Que en la Argentina existe una
fractura social no es algo que vamos a descubrir ahora, no obstante desde hace
algunos años que se habla de “la grieta”. Un término fácil que delata la pereza
mental que emana de los medios hegemónicos (que son hegemónicos porque son
capaces de ponerle nombre a las cosas y a los hechos, y que esos nombres
circulen y se establezcan como categorías) y que no da cuenta ni de la profundidad de la
fractura social existente ni de las continuidades y semejanzas que existen en
la forma como se han estructurado política y socialmente los dos polos que se disputan la hegemonía
cultural de la Argentina.
Sobre todo me interesa trabajar
sobre las semejanzas y continuidades, porque las diferencias son más que
evidentes y se pueden palpar a plena luz en los hechos cotidianos.
La crisis del 2001 dejó mal
heridos a los dos partidos políticos que monopolizaron la vida política
argentina durante casi todo el siglo XX. El radicalismo y el peronismo. La profundidad
sistémica de esa crisis, en la que no debería olvidarse que se estuvo a pasos
de la disolución nacional, se vio soslayada porque la recuperación económica
que logró el gobierno asumido en 2003 nos depositó en una dinámica de
crecimiento y en una vorágine política en las que, con altibajos, aún estamos inmersos. Tal fue el estilo
vertiginoso de Néstor Kirchner.
Lo cierto es que tanto el
gobierno actual como el anterior son emergentes de esa crisis política y social
casi terminal que incluyó una de representación. El kirchnerismo y el macrismo
fueron paridos a la sombra del 2001, los piquetes, el corralito, la represión y
el helicóptero en el que huyó De la Rúa por los techos de la Casa Rosada.
No debemos olvidar que aún
después de la catástrofe de 2001 la opción neoliberal en las elecciones de 2003,
dividida en dos fuerzas políticas, sacó el 40% de los votos. El kirchnerismo
emergente sacó apenas más que el 22%. Si
Macri hoy tiene que enfrentar el fantasma del helicóptero y demostrar que no es
De la Rúa frente a una sociedad movilizada, también tuvo que enfrentar lo mismo
Kirchner, (no debemos soslayar el rol ciertamente normalizador de la
presidencia interna de Eduardo Duhalde) si bien Kirchner debió hacerlo en medio
de la peor crisis de la historia nacional, cosa a la que no se debe enfrentar
Macri ya que se le entregó un país desendeudado y en franco funcionamiento a
pesar de cierto problemas, mayormente de restricción externa. Pero el origen de
las dos estructuras que hoy se disputan la hegemonía cultural de la argentina
es el mismo. La sombra de 2001 los recorre y los condiciona en su accionar por
acción y/o por omisión. El desafío de interpelar a la clase media también los
emparenta. De hecho “la grieta” como accidente geográfico político que destruye
o empioja reuniones y relaciones familiares pareciera ser sobre todo una
situación que ocurre mayormente en la clase media. La otra fractura, más
profunda y concreta, entre ricos y pobres no sería representada por lo que en
los medios concentrados y en el habla general se denomina, ya lo dijimos que
perezosa y torpemente, “la grieta”.
“La grieta” expresa entonces una
división en la subjetividad de la clase media, en la cual se juega el sentido
común capaz de construir hegemonía. Para el movimiento nacional y popular es
necesaria la conquista de la subjetividad mayoritaria de la clase media porque
le asegura el complemento electoral para la construcción de una mayoría y a la
vez distribuye el sentido común hacia abajo. Lo mismo le pasa a la opción neoliberal:
la construcción subjetiva neoliberal, una ideología de ricos, sería incapaz de
penetrar en sustratos populares si no fuera mediada por una mayoría en la clase
media que guarde contacto directo con sectores populares.
Como se ve, los sujetos políticos
a interpelar por las dos opciones parecen ser las clases medias. El
kirchnerismo en su última etapa se volcó decididamente a esta opción dejando
librado al azar la relación con el movimiento obrero. El macrismo por su parte
siempre intentó recomponerse en los sectores medios para quienes elaboró un
discurso finamente elaborado desde lo comunicacional aunque rústico en su
contenido, acorde a su interlocutor. La composición del voto macrista en el
ballotaje del 2015 expresa el triunfo neoliberal sobre las clases medias que
anteriormente se habían volcado a cierto progresismo, expresado tanto por los
gobiernos kirchneristas como por otras opciones electorales como el socialismo
santafesino. Cabe recordar que estas dos opciones congregaron el la elección
presidencial de 2011 más del 70% de los votos (54% fueron para la opción
kirchnerista). Por esta razón también fue sorpresiva la victoria de Cambiemos
en la Provincia de Buenos Aires, porque se ganó el voto de un público al que no
se había propuesto interpelar: el pobre del conurbano profundo. Lo que
demuestra también la incapacidad del kirchnerismo de interpelar a esos sectores
discursivamente. Tanto el kirchnerismo como el macrismo trabajan en un nivel
discursivo para las clases medias. El kirchnersismo lo hace apelando a una
cierta tradición progresista, iluminista y humanista, profundamente ética y
racional. El macrismo trabaja sobre las pasiones, la moral, el individualismo,
la necesidad de orden, las nuevas herramientas tecnológicas y las ideologías
del new age mixturadas con una retórica de pastores evangélicos.
