz verdadera,
que al venir a este mundo,
ilumina a todo hombre

Nuevo testamento
Evangelio según San Juan


Ahora, sentado frente a la pantalla y el teclado, no tengo nada que decir. Pienso si realmente tuve alguna vez algo que decir y si todo lo que he dicho no es más que puro artificio, una representación barata de la imagen formada en mi mente cargada de prejuicios de lo que se debe escribir y de cómo escribirlo y ritmo y registros narrativos y construcciones espaciales y verosimilitudes y climas y discursos, musicalidades semánticas, signo signa la arritmia de mi pluma que intenta ser cáustica y arranca así del balbuceo, del rojo latir de la memoria fáctica hacia la infancia de lapiceras de plumas.
Cantaba un cardenal, cardenaleaba, obispaba y se oía desde la otra vereda por encima del paredón gastado, enmohecido por las letras saladas de Melville. Yo leía y escuchaba plumífero en casa ajena. Se sugería una lucha de desciframiento que gestualizaba el verbo y la luz de los autos se colaba entre los guiones de las persianas. Y ahí, en medio de la expectación que deja idiota que la cabeza se pierda en los horizontes verdes, que uccella la visión la vuelve vuelto vuelta o venteveo, terminaba agotado y corría por el patio transpirado hacia el café con leche y la espalda de la nona en la cocina.
Otro día, en esa hora salida de la siesta en que pasan los heladeros o el abuelo sale y vuelve con caramelos media hora, (h)ojeaba, que puede ser echar un ojo o pasar hojas, pasaba y miraba las (h)ojas verdes de Quiroga a la deriva con el pecho oprimido envenenado de yarará. Y sí, me estaba envenenando y me daban ganas de mear. Y después el abuelo me enjabonaba la cara. A lavarse las manos y la cara con jabón, cierre los ojos, vamos.
Soñaba otro día mientras recorría una autopista abarrotada en la que se descubrían amores imposibles y luego nada, pero la nieta de doña Carmen me intrigaba; miraba sus medias blancas soquetes extremadamente limpios y yo un impío embadurnado de barro y pelotazos. Ella corría grácil y me intrigaba, y algo tenía que ver ese embotellamiento en la autopista que desarmaba el amor como puzzle motorizado.
Una noche oí ruidos del otro lado de una puerta. Tapé mi cabeza con la sábana rayada y coloqué las piernas contra el pecho, luego las abracé. Intenté cerrar los oídos, era niño, lo logré y quedé dormido. Al otro día supe que algo siempre me perseguiría, una asechanza plateada y humeante que se acurrucaba a la vuelta de la esquina y esperaba; a los dos días me acostumbré o la olvidé, aunque sospechaba. Luego comencé a escuchar, era raro eso de escuchar mientras trabajaban los ojos. ¿Qué escuchaba? Una catarata de agua desconocida cocida o cruda o enlatada las distinguí rápido. Genealogía auditiva después de una noche casatomada y empezaba a tomar mate también, del verdadero, amargo y no el de leche a upa del abuelo. Se casó la tía y hubo quesos de distintas formas y hasta con melón que yo nunca había visto y baile en el patio cuadriculado. Había aprendido a jugar ajedrez y pude distinguir peones y torres en el patio entre bolitas de melón que rodaban por mi paladar.
A la tarde miraba revistas con la nona y buscábamos botas, la diversión era buscar botas, botas largas, cortas, de cuero, todo tipo de botas pero eso era antes, cuando la abuela servía un pollo blanco y desabrido como una página no escrita y encima nadie se quejaba. Y siempre había pollo o alcauciles, que a mí me gustaban más por que eran rellenos de pan rayado ajo y perejil y largaban olor mientras hervían en leche y yo estaba en el patio a eso de las once de la mañana acercándome al color de las vocales, pero todavía no. A los sablazos con Salgari o primera moralina al dibujar un cordero o gestalt de serpiente y elefante.
Once y media más o menos se pasaba el vino de la damajuana a una botella con embudo de lata, enseguida supe hacerlo y se volcaba un poquito y me chupaba los dedos. No sé cuándo empezó la cosa, pero algo debe haber tenido que ver ese chorrito de vino que se caía a menudo y después los culitos de los vasos en las sobremesas. Me gustaba el Chynar porque era de alcauciles.
