El título de
este texto tiene al menos dos órdenes de valor semántico. Uno refiere a un
contenido programático concreto, lo que podría llamarse un plan de gobierno. El
otro orden, anterior y más profundo, se enmarca en cuál va a ser el mito o el
contenido mitológico que toda transformación social necesita para ser llevada a
cabo. Este último aspecto es el que más interesa en la hora, ya que nos
encontramos en el campo de la oposición, es decir, fuera de los espacios más
altos de la gestión estatal. Espacios que debemos primero recuperar en el plazo
más corto posible, para poder llevar adelante el programa.
Como se debe, es
necesario empezar por la autocrítica. Luego del momento de acontecimiento que
implicó la llegada de Néstor Kirchner al poder (en su sentido derridiano, es decir aquello que
no puede ser previsible ni planeado, ni puede ser producto de un programa,
aquello que no se espera y sin embargo constituye un horizonte de futuro. También
aquello que no se hace efectivo sino que abre un espacio de posibilidad. Derrida
ejemplifica el acontecimiento como un enamoramiento, algo inesperado y
profundamente perturbador, justamente, por su condición de impredecible; aquello
que no se anuncia y no obstante es algo esperable en la forma de un mesianismo.
No puede haber ejemplos de acontecimiento, porque el acontecimiento es aquello
totalmente singular. Un acontecimiento no es un hecho ni un programa, sino una
proyección que se desarrolla en un espacio de virtualidad), en el cual el
contenido mitológico estuvo definido por los Derechos Humanos, asistimos a un
proceso de racionalización creciente en el
mensaje del gobierno de Cristina que se centró básicamente en los logros económicos
de la gestión, en el auge del consumo y cierta movilidad social ascendente. Una
racionalidad instrumental que apuntaba al “órgano más sensible”, el bolsillo, y
dejaba poco a poco de lado el componente mitológico identitario. En concreto,
se seguía con los juicios y la política de Memoria, Verdad y Justicia, y se
trabajaba sobre los Derechos Humanos, pero no ya en clave mitológica sino de
gestión, es decir, sujeto a la idea de eficiencia. Tal cantidad de juicios, tal
cantidad de detenidos, detención en cárceles comunes, etc. Configuraban una
burocratización de la política de Derechos Humanos que se alejaba, al hacerse
efectiva, cada vez más del contenido mitológico que era motor ético esencial en
el que se basaba la legtimidad del gobierno. Obviamente que había que hacer
efectivos los juicios y profundizarlos, ir por los cómplices civiles etc. Pero
no se tuvo en cuenta que cuando el contendido mitológico se efectiviza y deja de
estar situado en el horizonte de la espera y el porvenir, pierde su condición
de mito, y debe ser reemplazo por otro para no perder fuerza hegemónica. Esto
no se vio, no se hizo. Ningún mito reemplazó a los derechos Humanos. Se intentó,
tarde, ir por “La Patria”, pero había allí una disputa no menor que se vio
reflejada en la carnadura patriótica que generó en el adversario político el
conflicto con las patronales agrarias de 2008.
No fue casualidad el ataque sistemático
que el adversario político infringía a la política de Derechos Humanos.
Resultaba evidente que allí estaba la fuente ética principal de legitimidad del
gobierno. Derechos Humanos era, en términos de Laclau, el significante que
funcionaba como articulador de una pluralidad de demandas. Era Memoria, Verdad y Justicia, pero también era empleo
con salarios dignos, salud y educación pública, nacionalización de los recursos
naturales y energéticos, etc. No se trata de enjuiciar lo que se hizo sino de
comprender los por qué de cierto cansancio social con la propuesta del gobierno
kirchnerista.
