Saliendo poco a poco de la estupefacción que significó la
derrota electoral, el campo popular comienza regenerarse. Enfrente tiene la novedosa gestión de un gobierno de
derecha neoliberal que por primera vez en la historia nacional ha logrado
imponerse electoralmente y constituye una alianza de los poderes fácticos que,
a pesar de sus internas que comienzan a mostrarse, es un bloque conciso que ha
logrado una precaria hegemonía sustentada en la acción de los grandes monopolios
mediáticos.
Frente a este experimento, el campo popular ha conseguido
avanzar algunos casilleros recién en el último mes de este año, marcándole al
gobierno la agenda de la emergencia social, arrancándole subsidios y bonos para
los sectores más postergados. Esto fue posible gracias al trabajo conjunto de
movimientos políticos y sociales de diferentes marcos ideológicos, sectores
progresistas de la iglesia católica y el movimiento obrero organizado
representado en la CGT
y la CTA.
La movida recibió críticas por izquierda y por derecha, cosa
que, se dice, suele suceder cuando se practica el peronismo. Lo cierto que
recrudecieron virulentas discusiones hacia el interior del campo popular que
muestran a las claras que no hay un liderazgo capaz de unificar el espacio y
trazar una única línea estratégica de acción. Pareciera que allí radica una de
las mayores debilidades si se piensa en términos electorales. No obstante,
vengo a proponer una mirada algo más optimista. La crisis de liderazgo ha
llevado a que el campo popular se viera
como lo que es, se volviera transparente en su heterogeneidad. Cruzado por
necesidades disímiles, y discursos que van desde el conservadurismo social
cristiano hasta las alabanzas a Fidel Castro, pasando por el peronismo en sus
múltiples interpretaciones (menos la liberal heredera del menemato que
participa de la alianza de gobierno), una de las cuales es el kirchnerismo
peronista, la gran mayoría del movimiento sindical, el peronismo nacionalista
conservador encarnado en su mayoría por los gobernadores provinciales, el
progresismo citadino y gorila heredero de ciertas tradiciones de la izquierda y
el socialismo muy parecidos al radicalismo popular, etc. Este panorama
variopinto que alguna vez funcionó hegemónicamente bajo el liderazgo de Néstor
y Cristina, hoy se muestra horizontal, solidario entre sí aunque falte aceitar
engranajes y sanar heridas, no sujeto a un liderazgo unificado, en proceso de
discusión. En resumen se horizontalizó. Este proceso quizá permita comenzar a
comprender distintos niveles de demandas insatisfechas, diferentes necesidades
y subjetividades, y alejarse de un discurso que quizá haya sido demasiado
homogéneo e unificado. Resulta lógico que electoralmente el panorama es
complicado y falta poco para la elección de medio término, pero visto desde una
óptica de construcción, la horizontalidad no sólo parece saludable sino
necesaria para el ambicioso objetivo de volver mejores. Las alianzas
electorales son armados de coyuntura, lo que aquí se marca respecto de la
necesidad de horizontalizar el campo popular apunta a un alcance más largo y
profundo del cual deberán necesariamente emerger nuevos dirigentes y
liderazgos, pero también nuevos discursos capaces de articular la pluralidad de
demandas heterogéneas y hasta contradictorias, para lo cual es preciso salirse
de la maniquea lógica de la traición.
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