Viernes viene Verne viaja y vence, ahí conocí el mar, era así, a la tardecita, me acuerdo porque pasó el diariero con la quinta de Crónica y la sexta salía a las diez de la noche y el abuelo la leía en la cama. Y los autos fueron... submarinos y ahora viendo esa palabra así, tan apartada, fijate que es como un submarino con periscopio y todo. Medio raro el tema este con las palabras y era como que no quería ver y dale que te dale con la pelotita. Paredeaba, alternaba las piernas, imaginaba chanfles y parábolas con las que soñaba noche tras noche. Y lo peor es que andaba bien y me hacían jugar en los partidos de los grandes contra otros barrios. Tiraba un caño y pensaba en los submarinos y los grandes del otro equipo pensaban que los estaba cargando. Volvía a la tardecita golpeado por ese viento frío que te pega en la cara y además estaban los piratas y las selvas y los submarinos y ya había unos escritos que no entendía y más que nada me producían enojo. El abuelo comía hinojo de postre, con queso y nunca estaba enojado y yo tampoco había estado nunca enojado salvo con esos escritos que me desafiaban. Me quedaba mirando perplejo. ¿Y qué carajo dice acá? Y una palabra más abajo otra medio corrida. Esto lo hace cualquiera pensé y empecé a hacerlo, terminé, una boludez. Apareció la abuela y taché todo, toda la hoja mamarrachada dejé; por suerte la abuela pensó que estaba dibujando. ¿Por qué taché? ¿Por qué escondí lo mismo que me enojaba? ¿Era cómplice? ¿Y cómplice de qué? Me asusté.
La biblioteca estaba en la salita que tenía sillones de cuerina y ventana a la calle, allí los pasos de los transeúntes se escuchaban desde lejos. Me iba medio escondido, decía que me gustaba dormir la siesta en la salita y en realidad no dormía, pensaba. A la abuela no le gustaba que pensara mucho porque decía que los que pensaban mucho se volvían locos, como el hermano de don Carmelo que había estudiado física y había sido medio Einstein y ahora estaba en un loquero; así que cuando aparecía la abuela me hacía el dormido para que no pensara que estaba volviéndome loco. Y yo quería asustarla, ir con los brazos como sonámbulo y repetir mientras me acercaba a ella: loco loco loco, sí, estoy loco y quiero Chynar y no quiero más ese pollito blanco, ahhhhh loco ahhhhh. Pero me hacía el dormido porque la abuela era capaz de morirse del susto. En cambio la nona se había enfrentado con el mismísimo lupo en su pueblo natal en Italia y me enseño como protegerme si me atacaba un hombre lobo; había que subir una escalera más de siete escalones, y yo buscaba en el barrio los refugios contra il lupo por las dudas. La nona no tenía miedo de nada porque había estado en la guerra y a mí me daban miedo esos escritos raros que no entendía, entonces se los llevé a la nona que se quedó muda, no sabía leer la nona, y no tenía miedo. Se me ocurrió que le podía leer a la nona los cuentos que yo leía, pero la nona prefería seguir con la búsqueda de botas ahora con mi hermano. La nona había viajado en barco y decía naranca en vez de naranja. Na-ran-ja nona, naranja, con jota nona. Y la nona naranca, la puta madre. Y por suerte que decía naranca porque es lo único que me recuerda el tono de la nona. Y era medio raro todo el tema este con las palabras, porque cosas que yo pensaba o veía de golpe aparecían tan claras en una sola palabra que me parecía imposible, era como una daga negra que pinchaba punzaba abría y encapsulaba, demasiado. Gestación y muerte y parto al mismo tiempo.
Una especie de predilección, el lenguaje duele. La patria es el cuerpo y no la infancia que es la entelequia de la infancia y nunca la infancia que es una patria literaria pero yo hablo del cuerpo, duele en la lengua la literatura. ¿Cuándo aprendí a hablar?
Robábamos limones verdosos que se partían al chocar contra las paredes y después chupar la hendija y estremecerse para saciar la sed. El sol de enero en el adoquinado lo espejaba y estaba tendido en el mosaico fresco con detectives y pistolas y algo que descifrar, y ya alquilado por esa constante de habitar los silencios e imaginar cómo un pomelo rosado puede ser un arma letal, para luego ser comido y consumar el crimen perfecto. Perfecto. Perfecto pero yo sabía quien había cometido el crimen y el adulterio y comido el pomelo rosado que fue al verlo como un despertar del sexo. Lorca, calor al revés o en lunfardo, poco usado ya. Empezaba el juego, era como una ruleta rusa y yo no sabía. Mi fascinación por los muslos femeninos descubiertos frente al río contra un arbolito medio así de sopetón, como si viese un resplandor blanco después más azulado que iluminaba el pasto y me cegaba. Ceguera verdadera ceguera del cuerpo y de boca mojada despertaba. Otras cegueras falsas modestas y menos corporales me aburrían y aún lo hacen. Ceguera, no ver pero ante todo no medir. Y el otro ciego, ciego falso medía, todo medía, como si el lenguaje fuera una agrimensión.