Pero las similitudes y cosas en
común se extienden. Si cómo bien marcaba Ernesto Laclau, una identidad
colectiva se forma a partir de la posibilidad efectiva de articulación de una serie de demandas insatisfechas a través
de una cadena equivalencial, de manera tal de poder construir un antagonismo,
es decir, de poder establecer un cierre, un afuera, un otro ontológico que
aparece como el responsable de la insatisfacción de todas las demandas que forman
la cadena. Se forma entonces una totalidad parcial -valga el oxímoron-, una vez
que se ha establecido este antagonismo radical, que es condición para que
exista una identidad colectiva.
Me gusta decir que uno de los que
mejor leyó a Laclau fue Duran Barba. Claramente, siguiendo esta idea, podemos
ver cómo se articula el discurso tanto macrista como kirchnerista. Cuando las
demandas son capaces de articularse en una cadena equivalencial, es decir, son
una pluralidad de demandas que han tomado la forma de una lucha hegemónica, que
han logrado establecer un cierre, un afuera, y han sido capaces de articularse
en un discurso que las contiene a todas, pero además se ha logrado privilegiar
a una de ellas como la portadora de sentido, se ha creado una identidad
popular; por ejemplo, la idea de Derechos Humanos que enarboló el kirchnerismo.
Para el macrismo, la construcción
identitaria se hace contra el kirchnerismo a quién se acusa de todos los males
y se lo sindica como la causa de todas las demandas insatisfechas de la
sociedad. En este caso el significante flotante usado fue la palabra “cambio”
que logró sintetizar una pluralidad de demandas insatisfechas luego de 12 años
de un mismo signo político al frente del gobierno.
En las dos creaciones de sentido
se trabaja de la misma manera, estableciendo un cierre antagónico radical capaz
de soldar la identidad propia. Es en esta lógica de construcción de sentido, es
decir de discurso, en la que debe rastrearse tal vez la similitud más profunda
en la forma en que macrismo y kirchnerismo construyen las identidades y las
alteridades, y donde trabajan de manera espejada. La pregunta es si esta lógica
llevada irresponsablemente al extremo se condice con los valores de una
democracia. Sin duda, en tanto las instituciones de la democracia sean capaces
de articular, mediar y dirigir el conflicto, estaríamos en una democracia de
alta intensidad, quizá deseable. Pero se vuelven imperativos entonces el
respeto institucional, la división de poderes y el correcto funcionamiento de
los mecanismos de contralor, así como una regulación eficaz de los medios de
comunicación. Porque si esto no funciona correctamente, es fino el hilo del que
pende la democracia de alta intensidad para no mutar en un franco
enfrentamiento en el cual quien detenta los poderes del estado tiene todas las
de ganar. Se suscita un problema adicional: durante el kirchnerismo la prensa
hegemónica funcionó en el mejor de los casos como mecanismo de control, lo
mismo que el poder judicial. En la actualidad nos encontramos con una
particularidad que no se dio anteriormente, en la cual los medios de
comunicación encumbren y disfrazan los hechos
y hasta nombran ministros de áreas sensibles. Y el poder judicial, al
menos una parte importante de él, se encuentra cooptado por el gobierno, lo
mismo que un sector de la oposición política. Esto vuelve la situación
sumamente conflictiva porque justamente se obturan los canales de resolución
democrática de conflictos. Claramente, también existen las diferencias entre
una y otra fuerza social y política en términos concretos. Quiero decir, que
por más que existan las similitudes, no se deben olvidar las diferencias entre
las acciones de los distintos actores políticos cuando les toca gobernar. Basta
recordar la solución encontrada por el gobierno de Cristina Fernández al
conflicto por la resolución 125: luego de semanas de cortes de rutas en todo el
país y dos multitudinarias marchas, una a favor y otra en contra del gobierno,
la entonces Presidenta dio lugar a la intervención del Congreso para la
resolución del conflicto. En este caso las instituciones encauzaron la
situación y aunque significó una derrota política en lo inmediato para Cristina
Fernández, le dio aire y legitimidad al sistema democrático y quizá haya sido
una de las causas que le permitió un triunfo con el 54% unos años después. Cabe
preguntarse cual sería la reacción del gobierno actual frente a una situación
similar, cuando vemos que por un conflicto menor se recurre a la represión
violenta.
Lo dijimos, era menester de este
texto marcar las similitudes entre macrismo y kirchnerismo, pero para eso, se
vuelve necesario también hacer lugar a las sustanciales diferencias.
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