La sociedad argentina dio una muestra de
madurez. Cuando parecía establecerse que se vota casi por emoción violenta,
sujetos a las manipulaciones, las fake news en las redes sociales y los grupos
de wathsapp, el votante argentino mostró una realidad que se aparta de esa
supuesta regla.
Ni la cadena monopólica de medios de
comunicación masivos, ni la propaganda gubernamental, ni la intervención de
potencias extranjeras, ni la extorsión de los mercados financieros, ni las
redes sociales plagadas de trolls pagos por el gobierno, pudieron torcer el
brazo de una sociedad atravesada por un hecho histórico que la constituye como
fuerte componente identitario: El peronismo. Ya
no sólo una identidad, ni una
ideología, ni un partido político, ni una cultura, sino más bien lo que se
podría llamar un marco epistemológico. Es decir una matriz o sistema que
incluye categorizaciones, conceptos, formas de hacer, pensar y sentir que
permiten entender el mundo, la sociedad y el ser humano de una determinada
manera y organizarse a partir de allí. Eso parece ser el peronismo, el sistema
argentino que incluye modos de vida, derechos adquiridos, lecturas de las
correlaciones de fuerzas internacionales, ideas de sujetos y roles sociales,
formas de ejercer el gobierno, sistema de valores y muchos, muchísimos
etcéteras.
El sistema argentino es el peronismo, una
muestra de eso es que entre los 6 candidatos a presidentes y vicepresidentes de
las tres principales listas electorales hay 5 peronistas. El único no peronista
es Macri. Quien llamativamente ingresó a la política de la mano del peronismo.
El sueño que desvela al antiperonismo, el de la
desperonización de la Argentina que entusiasmó al Jefe de Gabinete Marcos Peña,
se evapora una vez más mostrando la vigencia de un proyecto que es la vez
herencia y tarea, pero que no se agota allí sino que se redescubre un modo
particular de comprender el mundo, la sociedad y el ser humano. Ni el extendido
y ultra difundido marxismo tiene la vigencia del peronismo, sencillamente
porque no es capaz de articular formas de gobierno exitosas que puedan
garantizar a la vez desarrollo, equidad y democracia.
Por otro lado, cuantos países pueden jactarse
de haber tenido un Presidente que es a la vez el teórico de una forma de
entender y de planificar una sociedad posible, al mismo tiempo que el ejecutor
de una praxis de gobierno que por sincrética y novedosa se vuelve
asombrosamente actual. Un hombre que a la vez que arma un proyecto político
concibe una filosofía, un intelectual que escribe, por ejemplo “Toponimia de la
lengua araucana”, que leyó a los filósofos clásicos de la antigua Grecia, a la
vez un militar, destacado lector de Clawsewikz y Schmitt, que quiere traer a
Heidegger al Congreso de Filosofía del año 49. Perón quizá como hombre de la
ilustración en plena modernidad.
Borges, tenaz enemigo a la altura, leyó bien,
como siempre, la importancia de Perón, igual que Churchill. Por eso lo
combatieron. Perón, a la vez político, intelectual, filósofo, militar y
portador de un carisma arrollador, no era un político más, era quien había
logrado sintetizar una clave de comprensión del mundo de la modernidad desde la
periferia. En Perón se conjugan dos tipos de seres modernos que generalmente se
manifiestan en personas separadas: el autor y el hombre que lleva las ideas a
la acción. Rousseau y Robespierre en la misma persona.
El peronismo no era fascismo, ni nazismo, ni
comunismo, ni socialismo, mucho menos liberalismo, ni ningún “ismo” surgido al
calor de las realidades europeas. Tampoco el anacrónico mote de bonapartismo
con el que pretendió etiquetarlo cierta izquierda. Y esa supuesta rareza que no
es tal se explica sólo por ser un producto periférico. Las falsas acusaciones de
falta de racionalidad del peronismo se inscriben en la saga del desprecio de
las metrópolis centrales por las creaciones que se realizan fuera de ellas. Si
un proyecto como el peronismo hubiera surgido en Francia o Alemania o
Inglaterra se hubiera difundido alrededor del planeta, se le hubiera encontrado
esa racionalidad que supuestamente le falta, se hubiera reparado en la
profundidad de sus conceptos y valores.
El gran desafío es presentar este sistema como
una solución posible para otras sociedades, no sólo para la argentina, sobre
todo a partir del fracaso de la utopía globalizadora y la ruptura del consenso
surgido de la segunda posguerra. No parece menor la actuación del Papa
Francisco en la difusión de los valores
esenciales del peronismo como postura profundamente humanista. Por otro lado,
cuántos movimientos políticos pueden jactarse de tener un líder del tamaño de
un Papa surgido de sus filas. La alternativa por la paz predicada por el Papa
es un punto central del peronismo, igual que el respeto irrestricto por la vida
humana de la que lógicamente se desprende la primera. Que ningún valor esté por
encima de la vida parece un precepto tan básico que cuesta creer que haya que
remarcarlo especialmente, pero con el fracaso de la globalización como utopía y
la ruptura del consenso humanista de posguerra en el que era uno de los
conceptos centrales, ha sobrevenido una crisis profunda de los valores
centrales que alentaron la llamada revolución democrática y el desánimo por el
futuro se ha instalado fuerte en las subjetividades actuales. En este contexto
parece levantarse un pueblo que se ha sentido ultrajado, oprimido, ninguneado,
y supo donde buscar el refugio identitario que le permitiera redimirse. Pero el
peronismo tiene hoy un desafío mayúsculo, no ya solamente sacar adelante la
crisis profunda que el neoliberalismo le ha provocado nuevamente a la
Argentina, sino también poder mostrar al mundo un camino deseable y posible para construir un mundo mas justo, más libre, más feliz.