Ahora, sentado frente a la pantalla y el teclado, no tengo nada que decir. Pienso si alguna vez tuve algo que decir.
En navidad pusimos petardos en la casilla del club de bochas y nos reímos cuando empezó a salir el fuego, viejos de mierda nos había sacado el campito. Uno me corrió: a vos, a vos que tenés cara de zorrito... Y me tiró una patada en el culo que pude esquivar a tiempo por estar entrenado en el zig-zag de los potreros. Imaginate que después cuando agarré Arlt me acordé: a vos que tenés cara de zorrito... A mí. Rajá turrito, rajá... Ahora lo veo muy rítmico el rajá turrito, rajá. Rajá turrito, rajá. Pero ahora, porque en ese momento fue como un amor a primera vista. Ahora quizá te digo mirá: rajá turrito, rajá. Fijate que lo que acentúa turrito es la coma. No sé cómo se fue a la mierda todo esto pero ahora estoy así como... Comas. Tres goles olímpicos, dos a River uno a Fillol. Qué era lo mejor de Comas, el freno, metía el freno y pasaban de largo, después tiraba el centro tranquilo. Un acentuador futbolístico. Nombres que determinan era un nuevo descubrimiento. Perón. Todo resumido en un pero grande, o podría ser esto pero también aquello. O el peronismo está todo bien, pero.... Pero Perón: variedad de manzano grande. 2 Fruto de este árbol. 3 fam. Defecto, dificultad (Tenía algunos peros...) 4 conj. advers. Denota que un concepto se contrapone a otro anterior.
La cosa ya no era joda, ahora había oposiciones, razones. A mí eso antes no me importaba, pero ahora era medio así, tradiciones.
Era de tarde y empezaban a aparecer los mosquitos, tenía siempre un grillo en mi ventana hasta que una noche lo busqué, estaba en una rejilla o por ahí, llené una cacerola con agua y lavaciénla rejilla, el grillo salió gordo y negro. Le medí el pisotón, ahí le medí el pisotón: lavaciénla. Dónde aletear unir pisar aletargar. Vuelo desorbitado sobre blancos de profundidad, ingreso a una especie de barroquismo cartesiano, luego me quiero ir. Fue perdido ese tono de sorpresa y reemplazado por el vulnerable aburrido lejano literato tono de autoridad. Parrafito.
L´ecole que raja turrito, la cabeza con un hacha te raja, incrusta semillita de alelí. Hiciste palote los contaste conociste la bandera y su canción, un día te rompiste la cabeza en el patio y ya tenías todo germinado, lo demás es variación de asociaciones, ir tirando que le dicen.
Pero para esto voy a necesitar tiempo y de dónde lo saco. Tiempo para perderme así como hoy todo el día en este altillo saliendo cada tanto a la terraza, oler la noche, olisquear el sexo de la noche y seguir despierto y desierto en cada página en la próxima letra por teclearse siempre. Me pregunto cómo llegué a este destierro, a este extraño modo de la distancia, sin punto de referencia. Los que piensan mucho se vuelven locos, decía la abuela que por eso no pensaba, y a mí ya me parecía que era medio tarada como la tortuga que había en la terraza. Nabucodonosor, eso era un buen capricho del abuelo que era el único que la cuidaba. Se enfermó la tortuga y después el abuelo. Los dos murieron y la abuela pasó del pollito blanco y desabrido a pedir pollo en la rotisería. Para mí las palabras ya no tenían precisiones ni certezas, eran terreno de guerra, teatro de operaciones. Por ejemplo circunvalación, que a mí siempre me había gustado y no sabía qué carajo quería decir. Caminaba por la cuadra de casa rumbo a la panadería de don José, llegaba a la esquina y circunvalación a la derecha, pero sólo el doblar en esa esquina precisa era circunvalación, nunca en otra para la que la palabra no servía, en otra esquina era simplemente girar. De más grande me empezaron a gustar los diccionarios, cuando ya podía no creerles, pero allí en ese momento con circunvalación fue la génesis del posterior descreimiento y casi simultáneo a la muerte del abuelo que falleció antes que la tortuga aunque los dos enfermaron más o menos a la vez. Ya para la muerte de la nona estaba canchero, como cuando caminás bajo una lluvia tupida y ya te mojaste tanto que no importa que siga lloviendo y entonces desacelerás el paso y vas tranquilito; hasta casi que disfrutas cada nueva gota y el olor de la lluvia te recorre, te circunvala. Convencional aburrido adulto término de manual de conducir. La guerra continuaba y continuaría siempre ¨...es infinita esta riqueza abandonada...¨[1] Abandonada o nada nada da, todo se arranca, duele en la lengua la literatura. Ya te mojaste te circunvalaste y consultaste los diccionarios, te masturbaste entre lo voluptuoso de las letras y te miraste al espejo, te comparaste quizá te compraste -menuda aproximación-.