En resumen, un espacio mitológico es
aquel que es capaz de movilizar a una parte tan importante de la sociedad hacia
un horizonte de ruptura con el orden establecido, de manera de generar una
nueva hegemonía. El mito, siempre se encuentra a la vez en el pasado y en el
futuro, es tanto herencia como tarea por cumplir. Y no puede subsumirse en una
racionalidad instrumental ni económica porque se mueve en un espacio simbólico
de virtualidad. Esta siempre ocurriendo, ese es el camino que va del mito a la
utopía. El anclaje Derechos Humanos cumplía esa función mitológica, por eso el
kirchnerismo homenajeaba a Alfonsín, iba hacia atrás, al juicio las juntas y se
insertaba en la zaga de la primavera democrática del 83. Y si bien se apoyaba
en la estructura del peronismo no se referenciaba en sus ritualidades. Aún
menos con Cristina que con Néstor. El kirchnerismo no llamó nunca a festejar en
la plaza los 17 de octubre ni los 1° de mayo en los 12 años de gestión, su ritualidad era decididamente alejada del
peronismo, lo que le permitía interpelar a otros sectores con diferente
identificación partidaria. Solo el 15 de octubre de 2010 (15 y no 17 de octubre),
el gran acto en la cancha de River organizado por la CGT conducida por Hugo
Moyano, en el que participaron Néstor y Cristina, tuvo un fuerte componente
peronista con toda su ritualidad e iconografía.
El contenido mitológico del
kirchnerismo nunca se construyó a partir de las ritualidades peronistas, o si
de vez en cuando lo hizo, fue sólo de manera tangencial, con una mezcla extraña de temor y respeto, de celo
y bochorno. Hay que reconocer que eran lícitos y entendibles esos resquemores
luego del paupérrimo papel que el peronismo, como
estructura partidaria, había jugado
desde la muerte de Perón hasta el 2003. No obstante la condena kirchnerista a
la estructura burocrática del PJ se hacía extensiva a las ritualidades
peronistas, lo que mermaba el contenido mitológico e identitario con la tradición
del peronismo.
En la etapa que nos toca, la de
recuperar el poder del estado, se vuelve ineludible la pregunta: ¿a qué
volvemos? A qué mito debemos regresar y a través de qué ritualidades podremos
hacer resurgir esas corrientes subterráneas de rebelión que subyacen en el
fondo de la conciencia colectiva popular, y que son las únicas capaces de poner
un movimiento un camino de reformulación profunda de la sociedad, a través de la
construcción de una nueva hegemonía.
Lo que muestra el presente es la
vitalidad de peronismo, tanto como movimiento social, fuerza electoral y
organización sindical, hasta el punto de que se le atribuye ser el garante de
la gobernabilidad (¿no debería serlo el encargado de llevar adelante la gestión
del estado, o sea el propio gobierno?), y es el actor principal de las próximas
elecciones legislativas. Todo parece estar supeditado a la forma en que se
resuelva la interna del peronismo. Por lo cual, creo prudente recomendar la
vuelta a cierta mitología del peronismo. A un horizonte emancipatorio efectivo
en su materialidad nunca consumada, es decir la posibilidad de un por-venir,
sólo es posible a partir de la promesa, y esto es lo único que asegura la herencia
como tarea y no como algo dado. Es en esta dimensión de promesa
emancipadora, pero, lógicamente sin Mesías, sin religión pero con creencia, que
puede rescatarse una herencia mitológica del peronismo. Volver a establecer la
gran síntesis siempre necesaria para pasar a la acción, de acuerdo a los requerimientos
del momento actual, a través de esa polarización de términos imprecisos que
constituye toda frontera político-ideológica y que agrupa alrededor de alguno
de los polos a todas las singularidades sociales; única operación, de
racionalidad populista, capaz de ser efectiva a partir de la democracia de
masas. Reespectralizar, en el sentido de rescatar y recuperar una lógica propia
de formación de una identidad colectiva, que se produce a través de una
totalización y permite la horizontalidad de diferentes demandas de distintos
grupos que comparten y se reconocen en una situación de opresión. Cierto
espíritu del peronismo sólo sería posible a partir de poder establecer una
crítica radical, o sea una crítica capaz de autocrítica hacia todas las
interpretaciones del peronismo y sus conceptos, su idea de sujeto, de clases,
de producción, de comunidad organizada, de organización sindical y política, de