Característica general de la escritura: entrar y salir de puntillas, como quien no quiere la cosa. Llegué al punto en que se necesita correr entre las letras. Me acordé de mi abuelo cuando ya no recordaba mi nombre. Me acordé de un no recuerdo de mi abuelo. Pero peor, de una desmemoria sobre mi nombre y mi persona. Quisiera poder olvidarme también. Por momentos, dejar atrás esa historia construida con recuerdos deshidratados. Un veraneo en Córdoba por ejemplo, correteaba con mi hermano entre las rocas y ya sabía que todo sería olvidado o al menos intentado, como un sonido de pianola, cada nota que pasa y jamás se reproduce igual, una ola en el océano inaudito, palabras. Y sí, ahí estaba entonces la presencia que ya no me dejaría tranquilo, como una sombra que se materializaba a toda hora, qué sé yo…
Después tuvimos algunos momentos considerables, después. Después de qué. Quizá ahora la cosa sea circularidad, un ir y venir entre las rocas cordobesas, perderse en un bosque patagónico y encontrar por azar el camino de regreso. Otra vez palabras que me deshidratan, me dejan sin aliento. El azar, esa era la situación concreta que se manifestaba, me recorría como una bata negra y envolvente; y así las palabras se materializaban a cada momento como en una ruleta sin fin o con el fin tan preciso que me llevaba a olvidarlo para poder teclear la próxima letra. Vaciamiento de significado para luego azarizar el viento, el hálito que crea cada sonido. La literatura duele en la lengua. La patria es el cuerpo y no la infancia que es la entelequia de la infancia y nunca la infancia que es una patria literaria pero yo hablo del cuerpo. Hablo de cada sonido como una daga o esquirla del tiempo y la memoria, como un territorio desconocido que se conquista a cada paso para luego perderlo en el próximo si no somos hipócritas, si no nos extraviamos en la egolatría y la mitificación ciega fetiche. Pero y después qué... Que importa del después pero la vida no es ayer sino mañana o este segundo que sigue mientras leo este retrato inexistente o la palabra antes tecleada, digo antes que ésta que ahora leo y tecleo y nunca sé qué es lo que realmente comunica o quizá nada. Abandonada nada o nada da. Hay que arrancarle cada sonido.
La nona decía naranca en vez de naranja. Na-ran-ja nona, naranja, con jota nona. Y la nona naranca. Y por suerte que decía naranca porque es lo único que me recuerda el tono de la nona. Historia familiar determinada por el cocoliche “... celular piano y gayola...” Digo, con la autoridad que la historia familiar me concede, que “yuta” viene del término francés chute, caída. Caer, ir preso. La cana te lleva preso, luego la cana es la yuta; lógica pura. Lo mío siempre fue reflexionar nunca contar, eso vino después para justificar que estaba haciendo algo medianamente productivo. Mí función de la literatura, artificio artefacto, es decir hecho, real o ficticiamente qué importa. Tengo mí perro lazarillo y la propia interpretación del punto y coma. Se va poniendo serio el asunto. Cómo seguir si todo se vuelve serio. Extrañar el cocoliche, no, mejor utilizar, rescatar, contar con todo el manto y que no suene a nostalgia ni huela rancio. Sucede que la intromisión de la historia es una causalidad pero también el azar. Tiempo preso, tiempo muerto poco tiempo igual, pero considerable en lo anecdótico, y fue por cuestiones de falopa, ya casi no jugaba más a la pelota, primer desengaño ¿primer? De suerte que era menor de edad y me beneficié con el sobreseimiento, y seguía aprendiendo palabras nuevas, pero con el cuerpo. Acá se pone el cuerpo, nada de andar buscando mitologías inglesas o Las mil y una noches para después erudizar y disimular el plagio. Esta historia no me la escribe otro ni soy un mero comentarista. Sobreseimiento tiene un peso en mis huesos porque determinó el poder andar por la calle o salir con mi noviecita. ¡Con el cuerpo!