aparato estatal y hasta de la marcha partidaria (¿no debería decir “compartiendo al capital”?), pero
partiendo siempre de la mitología que pone a los trabajadores en el centro de
la escena, y no sólo a los trabajadores sino a su felicidad. Hay cierto
espíritu del peronismo que se vuelca a trastocar lo establecido, que asume una
postura cuestionadora y a la vez plantea una cierta afirmación emancipatoria y
una experiencia de la promesa libre de toda dogmática. Cierto espíritu de
apertura hacia algo nuevo e inesperado que plantea nuevas formas de acción, de prácticas,
de organización, de cultura. ¿Qué sería, hoy, mantenerse fiel a cierto espíritu
mítico del peronismo? No renunciar a un ideal de democracia y emancipación,
intentando pensarlo y ponerlo en práctica de otra manera. La tarea y la responsabilidad de un heredero que
revisita y revisiona también su propia herencia desde una crítica radical. Y a
partir de reconocer la singularidad absoluta de un proyecto y una promesa de
los cuales somos herederos nos guste o no. Una llamada a la responsabilidad de crear nuevos
conceptos del hombre, de la sociedad, de la nación, del estado. La
responsabilidad de un heredero, porque guste o no, lo quieran o no, en la
Argentina todos somos herederos del peronismo, de la singularidad de un
proyecto y una promesa. Un acontecimiento singular e imborrable. Cualquier
reelaboración crítica del concepto de Estado, de Estado-nación, de soberanía
nacional, de ciudadanía, de autonomía del derecho con respecto a los poderes
socio-económicos, que se intente llevar adelante en Argentina, no podría
hacerse sin la referencia permanente y sistemática al peronismo.
La referencia central del peronismo:
los trabajadores. “No existe para
el justicialismo más que una sola clase de hombres: los que trabajan, funciona como una formula
desalienante, porque al poner en el centro de la escena al trabajador y al
trabajo, se desplaza la atención de los productos del trabajo, y sobre todo de
estos productos en su forma mercancía. No para ocultarla sino para que se
priorice el valor de uso sobre el valor de cambio. Poner el capital al servicio
de la economía y no a la inversa, sin duda tiene mucho que ver con esto, con la
pregunta de ¿para qué sirve la producción? Lo que importa aquí es el
trabajador, mucho más que el producto del trabajo o su intercambio; las
mercancías dejan de concebirse como una realidad en sí y pasan a transformarse
en un medio para la felicidad social. Desmercancializar la producción situando
al trabajador por sobre el producto del trabajo es sin duda una acción
discursiva, pero también práctica, de una inusitada novedad y que habría que
recuperar.
Ya no la discusión sobre si en el
valor de uso está implícita la
fetichizacion de las mercancías, es decir, la fantasmagoría, sino la referencia
al propio proceso productivo desde el punto de vista del trabajador, y cómo
éste proceso, el trabajo, afecta sobre la propia vida de los trabajadores para
mejorarla. Lo que podría entenderse como un clasismo no marxista. A propósito
de esta conjuración que el peronismo intenta sobre la alienación del trabajo,
funciona la economía mercantil como subsidiaria de la producción y a la vez la
producción supeditada a las necesidades de los trabajadores.
La centralidad de los trabajadores
en la mitología peronista es algo que claramente debemos rescatar, su
centralidad en la toma de decisiones dentro del proceso productivo y en la construcción
de los programas de gobierno a través de la CGT. Volver al peronismo no implica
en forma alguna recostarse en los planes quinquenales o al IAPI, sino mantener
viva la mitología de la felicidad social y sus rituales, sus 17 de octubre y
sus 1° de mayo, cantar la marcha, gritar a viva voz “qué día peronista” cuando
salimos al sol radiante. Y construir en términos efectivos la posibilidad de un
gobierno de los trabajadores y para los trabajadores sin intermediarios. Frente
a la supuesta “revolución de la alegría” (y alegría siempre supone algo
superfluo, casi una simulación), oponemos la revolución de la felicidad
peronista que nunca nos podrán quitar. Esa felicidad del compartir, de sentir
toda injusticia como afrenta y así y todo cantar para conjurarla e ir a la
lucha, la felicidad de ser con otros. No la alegría vana del individuo aislado
sino la felicidad social del que construye en comunidad.
Ya sabemos cuales fueron los días más
felices…A eso, volvemos.
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