Era pendejo y conocí París y el bebé muerto y yo también tenía un hijo muerto. ¿Qué querés? tenía diecisiete años... Y recién ahí empecé a dejar de escribir a escondidas como cuando taché toda la hoja para que la abuela no viera. Empezaba a salir de la clandestinidad pero algo había quedado, qué sé yo. El tío Tuñon y las Brigadas Internacionales o “Ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir”, de tal palo...
Le comenté la cosa a Mario en esos tiempos íntimos de la adolescencia en los que te drogás hasta que amanezca. Se lo dije así, medio avergonzado; pero él era como un pibe de otro tiempo, cantaba tangos, había ido a Grandes Valores y todo. No se burló, yo esperaba la burla pero no. Enseguida me pidió que escribiera un poema para una minita que se quería levantar, una compañera de la escuela. Era fácil porque yo la conocía, pero el inconveniente era que la piba no me gustaba, me parecía una boluda; pero la amistad obliga. Escribí. Mario le dijo que lo había escrito él y yo era y soy algo narigón como Cyrano pero tuve suerte, a mí la piba esa no me gustaba. Fue un primer empujoncito. Lorca ya no era calor al revés pero me seguía dando calor leer a Lorca. Cada vez dormía menos por las noches. Vampirización.
Pensaba, antes lo hacía en las horas de la siesta pero ahora no podía, tenía que ser de noche sí o sí. Y ahí empezaron a aparecer todos, el fauno putito precoz que se perdió en el África y que a la edad en que yo empezaba él terminaba. Y sí, me hacía sentir un pelotudo. Se carteaba con Verlaine y yo le escribía las cartas de amor a un falopero amigo. ¨La nocturna oscuridad que impera en tus cabellos me lastima...¨ y bla, bla, bla. Y lo peor era que esa mierda a la piba le gustaba. Pensé en Neruda y tuve la tentación: apostar al alma femenina vulgar. Escribir los versos más tristes cada noche. “Me engrupiste bien de bute con el verso e´ la tristeza”. Pero es que al principio es así, la poesía sirve para levantarse minas, el refinamiento estético viene después. Pero esto ya lo sabía el compadrito, el cafishio, esto lo manya cualquiera. Desde ya la situación no era fácil: psicólogo anti-droga enviado por el juez; cómo para pensar en Baudelaire... Y sin embargo pensaba y en otros franceses también, muy siglo XIX. ¡Que cosa estos franceses que ya no me dejarían tranquilo! Pero Ducasse era uruguayo, cosa que me inspiraba cierta confianza vaya uno a saber por qué. Había nacido durante el sitio de Montevideo bajo las fuerzas de Rosas - esto a modo de dato curioso-. Y por fuera de los franceses, Blake y Whitman. Si parecía que eran las tropas aliadas, puta madre. Así que estaba en medio de la más densa oscuridad, cierto misticismo y un naturalismo a ultranza. Es decir que me había vuelto una especie de hippie tardío consumidor de LSD de baja calidad. ¡Y por supuesto los viajes al sur! ¡Las hojas de hierba!
¿Qué pregunta roída le hacía a los árboles petrificados? Imposible saberlo. Era más bien la noche la que me preguntaba en medio del silencio del Paimún, noche de cimas nevadas a lo lejos y las estrellas agujereando el cielo de luz. Por suerte ninguna respuesta, claro, no podía, no puede haberla. Pero seguir buscando, extenuarse en el absurdo o en esa separación de mí que es el hastío. Viajar en barco por unas islas perdidas del sur de Chile, casi naufragar entre espesas nubes saladas. Comprar un pulovercito en Puerto Montt y emprender la vuelta. ¿Acaso es que alguien me esperaba?
Preferible que nadie espere nunca en ningún lado. ¿Yo esperaba? Es complicado decir que no esperaba nada ni a nadie, aunque más no fuera añorar mi cama que conoce cada una de mis obsesiones, ni yo mismo me conozco como mi cama. Si a mí no me conoce nadie.

[1] Edgar Bayley

14 comentarios:

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